Definición de nobleza

sangre azul

sangre azul

 

En un acto de nobleza revelaré que la sangre de los nobles no es azul. Cuentan que cuando la plebe llevó a Luis XVI al cadalso y el verdugo (dije verdugo) cortó la cabeza al soberano, brotó un chorro de sangre roja, rojísima. Los parisinos, casi casi, comprobaron que lo que decía Galileo Galilei era cierto: “el pueblo no giraba alrededor de la nobleza”.

No obstante, en Austria, Franz Cavalle hizo intentos de reivindicar tal mito. La historia cuenta que Cavalle fue, desde siempre, muy precoz. A la edad de cinco años, su tío Christian D’Anjou le contó el cuento de la tortuga que voló de Japón a Canadá. Franz decidió hacer realidad el cuento, fue al patio de la casa y le quitó las plumas a ocho palomas; luego, en el zoológico, metió adentro de su mochila una tortuga que había sido donada por el gobierno brasileño y, ya en su casa, le pegó todas las alas de las palomas, así como un mensaje que puso en la panza del animal; subió a la torre del palacio y, en un ventanuco, con ambas manos, aventó la tortuga, bajó y fue a tomar una taza de té. Franz ya no vio que la tortuga cayó en picada y su caparazón se fragmentó como si fuese un rompecabezas. A la edad de dieciocho años leyó la novela “Triste campiña”, de Eduard Saligny, y encontró en la página 238, de Ediciones Enhhals, la historia de una muchacha que perdió el habla porque un tío sádico le cortó las cuerdas vocales. Franz, quien ya estudiaba el primer semestre de ciencias en la universidad, determinó que era posible reparar el órgano de fonación a través de las cuerdas de un violín. Empecinado en demostrar su teoría fue a un burdel donde, era sabido, laboraban muchachas francesas. Franz entró al burdel, se sentó y llamó a la matrona, le dijo que estaba dispuesto a pagar los francos que fuesen necesarios con tal de tener sexo con Juliette (este nombre lo dijo al azar). La matrona chasqueó los dedos. Una joven con un negligé rojo se sentó al lado de Franz. La matrona dijo: “Esta chica es virgen y, oh la la, se llama Juliette”. ¿Es cierto?, preguntó Franz y la chica respondió que sí, que era virgen y que su nombre era Juliette. Franz no le creyó, pero como el nombre era lo de menos y la chica era bella y hablaba con un tono muy sensual, pagó la cifra que la matrona dijo y entró a un cuarto, iluminado con un foco rojo. Dos días después asomó una nota en los periódicos: una prostituta apareció muerta en un callejón, le habían cercenado las cuerdas vocales. Las autoridades detuvieron a un muchacho que confesó haber ahorcado a una gallina. El comisario pensó que el joven, en su locura (“¿Ya vieron la mirada que tiene?”) confundía la gallina con la prostituta. La tarde que Franz cumplió treinta y dos años leyó que los nobles, por lo regular, eran gente de raza blanca, por lo que sus venas eran muy visibles y el color que mostraban eran de un verde azulado, de ahí había nacido el mito de que la nobleza tenía la sangre azul. Franz pensó que, si en verdad, los nobles no tenían la sangre azul, eran simples mortales como cualquier otro. ¿De qué servía, entonces, el título del Rey del Rock que ostentaba Elvis Presley? ¿Para qué el título de Diosa de la Cumbia, si Margarita era una simple plebeya? ¿Así que todos los mortales somos comunes y corrientes?, se preguntó Franz. Viajó a la Ciudad de México y, en Xochimilco, el día del festejo, en medio de cohetes y botellas de licor, halló a la Reina del Elote y del Esquite. ¿Era posible que esa simple plebeya se convirtiera en la primera mujer de la realeza con sangre azul? ¿Podía él hacer una transfusión sanguínea donde la sangre roja pudiese tomar la coloración del mar Egeo?

El término nobleza no sólo se aplica a personas que poseen títulos nobiliarios; también se aplica como sinónimo de dócil o manso. Hay personas que dicen que sus chuchos son nobles; no significa que esos chuchos sean primos hermanos del Rey de España; significa que son animales fieles. Por esto, Juan de Chichimá, dice que la gente usa el término nobleza para expresar que los habitantes de castillos no son más que perros, animales que, de vez en vez, se rebelan.

Franz, con su encanto sin par, sedujo a la reina del elote y del esquite, la llevó (en una trajinera) hasta una chinampa llena de flores, la invitó a bajar y, en medio de un sembradío de gladiolas, la tomó de la mano y le preguntó si le gustaría tener la sangre azul. La reina (quien en realidad se llamaba Guadalupe Hermisenda) dijo que no, porque su piel era morena y lo moreno no se lleva con el azul. Franz le aplicó un esparadrapo con cloroformo hasta dormirla, y, con una aguja y jeringa, le inyectó tintura azul. El rostro de Guadalupe comenzó a ponerse morado, Franz pensó que ya estaba haciendo efecto su experimento. Por suerte, un grupo de hortelanos pasó por ahí y detuvo a Franz, quien ya estaba a punto de cercenarle una pierna a la reina para ver si el chorro de sangre había tomado la tonalidad de la nobleza.

Franz, ahora, está recluido en una cárcel de San Luis Potosí. Todas las mañanas, cuando sale al patio con los demás presidiarios, con una piedrecilla, se pincha en la yema del pulgar y revisa la gota de sangre. No, dice, todavía no estoy listo. Cuentan que ha escrito más de mil cartas a la Reina de Inglaterra. Siempre comienza así: “Querida prima en ciernes:…”

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