Iguales ante Dios, distintos para la Iglesia

La iniciativa de ley presentada por el ejecutivo y encaminada a igualar los matrimonios homosexuales con los heterosexuales parece no encontrar el camino llano que esperarían algunos políticos, organizaciones civiles y, por supuesto, el propio Presidente de la República, necesitado de algún tipo de legitimación por parte de los sectores más críticos de la sociedad mexicana, muchos de ellos partidarios de este reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo.

Cómo es lógico, esta medida que recuerda al PRI más próximo a los gobiernos posrevolucionarios del siglo XX ha tenido y lo seguirá teniendo, a no ser que cambien mucho las cosas o se retire la propuesta, la oposición de la jerarquía católica y de las organizaciones afines a la misma. Nada nuevo bajo el sol. Hay que recordar en tal sentido que el combate entre las dos espadas del mundo moderno, la política y la religiosa, no ha cesado por mucho que hayan existido momentos de acuerdo o convivencia. Por ello sorprende que un país ejemplo de laicidad desde su constitución de mediados del siglo XIX, y que se anticipó a los países latinoamericanos y muchos europeos, tenga todavía que estar bajo la lupa de los que no entienden la separación entre la Iglesia católica y el Estado. En especial porque para un Estado laico como el mexicano, a pesar de los devaneos religiosos de nuestros últimos presidentes de la República, solo se reconoce el matrimonio civil, mientras que el celebrado por las distintas adscripciones religiosas está delimitado por la creencia de cada individuo o pareja.

De otra parte hay que recordar que la Iglesia católica, institución milenaria donde las haya, está construida por los hombres –recordemos la exclusión de las mujeres de su jerarquía-, mismos que dictan las políticas que deben llevarse a cabo en el seno de la institución. Las sagradas escrituras, por lo tanto, son un referente para la interpretación puesto que como es bien sabido la propia hermenéutica tiene su origen en la lectura y análisis peculiar y subjetivo de esos textos sagrados en cada tiempo histórico. Lo que hoy es permitido o establecido nada tiene que ver con lo dictado o efectuado en los siglos pasados. Ejemplos sobran y aquí no es el lugar para recordarlo. Es así que la Iglesia católica ha discutido en su seno la propia igualdad de todos los seres humanos ante los ojos de Dios, y sus actuaciones desde su origen hasta momentos más recientes así lo demuestran, por mucho que les pese a jerarcas y ciertos creyentes.

de temposmodernos.com

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El caso del matrimonio homosexual entra, por lo tanto, en un debate de extensa raigambre, aunque no con esa adjetivación gay, sino relacionado con la igualdad de los seres humanos ante los ojos del Dios predicado. Sería bueno escuchar debates teológicos sobre esta problemática, pero existentes o futuros lo que es innegable es el cinismo que ciertos miembros de la jerarquía católica ostentan al hablar del tema. Muchos en este país, porque es el que nos incumbe, quisiéramos escuchar la misma contundencia manifestada ante ese tipo de matrimonio en los casos de pederastia constantes por parte de miembros de la institución religiosa. La credibilidad de la Iglesia católica ganaría algún entero para ciertos miembros de la sociedad, puesto que para otros es difícil que nos convenza, si sus máximos jerarcas fueran menos timoratos a la hora de condenar a auténticos abusadores. Y algo similar habría que pedirles a las organizaciones católicas que se llenan la boca de moralismo sin tomar en cuenta ese y otros delitos cometidos por los hombres de la Iglesia.

Los horrores de las guerras y de las torturas que la Iglesia católica encabezó, se unen a la permisibilidad que esa institución ha tenido con discriminaciones de todo tipo o con los regímenes políticos caracterizados por la persecución de seres humanos por sus ideas. Ejemplos sobran, como dije antes. No son tiempos anticlericales, por supuesto, pero un poco de leña al fuego no iría mal ante tales sinsentidos. Y tampoco tendríamos que ocultar que el Estado mexicano decide las políticas sobre las uniones entre seres humanos, y reconocer el matrimonio gay no significa más que adecuar la legalidad a las situaciones de hecho, algo que es común en el derecho, que suele ir a remolque de la realidad.

 

 

 

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