Definición de puerto

Fotografía centrodelaimagen.wordpress.com

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Es lugar de orilla. En términos estrictos, los puertos están a la orilla del mar o de los ríos; es decir, se alimentan del agua, agua salada o agua dulce. No es raro, entonces, pensar que los puertos son espacios donde, con frecuencia, la gente habla de barcos de piratas y de sirenas que hipnotizan con sus cantos a los marineros inexpertos.

Pero ¿en qué otro contexto puede usarse el término puerto si éste es lugar de orilla? ¿No puede, acaso, decirse que un hombre se acerca al puerto de su amada cuando ella concede la gracia de su pasión? ¿Cuál es el puerto del espíritu si se considera que el espíritu es el mar más extenso que el hombre posee?

La película “La mujer del puerto” no posee mayor misterio, pero, una vez, una mujer que, igual que Andrea Palma, se dedicaba al oficio de agotar calenturas, me dijo: “Vení, corazón, vení, te enseñaré lo que sabemos hacer las mujeres del puerto”; es decir, las mujeres del puerto poseen secretos y misterios que no poseen, digamos, las mujeres de San Cristóbal de Las Casas o las mujeres de Comitán, porque estas tierras están muy lejos de esos aires que corren libres en lugares donde atracan barcos que llegan cargados con objetos de tierras lejanas: telas de seda, latas de caviar francés, botellas con aceite de oliva, piedras que al tocarlas se convierten en amuletos llenos de luz, especias del Oriente, azafrán, arena del desierto de Gobi, jorobas de camello, agua roja del Mar Rojo, pesadillas del Mar Muerto, marfil de Sudáfrica y réplicas de la Lámpara de Aladino. Todo llega del mar, el cargamento baja el pie y abandona el territorio del agua y se posesiona de la tierra. Ahí, en la orilla, en el puerto, arma su tienda y ofrece su mercancía.

¿A qué huelen las mujeres del puerto? ¿Llevan sal en su piel? ¿Tormentas en su alma? ¿A qué hora les llega la marea baja?

Sin duda que las mujeres del puerto son diferentes a las mujeres de las montañas o de los valles. El puerto tiene la gracia de recibir el viento de manera directa, sin muros que lo contengan o que lo amainen.

Rodrigo dice que la mujer del puerto no deja huellas, como si fuese gaviota se detiene un instante y luego vuela.

Hay puertos muy famosos. Mi comadre Elena, que es medio snob, dijo el otro día que el puerto más famoso del mundo es “El puerto de Liverpool”, tomó su bolso y fue a hacer compras.

¿Cómo, desde una montaña, imaginar que la falda del cerro es como una playa y que ahí se recuesta el mar? La única posibilidad es construir un puerto, un puerto que tenga un malecón sembrado con pensamientos y azucenas, y donde, por las tardes, aparezcan sirenas sobre las rocas, sirenas que canten cantos gregorianos que seduzcan a los hombres y mujeres que por ahí caminen.

Con la palabra puerto, las feministas a ultranza no deben preocuparse, porque ahí tienen el femenino ¡puerta!

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