Despidos masivos del gobierno chiapaneco. ¿Hecatombe o posibilidad de futuro?

Desde que finalizaron las vacaciones decembrinas de 2016 y se inauguraron labores en el gobierno estatal, en la siempre odiada cuesta de enero, muchos trabajadores de sus distintas dependencias vieron como la escasez económica del fin de fiestas navideñas se convertía en una auténtica cordillera que trascendía a la deseada primera quincena del año. Desde enero, y durante los meses que llevamos de 2017, demasiados funcionarios de toda categoría han perdido sus puestos de trabajo, puestos que no siempre han sido ocupados. Esa supuesta racionalización del gasto público ha hecho que muchas familias entraran en las nutridas filas del desempleo estatal y, en concreto, de la capital chiapaneca.
No soy partidario del excesivo número de funcionarios para que un Estado moderno funcione, ya que está demostrado que más personal no significa aumento en la eficiencia. Situación similar a la que se observa en las horas dedicadas al trabajo. Más tiempo no implica un mejor rendimiento y logro de objetivos, que en el caso de las instituciones públicas significa servir a los ciudadanos con rapidez y responsabilidad, como mínimo. Ambas cosas no constantemente presentes en las dependencias estatales, puesto que a lo mejor nadie les ha explicado a los trabajadores que están para servir a la ciudadanía. Tal vez demasiada exigencia cuando sus jefes, inmediatos o superiores, desconocen dicha máxima del funcionariado.
Críticas aparte, lo real es el gran número de empleados públicos y familias afectadas. Un elemento más para complementar la crisis que vive la ciudad capital del estado. De hecho, además del histórico comercio de Tuxtla Gutiérrez, por haber sido una de sus características desde su fundación, y el aumento de los servicios de distinta naturaleza en los últimos años, el papel del gobierno estatal en la capital es primordial para entender su economía, a falta de otras opciones reales destinadas a crear empleo, aunque ni siquiera sean dignos los salarios y prestaciones del funcionariado. Y lo anterior sin mencionar, también, las compras o las actividades que el propio gobierno solicita a empresas o profesionistas de Tuxtla Gutiérrez.
Muchas ciudades del mundo padecen esta dependencia de la burocracia pública a la hora de mantener un cierto vigor económico, y sin pensar en alternativas. Ese es el caso de Tuxtla, donde se observan auténticas batallas en busca de relaciones o filiaciones, de todo tipo, para lograr acceder a un puesto en las dependencias del gobierno estatal y, en su defecto, en el municipal. A ambos poderes hay que agregar las representaciones federales que, igualmente, se ubican en la capital estatal.
La supeditación a la oferta burocrática para acceder a una plaza laboral remunerada es insostenible para cualquier sociedad que crece, tanto en población como en los perfiles profesionales de las generaciones que entran al mercado laboral. Primero porque las actividades del funcionariado tienen que utilizar cada vez más los avances tecnológicos y, en ese sentido, son menos las personas que se necesitan para muchas tareas y, en segundo lugar, porque la administración pública, únicamente, no puede resolver el constante incremento de la demanda de trabajo.
Jóvenes, y no tanto, acceden a trabajos no especializados y con bajas remuneraciones, a pesar de contar con supuestas habilidades obtenidas en las aulas; o se deciden a emigrar más allá del terruño chiapaneco. He insistido en ello, y no hay que quitar el dedo del renglón en este asunto. Lo lamentable es que nos quedemos, simplemente, con los despidos y la falta de empleo de la burocracia, y no vayamos más allá. Aunque se duplicaran las plazas laborales públicas no lograríamos establecer caminos productivos que hagan olvidar la tranquilidad, cada vez más intranquila, del trabajo en la burocracia. Cómo se puede comprobar, las autoridades que encabezan al estado de Chiapas, dadas sus actuaciones, no tienen la menor preocupación por los despedidos o por propiciar alternativas. Su concepción de la economía, si es que la tienen, no va más allá del inmediatismo y del expolio.
Habrá que poner remedio y para ello no todo hay que dejarlo a los gobernantes en turno, protegidos por su investidura. Su desinterés por los ciudadanos no debe coincidir con el temor de la población chiapaneca, aquella achantada ante la posibilidad de perder el trabajo y el sustento familiar. Frente a circunstancias tan adversas debe surgir lo mejor de la creatividad individual, y ella solo es posible sin miedo y con osadía. Y una ciudadanía valiente también podrá, en algún momento, enfrentar con claridad los desafíos del terruño chiapaneco. ¿Modelo idílico? Puede ser. Pero ejemplo a seguir en momentos de crisis profunda como los actuales.

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