Degradar las Universidades: el sello del autoritarismo

Una de las características de los gobiernos autoritarios, o de regímenes políticos dictatoriales, es la indiferencia frente a las Universidades y el poco interés, por decir lo menos, frente a la generación y divulgación del conocimiento. Solo hay que recordar aquella frase atribuida al general José Millán-Astray y dicha en un recinto de tan larga historia como la Universidad de Salamanca, en España: “Muera la inteligencia”. La ciudad castellana, ya ocupada por las fuerzas militares que encabezó el dictador Francisco Franco Bahamonde tras su golpe militar de 1936, veía así profanado uno de sus espacios más emblemáticos y escuchó, frente a personajes como Miguel de Unamuno, esa frase que resume el desinterés del fundador de la Legión española por lo producido y divulgado en las aulas salmantinas.

Pues bien, esa triste anécdota no se ha producido en Chiapas, pero parece que la pudieran firmar muchos de sus gobernantes pasados y presentes. Las Universidades públicas se han convertido en un botín para repartir favores políticos puesto que los nombramientos se alejan, cada vez más, del perfil de persona universitaria o, al menos, con amplios nexos con ese singular mundo.

No cabe duda que los tiempos llaman a cambios  en las máximas casas de estudio, pero esas lógicas reformas nada tienen que ver con la degradación constante de su función cuando se rigen por personas sin ningún tipo de interés por las aulas y la creación de conocimientos, del signo o disciplina que sean esos nuevos saberes. Esta situación ha convertido en escuela de pillaje los recintos universitarios, incluso con denuncias tan sorprendentes y preocupantes como las de llevarse a cabo, en sus instalaciones, tareas de espionaje a personas o colectivos.

Rectoría

Se asiste, de esta manera, a una perversión de sus funciones y, lo que es peor, a una despreocupación por su funcionamiento en detrimento de lo que deben ser las universidades, por mucho que se esfuercen profesores, investigadores o trabajadores en general, conscientes de su labor y el de su institución. Parece poco probable que, sin apoyos y políticas claras de los rectores que las encabezan, las universidades puedan lograr mejoras reales y constantes, o incluso cumplir de manera mínima con su labor educativa.

La inestabilidad de la Universidad Intercultural de los últimos meses, la llegada y salida del Rector de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, o la destrucción de logros conseguidos en la Universidad Autónoma de Chiapas, remiten a esa indiferencia del poder hacia uno de los núcleos del conocimiento de Chiapas y donde deben formarse los futuros cuadros de un estado tan necesitado como el nuestro de inteligencia, de acciones llevadas a cabo con imaginación y conocimiento. Y ese tipo de tareas o formas de enfocar las actividades surgen de los aprendizajes recibidos en las universidades casi siempre.

Si se sigue ese desafecto hacia los recintos universitarios y lo que representan no se necesitará un loco militar gritando sandeces, sino que los hechos confirmarán la muerte de la inteligencia, al menos en algunas personas con demasiado poder.

 

 

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