Definición de De

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La De sirve para mucho. Imaginen nuestra lengua española sin la de. ¡Ah!, no podríamos escribir todas las palabras que comienzan con de, por ejemplo: dedo. Si la muchacha bonita quisiera que su amado jugara por ahí con el dedo, tendría que decir: “Por favor, méteme el do” y esto crearía confusión, porque el novio, en lugar del dedo acercaría su boca para gorgorear unos do de pecho que ni Plácido Domingo.

La De permite que exista el sentido de posesión, y aunque hay muchos que indican que la posesión es nefasta (debe ser porque tienen envidia de Carlos Slim) es importante, ya que permite deslindar propiedades. La mamá llega y pregunta: “¿De quién es este suéter sucio?” y Rocío (por decir un nombre) señala a su hermana gemela y dice: “Es de Mónica”. ¿Ya vieron la importancia de la de? Si la de no existiera, el dicho de Rocío habría sonado como: “Es Mónica” y esto sonaría casi casi como declaración de guerra porque se interpretaría que Rocío dijo que Mónica es un suéter sucio, trapeador, pues.

La De sirve para deslindar propiedades y para intentar hallar culpables ante un error magno. Cuentan que cuando el Titanic se hundió míster Franklin Duero preguntó: “¿De quién es la culpa?”. Bien pudo preguntar, al estilo de las mamás mexicanas: “¿Quién es el culpable?”, pero ¡no! Míster Franklin empleó la de para que la respuesta también la incluyera. Cuando alguien pregunta “¿Quién es el culpable?”, la respuesta da un nombre de manera directa: “Fue fulano”; pero cuando la pregunta incluye el de, necesariamente debe responderse usando el de: “¿De quién es la culpa?” La respuesta es: “De fulano”.

A la De el mundo hispanohablante debía erigirle un monumento; un monumento que fuera recordatorio permanente de la importancia de su existencia. En la Ciudad de México, cientos de veces en el día, el taquero pregunta: “¿De qué van a ser, mi joven?”. Esa de es maravillosa, es, de acuerdo con la última estadística del Instituto para la Buena Dicción, la preposición más empleada en la lengua española, junto con la a.

En una ocasión en un taller de verano jugamos a decir palabas que iniciaran con de. Los niños dijeron las palabras clásicas: deber, defectuoso, delgado, desabotonarse, declamación y muchas más. Cuando la conductora del taller dijo: ¡Basta!, todos callaron, pero un niño que no había dicho palabra alguna, levantó la mano y preguntó si podía decir su palabra. Hubo murmullos entre los demás niños y algunas sonrisas por debajo de la mano. La conductora sonrió y dijo que sí, que, por favor, dijera la palabra. El niño se paró, colocó las manos sobre la mesa y, en tono de pregunta, dijo: “¿Se vale decir democracia?”. Todos rieron. La conductora dijo que sí, que esa palabra comenzaba con de y era correcta. ¿Por qué preguntaba si estaba bien?, inquirió la conductora, y el niño dijo: “Es que mi papá dice que ya no existe la democracia”. Los niños volvieron a reír, ahora con más ganas. El niño se sentó y volvió a quedar callado.

Si no existiera la De esta columna de Chiapas Paralelo no existiría, porque no podríamos hallar nuevas “definiciones” de palabras. En todo caso, el juego consistiría en hallar finiciones y las finiciones, lo sabe todo el mundo, son conceptos que hablan acerca de la finitud de las cosas. Claro, este término sólo lo emplean en Ukbetor, que es una zona donde (¡qué pena!) el uso de la De fue proscrito por un dictadorzuelo que, en efecto, tenía escozor cada vez que alguien pronunciaba la palabra Democracia.

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