La lucha magisterial o la imposible banalidad ante la muerte

No es este el lugar para hablar o discutir sobre la reforma educativa, misma que merece mayor reflexión que la ofrecida en un breve espacio periodístico, pero lo que no deja indiferente, y sí es motivo de tratamiento ahora, es la muerte, en este caso de uno de los profesores que protestaban por la realización de la evaluación docente, parte de la reforma ya mencionada.

Marcha magisterial

Plantones, manifestaciones y violencia desmedida caracterizan estas protestas magisteriales, igual que ha ocurrido en otros momentos de la historia reciente de Chiapas y de otros estados de la República mexicana. La opinión sobre estos hechos tiene tantas interpretaciones como personas hablen o escriban sobre ellos. En lo personal escucho o leo a amigos o conocidos que emiten sus opiniones con vehemencia o, simplemente, por preocupación por lo vivido en su estado o ciudad. Su parecer oscila desde aquellos que manifiestan el hartazgo por la continua ocupación de calles y carreteras por parte de los docentes, a los que los consideran los únicos osados por enfrentarse al gobierno estatal y federal. En medio, muchos más pareceres que destilan inquietud por el devenir de Chiapas y, por supuesto, por el de los alumnos que sufren el ausentismo magisterial en un estado urgido de formación de recursos humanos que vislumbren un mejor futuro para las jóvenes generaciones.

En lo personal no me cabe más que lamentar y reprobar, de la forma más contundente, la violencia y con mayor énfasis cuando ella se cobra vidas humanas, como ha sido el caso reciente del profesor David Gemayel Ruiz Estudillo. Pérdida irremplazable para sus familiares y amigos cercanos.

Entiendo los malestares, comprendo las posiciones disímiles, pero no puedo compartir la imposibilidad de diálogo por parte de todos los involucrados en el conflicto magisterial. Es tiempo, y ahora si voy a ser contundente, de que los profesores hagan autocrítica de sus formas organizativas y de su desempeño en el aula y fuera de ella. Hay lógicas y lícitas reivindicaciones siempre, como las relacionadas con la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, por ejemplo, pero también es cuestionable que los maestros no puedan ser evaluados como lo somos todos en este momento y mundo que nos ha tocado vivir, desde los profesores universitarios hasta los empleados de las empresas privadas, por solo citar dos ejemplos.

El sistema político que muchos maestros desean derribar fue el que construyó el modelo educativo que defienden, por ello hay que criticar desde el conocimiento, no desde las creencias. Ese es el ejemplo que debe darse a los alumnos, y no el que ahora se muestra tristemente por las calles.

También es penoso, por utilizar un sustantivo poco agresivo, que el gobierno chiapaneco no cuente con posibilidades de interlocución y que su única respuesta se otorgue mediante la llegada de contingentes policiales federales al estado. Los miembros del gabinete chiapaneco, y su máximo representante a la cabeza, no están cumpliendo su cometido y hay que recordarles que para eso se les paga con los impuestos de todos, aunque piensen que han sido tocados por la mano de dios como si viviéramos en siglos pasados.

Cuando la autocrítica está ausente, y la ineficiencia es el sino de la política, lo único que resta, parece ser, es la violencia. Ojalá alguien tenga cordura en estos tiempos de sinrazones y pasiones más que de entendimientos. Nadie merece perder a algún ser querido, nadie.

 

 

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