Viejos-nuevos problemas: las mujeres en los años ochenta

Congreso feminista de noviembre de 2016. Foto: Gio Leal

 

Quizá no hemos reparado suficientemente sobre la relevancia de los años ochenta del siglo XX para los movimientos sociales y, de modo específico, para la organización independiente de las mujeres.

El contexto en Chiapas fue de grandes movilizaciones campesinas –entonces, poco se usaba el término “indígenas”-, había una fuerte represión gubernamental contra las disidencias, pero también se dio la emergencia de actores nuevos, las mujeres entre  ellos.

En América Latina, durante los años ochenta, lo más llamativo fueron las revoluciones centroamericanas: Nicaragua, El Salvador y Guatemala y, desde mediados de esa década, el término de los regímenes militares y autoritarios en varios países mediante pactos políticos que no siempre favorecieron la justicia necesaria. En tal contexto, la preocupación y los objetivos políticos en las izquierdas se desplazaron, sutilmente, casi sin cuestionarse, de la revolución a la democracia, del socialismo a los derechos, como señalara en su momento el politólogo Norbert Lechner.

Entre las mujeres ocurrió algo similar, al menos entre quienes provenían de experiencias radicales, pero aquel desplazamiento fue precisamente lo que hizo posible su constitución como sujeto político con luchas y demandas propias.

 

¿Cómo fue la historia?

Desde fines de los años setenta, pero sobre todo en la década siguiente, mujeres y hombres de diferentes entidades arribaron a Chiapas para cambiar la vida propia y la de otras personas; fue un encuentro con hombres y  mujeres del campo y la ciudad para hacer posible las utopías.  Y no hablamos solamente de guerrillas y ejércitos revolucionarios, que, como sabemos, los hubo. No. Referimos utopías no armadas encabezadas por mujeres. La historia de las guerrillas no es, por cierto, la historia central de las mujeres, aunque éstas han tenido una participación protagónica en aquéllas.

Si bien algunas mujeres se vincularon a, o provenían de organizaciones relacionadas con guerrillas y ejércitos, la experiencia de la doble militancia y la crítica a la falta de visión interna de dichas organizaciones respecto de desigualdades estructurales de género como una cosa aparte de las condiciones materiales de vida, llevó a las mujeres militantes a una separación progresiva de dichas organizaciones. [1]

Chiapas fue, en los ochenta, el escenario en el que mujeres diversas originarias de otros estados y de la entidad sentaron las bases para construir y empezar a escribir la propia Historia.

En noviembre pasado, en la mesa del Primer Congreso Feminista de Chiapas  llamada Perspectivas Feministas Históricas, varias mujeres de quienes iniciaron esas luchas se dieron cita y, desde una mirada propia, externaron lo que consideran relevante de la época.

La construcción de espacios propios de mujeres, con temas y problemas propios, con luchas propias, dicen, caracterizó este andar de la primera generación de feministas en la entidad. La salud, la sexualidad, el conocimiento del cuerpo, la violencia, la crítica a “la costumbre”, la opción sexual distinta constituyeron algunas de las principales preocupaciones de la época. La diáspora campesina guatemalteca en la frontera con Chiapas fue, para otras mujeres, el centro de su trabajo.

Fue en cualquier caso en esta época cuando las mujeres empezaron a organizarse sobre la base de un ideario específico que algunas ya llamaban feminista, aunque el término no gozaba de total aceptación entre la mayoría.

La época fue la toma de conciencia –uno de los conceptos clave en la teoría feminista, junto al de experiencia– respecto de sí mismas en dos de las ciudades más importantes de la entidad: San Cristóbal de Las Casas y Tuxtla Gutiérrez. Mujeres distintas entre sí con caminos también diferenciados que una historia completa debería recoger: en Tuxtla, posiblemente más que en San Cristóbal, dio comienzo el trabajo con instituciones gubernamentales y con partidos políticos, primero el Partido Revolucionaria Institucional (PRI) y, más tarde, el Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Las participantes de la mesa referida –la mayoría protagonistas de la época- refirieron la fuerza que tuvo encontrarse a sí mismas, reunirse en espacios propios –no mixtos-, reflexionar críticamente, organizarse y empezar a pensar las problemáticas en clave de derechos, esto es, de ciudadanía. La conciencia respecto de uso del lenguaje sexista   data también de aquellos momentos: hablar de “campesina”, de “trabajadora” contribuía a la visibilización de las mujeres y del trabajo que realizaban, así como la relevancia de su participación en la economía familiar.

