La muerte de Mariano Mendoza IV

 

© Asesinos. Mil veces malditos. FCS, Sxbal de Las Casas. 2105

© Asesinos. Mil veces malditos. FCS, Sxbal de Las Casas. 2105

 

Cuarta de cinco partes

En eso estábamos cuando ya oímos la balacera en forma. Clarito escuchamos disparos de retrocarga. ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! sonó por las calles y barrancas; retumbó bajo el cielo de Los Cuxtepeques.

De ahí fue que decidimos ir a argüendear. Agarramos el rumbo de los disparos, nos encaminamos, aunque llegamos tantito después como pa’disimular. Y sí, sí era el pobre Mariano a quien habían acribillado. Lo acababan de sacrificar los de la Partida Militar. A mansalva lo habían asesinado, mero junto al portón de la Asociación Ganadera del pueblo. Ya estaba a punto de llegar al Parque Central, a menos de media cuadra, cuando de por ahí le salieron los soldados. Seguramente le dieron el topón y le dispararon a quemarropa, pues diez balazos le metieron. Esa noche, Mariano no llevaba pistola. Por eso es que no lo entambaron cuando iba con nosotros.

Sin embargo, o pa’cabarlo de joder, ¡Qué tamaña desvergüenza!… Cuando ya estaba en el suelo, cuando la gente lo pudo ver, ya el ejército le había puesto una pistola en la mano.

—¡Es que se opuso a la autoridad! ¡Opuso resistencia! —dijeron muchos durante esos días.

 

Al rato, en cuanto lo supieron, todos los de su casa vinieron, aunque no los dejaban entrar. Ni a don Chus Mendoza ni a nadie de la familia los dejaban entrar; para ver tendido al hijo de su alma… Para no darle oportunidad de reconocer la pistola y testificar ante el juez… decir y probar públicamente que el arma que le habían sobrepuesto, no era la de él, ni era conocida. Los soldados acordonaron el perímetro… hasta la bocacalle que daba hacia la Plaza Central. A las once horas llegó por fin el juez que venía de San Bartolo, el agente del Ministerio Público de ese tiempo, hora en la que por fin, pudieron levantar el cadáver. Luego, esa misma tarde, la federación mandó refuerzos al pueblo; más militares, pues de seguro se arrugaron de miedo, ante el temor de que la gente se levantara contra la milicia; contra la autoridad y contra el viejo mañoso don Rosario.

—¡Demasiados valientes para tan sólo un hombre, desgraciados! —Ansí dicen que dijo don Chus Mendoza— ¡Malhaya la suerte, hijo de mi corazón! Que si hubieras llevado un arma… la mitad de estos desvergonzados se hubieran ido contigo.

 

Aquí se acaba la insignificante cobardía de un hombre pequeño, autoritario y relleno de soberbia. La patraña del corazón negro de don Chayo, Rosario Santis del Campo. Quien mandó a matar a este buen hombre, como tiempo después lo supo todo el mundo, por boca del propio soldado, aquel Fermín yerno de don Amador González; viejo Chayo, quien no creía en nadie sino sólo en su dinero y sus propiedades. Aunque aquí también comienza la historia de uno de los hombres más grandes del rumbo; la historia de cuando cobardemente y a traición asesinan a Mariano Mendoza Bassaul, hijo de don Jesús Mendoza Albores y doña Cristina Bassaul. Cuando él, amigo nuestro, apenas tenía veinte años de edad y estaba en la plena flor de la vida.

Su muerte ocurrió a mediados de marzo de 1970, como a las once y media de la noche; muy pocos días antes de la feria del Cuarto Viernes, fiesta del Señor de Las Misericordias. Muerte valiente al fin, pues… diez veces le dispararon los uniformados y no caía… mientras se les iba encima, mentándoles la madre; gritándoles ¡Cobardes! ¡Mil veces cobardes! una y otra vez. Y esto es ansí, créanme, pues el segundo soldado que lo acribilló… yo mismo lo encontré bebiendo en cierta ocasión, en la cantina El Perico de don Humberto Porras. Él, borracho y desinhibido decía, a quien lo quisiera oír:

—No, noo. Pordios qué jijo’e-la-chingada… ¡Qué valentía! ¡Qué huevos de cabrón! Pero como era buena la paga, puees… nos lo tuvimos que tronchar. Yo pensé que al primer plomazo lo íbamos a acurrucar, y qué va. Ni lo sintió. Era un oso cuando venía pa’delante. El primer balazo se lo pegamos en el pecho, aunque yo pensé que ni le habíamos dado. Y agarramos y le apretamos otros… ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! y… le dejamos ir toda la carga, y como pudo llegó hasta onde estábamos… Toavía me alcanzó agarrar de las solapas.

 

Y fue de creerle al tipo, pues Mariano al caer muerto —cuando a la media noche lo vimos—, aún tenía en el puño izquierdo, pedazos de ropa del soldado.

—Que si me hubiera agarrado del pescuezo —sigue diciendo el soldado—, capaz que toavía me aprieta el cogote. No me agarró del cuello, pero sí se trabó en mi ropa, y hasta me alcanzó a desgajar la camiseta.

 

Ansí que… no cayó sino hasta la muerte. Se infiere que quedó de rodillas, y así hincado siguió hasta morir al fin, cuando le metieron el tiro de gracia en la cabeza; cuando se dobló entonces y quedó bocabajo. Con el tiro de gracia, desafortunadamente, marca del ejército por esos tiempos. Y otra cosa igual o por el estilo: que el mismo coronel que lo atendía en la XXXI Zona Militar de Tuxtla, quería incorporarlo al ejército y hasta cuentan que de él decía:

¡Chingón ese Mariano! ¡Tipo de pura cepa! De esos hombres no nacen todos los días.

 

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