La sombra del colonialismo en Nuestra América

El texto de José Martí, Nuestra América, se publicó en Nueva York el primero de enero de 1891. Es uno de los textos más importantes e influyentes que un pensador latinoamericano haya escrito. Su influencia sigue caminando por Nuestra América toda, motivando la reflexión y la investigación de la condición humana en nuestras tierras. Justo una de las inspiraciones más provocadores del texto de Martí, es la reflexión acerca de las herencias coloniales en Latinoamérica y en el Caribe.

Esa herencia colonial se continúa en nuestros días a través de la marcada heterogeneidad estructural existente en Nuestra América, cuya manifestación más lacerante son los altos niveles de desigualdad social existentes. Nuestros países, incluido en ellos a los insulares del Caribe, poseen estructuras productivas poco diferenciadas, una de las herencias coloniales más visibles. Esa característica los vuelve vulnerables y dependientes, además de incidir en los altos índices de desempleo. Nos muestra además que la desigualdad no sólo es económica, sino que se manifiesta en la desigual e injusta posición ante el Derecho. No es para nada real que en Nuestra América la población sea igual como sujeto de derecho, una de las normas más queridas del ideario liberal. Eso, en nuestros países, es letra muerta.

A ese desigual acceso a la justicia, se une la distribución inequitativa del ingreso y de la riqueza, producida por quienes trabajan cotidianamente no sólo para ganarse la vida, sino para reproducir a la sociedad en su conjunto. Son quienes ocupan las escalas más bajas de la escalera social imperante. Además, la vida de los trabajadores se ha ido degradando conforme los sindicatos se diluyeron y se perdieron las conquistas sociales ganadas en años de luchas intensas. Los líderes sindicales en Nuestra América son los más fieles y poderosos aliados de los que viven de explotar el sudor humano. Otra de las más funestas herencias coloniales. El acceso a los bienes culturales es también inequitativo. Se sigue reproduciendo la idea de una cultura superior versus las culturas populares, que, ¡bueno!, hay que tolerarlas, pero no tienen parangón con el arte fino y exquisito producido por la holgazanería capitalista. Así piensan los que están arriba de la montaña observando a quienes ellos llaman “el infelizaje”. Por ende, el derecho igualitario a la educación es un mito. Mientras la educación pública se degrada, la educación privada se vuelve más cara e impenetrable, además de que va imponiéndose en toda Nuestra América. El plan es llegar, a un mediano plazo, a la caducidad de las escuelas públicas y el virtual reino de la educación de paga. ¡Que paguen! Los que quieran educarse, dicen los encumbrados.

Existen países de Nuestra América en los que el número de Universidades Privadas es imposible de creer como deleznables son sus niveles académicos. Por supuesto, los que tienen el control de la riqueza envían a sus críos a las grandes universidades de paga del extranjero y desde allí regresan más desmemoriados y desarraigados, convertidos en propagandistas de la privatización. Todo ello amarra la dependencia, hace de Nuestra América un conjunto de países desgarradoramente incapaces de resolver sus problemas y cada vez más profundamente colonizados. La visión no es para nada optimista. Pero aún queda la esperanza de que, como lo soñó José Martí, nos levantemos una mañana para arrebatar la aurora y construir un mundo nuevo.

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. 10 de julio de 2017

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