Definición de guerra

San Cristobal de Las Casas, Chiapas. 3 de diciembre de 2014. La caravana de madres de migrantes centroamericanos desaparecidos en su transito por mexico "Puentes de Esperanza" realizaron un mitin informativo y una marcha en esta ciudad antes de continuar su viaje hacia la frontera sur en Tapachula. Foto: Moyses Zuniga Santiago.

San Cristobal de Las Casas, Chiapas. 3 de diciembre de 2014.
La caravana de madres de migrantes centroamericanos desaparecidos en su transito por mexico «Puentes de Esperanza» realizaron un mitin informativo y una marcha en esta ciudad antes de continuar su viaje hacia la frontera sur en Tapachula.
Foto: Moyses Zuniga Santiago.

 

En un cuento de David Martín de la Borbolla aparece un pueblo que lucha por conseguir la paz a fin de que sus hijos puedan jugar a la guerra.

¿Cómo definir la guerra? ¿Cómo puede definirse un acto tan absurdo? El Maestro Juan aborrecía la guerra (él la había padecido en El Salvador), pero la justificaba diciendo que era un ideal imposible aspirar a vivir en un mundo de paz. Decía que la naturaleza humana estaba signada por la violencia. Nos ponía ejemplos deportivos: el fútbol, la lucha libre, el boxeo y demás juegos, y nos exigía que imagináramos algunas escenas de esos juegos, que las imagináramos como lo que eran: la lucha de contrarios. Luego, somatando una regla de madera sobre el escritorio, nos preguntaba cuál era el objetivo de esos juegos. Una vez que uno o dos compañeros respondían, él decía que los mayas jugaban el juego de pelota y los vencedores masacraban a los vencidos. Explicaba que toda competencia es como una guerra mínima. Pero el juego, decía el maestro, no sólo es un mero juego, es la representación de lo que es la sociedad y entonces nos daba ejemplos de la vida diaria, de lo que pasaba en casa, entre hermanos, entre papás; nos daba ejemplos de lo que sucedía en la calle y en el trabajo. Todo, decía, ya alterado, es una competencia, y repetía el lugar común de que el pez grande se come al chico. Nosotros, los alumnos, hacíamos silencio y tal vez algunas de sus palabras caían sobre nuestra conciencia, porque imaginábamos escenas de nuestros juegos y veíamos que también el simple juego de canicas era un afán de acumular, era el mismo juego que jugaban los adultos cuando invadían a otro país y se apoderaban del petróleo de éste, que era como decir apropiarse de sus canicas. Nosotros, los alumnos, nos sentíamos mal, porque no queríamos estar en guerra. Pensábamos que los instantes en que estábamos en el aula eran como instantes de tregua, eran momentos en que los bandos contrarios mostraban, por encima de las trincheras, las banderas blancas, pero esas banderas eran provisionales, porque a la hora que salía el maestro, no faltaba el maldoso que comenzaba a molestar al más indefenso del grupo y lo hacía llorar. Sabíamos entonces que ahí, tampoco, era territorio libre de guerra, reconocíamos que la paz era una utopía, porque, como ya lo había dicho Nietzsche, el hombre estaba inclinado al mal, inclinado a la guerra, a la violencia, al despojo brutal.

¿Cómo puede definirse a la guerra, si la guerra no es más que el acto cotidiano que se llama vida? El acto de amor más sublime también está inmerso en esas barricadas donde la pareja se convierte en un par de contrarios que pelean en un mismo territorio indefinible. La guerra no es más que el intento de posesión. Los vencedores se apropian de territorios que, originalmente, pertenecieron a los vencidos. Es triste aceptarlo, pero la vida, hasta en sus actos mínimos, no es otra cosa que el intento de posesión. ¿Qué es la educación? ¿Qué la religión? ¿Qué los actos de gobierno? Nos da pena aceptarlo (o cerramos los ojos para no ver), pero la vida es una constante batalla, vivimos en permanente guerra. La propia intimidad no es más que una guerra entre lo que desea el cuerpo y lo que dicta el espíritu.

¿Cómo definir a la guerra? Tal vez es la ficción que narra David Martín de la Borbolla: la lucha por conseguir la paz para jugar a la guerra.

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