Ganar el espacio público, “el derecho a salir” sin temor a las violencias, fue otro de los temas trabajados con mujeres indígenas, pero que también cruzaba las vidas de las mujeres urbanas. No por casualidad hoy ese derecho encuentra su expresión en las luchas contra el acoso sexual callejero de las feministas jóvenes.

Precisamente, el problema de mayor convocatoria fue la lucha contra la violencia –que por entonces se la llamaba “doméstica” y sexual-, y que sigue teniendo, lastimosamente, toda la fuerza tanto en el sentido de su presencia en la sociedad urbana y las comunidades rurales, como en una de las fuentes primarias de organización de las mujeres.

La pregunta obligada al respecto es entonces: ¿por qué persiste la violencia contra nosotras? ¿Por qué ésta se ha incrementado? ¿Por qué el Estado no ha tomado en sus manos una lucha frontal y sistemática contra la violencia hacia las mujeres?

Quizá no se sepa, pero la lucha contra la violencia es, precisamente, en México y otras partes del mundo, una iniciativa de las mujeres organizadas y, mucho más tarde, del Estado y sus tibias políticas.

Grandes años ochenta, sin duda.

Foto: Gio Leal

Por todo lo vivido, el optimismo respecto de la época de los ochenta se hizo presente en el Congreso Feminista: “qué importante es estar juntas, compartir la vida, compartir los sueños, compartir las esperanzas y las rebeliones”.

Sin embargo, una de las miradas críticas destacó un elemento definitorio pocas veces reflexionado y que no es privativo de las mujeres organizadas: nuestras vidas están cruzadas por el poder. Ciertamente, las luchas de las mujeres se ven ensombrecidas por las relaciones de poder, al punto de conflictos de todo tipo y de rupturas continuas que hacen difícil los consensos y la unidad.

Ayer y hoy. Definitivamente.

Finalmente, en toda esa reconstrucción de la historia es necesario destacar que, si bien hubo expresiones feministas y/o “de mujeres” antes de 1989, nacidas en la Facultad de Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), fue la marcha del 10 de mayo de ese año, convocada en el contexto de una fuerte lucha contra la violencia, lo que marca la conversión del incipiente “movimiento” en organizaciones de mujeres formales.

El Grupo de Mujeres de San Cristóbal de Las Casas y la Comal Citlalmina constituyen los referentes al respecto. Y nuevos desafíos se presentaron con dicha conversión: uno de los más importantes fue buscar y recibir financiamientos que posiblemente impactan de manera negativa en la autonomía, pero que son necesarios para la incidencia social y política.  ¿El feminismo deja de ser “militante” para convertirse en una fuente de vida? ¿Le quita legitimidad al feminismo?

¿La historia se repite?

Aquí no cabe la sentencia de Marx de que la historia se repite dos veces…. Sin embargo, es verdad que entre quienes pensamos en las utopías los dilemas se presentan una y otra vez.

Vale la pena entonces formular varias preguntas para las jóvenes feministas  después de tan ricas reflexiones sobre los años ochenta en Chiapas:

¿Cuáles son las problemáticas centrales en las luchas de las nuevas generaciones?

¿Cuáles son los problemas que afrontan en sus procesos organizativos? ¿Cómo se expresa el poder en las relaciones sociales entre ellas?

¿Cuáles serán los aportes, sus aportes, a los movimientos de mujeres, sus luchas y conquistas?

¿Interesa aprender de la historia o se quiere partir de “cero”?

[1] Recomiendo ampliamente uno de los trabajos fundantes de las teorías feministas, que discute de manera novedosa con la teoría marxista, particularmente con Friedrich Engels, así como con el antropólogo Claude Levi- Strauss, y los psicoanalistas Sigmund Freud y Jacques Lacan. Gayle Rubin propone su concepto de sistema sexo- género para distinguir claramente entre las diferencias biológicas de mujeres y hombres, por un lado, y los productos de la actividad humana que las convierten en desigualdades estructurales, por otro. Vale decir que la filósofa feminista Judith Butler –inspiradora del Movimiento Queer- toma este trabajo como una de sus fuentes principales, entre otras. Gayle Rubin 1986 [1975], “El tráfico de mujeres. Notas sobre la ‘economía política’ del sexo”, Revista Nueva Antropología, noviembre, año/vol. VIII, número 030, pp 95- 145. http://www.caladona.org/grups/uploads/2007/05/El%20trafico%20de%20mujeres2.pdf

 

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