La DUI y el eterno retorno

The chamber of Catalonia´s regional assembly, the Parlament, is seen in Barcelona, Spain, October 9, 2017. REUTERS/Ivan Alvarado

 

Hoy, mientras escribo estas líneas, es 12 de octubre. Jornada en la que – coincidiendo con la arribada de Colón y el inicio de la colonización y saqueo de lo que acabaríamos por denominar América – el nacionalismo español (ese que no existe) celebra su Día. Antiguo Día de la Raza, ya en tiempos de Alfonso XIII, celebrado por primera vez en 1935, e instituido oficialmente en 1958 por la dictadura franquista. La efeméride pretende erigirse como una suerte de celebración del dominio colonial y sus frutos, una especie de Commonwealth hispánica, sin lograrlo.

Y resulta significativa su coincidencia, apenas a dos días vista, con la Declaración del 10 de octubre en el Parlament de Catalunya. Una declaración, o casi declaración, o no declaración, que viene a ilustrar cómo esa vinculación colonial de puertas afuera que el Estado Español se empeña en reivindicar, existe también – mal que lo nieguen – de puertas adentro. Y se constituye como elemento esencial en la construcción de actual modelo de Estado.

La DUI se proclamó y no se proclamó. Se firmó pero no jurídicamente vinculante. Y se dejó en suspenso. Se tendió la mano al diálogo. El mundo, o Europa, miraba. De lo que se trataba era de erigirse y comportarse como sujeto político e interlocutor legítimo. Y de presionar, vía Europa, al Estado para negociar.

Pero Europa es el Estado, por más que a veces queramos creer lo contrario –probablemente por ese poso de sentimiento ibérico de inferioridad frente a «Europa» (es decir, el «Norte) – Y es que esta UE son los Estados y su corporativismo. Los Estados como herramienta de sus élites no como portavoces de los pueblos. No hay más que ver, simplificando, qué rol hegemónico juegan la Comisión Europea y el Consejo Europeo – controladas por los poderes estatales – frente al Parlamento Europeo, único órgano escogido por la ciudadanía (en el que ya casi nadie cree) y cuya capacidad es cada vez más limitada y marginada.

La izquierda no independentista – tan oportunista como siempre – corrió a celebrarlo. Como si el giro reforzara sus postulados. En realidad muestra a las claras que lo suyo no son postulados, sino imposturas. Inmediatamente se reunió el Consejo de Ministros, y el Gobierno español dio por iniciado el proceso de suspensión de la autonomía (el ahora famoso 155), previo requerimiento a la Generalitat, para que aclare – manda huevos, como diría el exministro de Aznar – si se ha proclamado «de verdad» la República Catalana.

Aunque – como siempre – la respuesta estatal vaya envuelta de un halo esperpéntico, en realidad solo preparan el terreno y tratan de obligar a la Generalitat a dar pistoletazo de salida para la escalada de represión política. Que ya tienen pactada los partidos estatalistas. Pacto en el que – por supuesto – no pintan nada esas izquierdas no independentistas.

Europa – el «Norte» civilizado y democrático – está deseando que el independentismo se ahogue en su propia salsa. Pues, seguramente, interprete la suspensión temporal de la Declaración como permanente. Es decir como una claudicación en el proyecto de la República. Una sumisión al orden estatal.

Y para el Estado, seguramente sea una oportunidad para hacer lo que tanto tiempo lleva deseando. Por cierto, cuando digo el Estado no me estoy refiriendo solo al gobierno de turno. Sino a las estructuras de poder político, económico, mediático, y a la caterva de bufones de la corte que, con aires caciquiles y fascistoides, pasean su estupidez por los pasillos oficiales (Me refiero, sobretodo, cómo no, al bufón por antonomasia del momento, Albertito Rivera. Que ya tiene guasa el apellido)… a todo el conglomerado que espera, y desea, un castigo ejemplar para la Catalunya díscola, por haberse atrevido a salirse del redil.

Y en ese proceso los fantasmas del fascismo despiertan de su falso letargo. Alimentados por unas fuerzas de des(orden) cuyo objetivo es, como siempre, que nada se mueva, que nada cambie, que todo siga bajo su control. Lo llaman Unidad, pero quieren decir Dominación. Por eso alientan a sus dóbermen. La doctrina del shock, el arma del miedo.

Ahora estamos en un impasse – un impasse de varios siglos, concentrado en este instante – saber leerlo e interpretarlo es la clave del asunto. Como alguna vez dijo mi admirado cómico Pepe Rubianes, este seguramente sea un momento para caminar hacia la hora perfecta con la cabeza erguida, y el ritmo justo que da compás a los sueños (sin olvidar que hay muchas fantasmas esperando convertirlos en pesadillas). Habrá que tomar decisiones que comporten riesgos. Si es que, verdaderamente, se apuesta por un fin emancipador colectivo y con vocación de justicia social, política e histórica. Eso debería ser la República. ¿Acaso tenemos derecho a renunciar?

Un impasse que demanda cabeza fría. Pero decisiones firmes en sus convicciones y mesuradas en sus actos para no justificar más violencias. Que exige gestionar la frustración y la ansiedad – tan extendidas en estos tiempos posmodernos – y que obliga a comportarnos con honestidad y valentía. Ésta es una hora de verdad, quien no sepa verlo no estará a la altura.

No sé si el último movimiento de suspender la Declaración es el correcto o no –seguramente no haya una sola respuesta – pero es el que se ha hecho y no va ser el último. La partida se ha tornado sería, ya era hora que lo hiciera. Las cartas están sobre la mesa – y debajo de ella –. Es una partida desigual, como lo son la mayoría, en el que la desproporción de fuerzas hace que solo la movilización social – una fuerza basada en la solidaridad, la comunión, y la cooperación – pueda decantarla hacia el lado de la construcción de nuevas realidades necesarias.

La República Catalana no es solo la llave hacia un nuevo Estado – quizás eso no sea en último término lo más importante – sino el impulso hacia otras formas de relación política necesarias, en el seno de una Europa cautiva de estructuras de poder elitistas.

 

La catalana es una sociedad compleja y no homogénea. Lo que vivimos no se puede reducir solo a la enésima lucha entre David y Goliat – aunque eso también se esté dando – sino a algo más importante. Cómo una sociedad se mira a sí misma, preguntándose qué quiere ser y por qué. En esa pregunta, como en todos los procesos de evolución, emergen elementos distintos y a veces antagónicos, desde la esperanza, la creatividad, o la valentía, el miedo, la violencia, o la coacción.

Y es que, ya lo decía Marx, la historia se repite como tragedia y como farsa. Como muestra un botón; 1932. Proyecto de estatuto de autonomía para Catalunya – en la II República – ya se había aprobado el de Galicia sin problemas. Pero Catalunya no, Catalunya es el enemigo interno que todo Estado de poder reaccionario como el español necesita para cohesionar sus fantasmas. Unos fantasmas que hoy salen a las calles – otra vez – a golpear  bajo la impunidad y el aliento de la monarquía, el poder estatal y los medios afines.

Un orden de poder que considera a Catalunya, de facto, como algo ajeno y conquistado que le pertenece. En esa relación de dominación, cualquier acto de autoafirmación es vista y respondida como una agresión, en la que la violencia está justificada.

Pero hay que atreverse a ir más allá de todo ello. Seguramente de eso se trate la paradójica epopeya humana. Y apostar por el camino de la emancipación colectiva.

Endavant la República Catalana (Y las repúblicas ibéricas).

GermàGariz.

Sociólogo.

Vitoria-Gasteiz.

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