La tentación del umbral

Miguel Ángel Zebadúa Carboney*

La corrupción en México

Justo en el momento en que el caso Odebrecht estaba poniendo en jaque a Emilio Lozoya, (ex director nada más de PEMEX y socio del peñismo), justo cuando la mayoría de la población estaba pidiendo, rezando, para que la selección nacional no quedara junto a ningún gigante futbolero, justo cuando el 12 de diciembre desvió la atención de millones de creyentes aniquilados por pobreza neoliberal, Enrique Peña, en el ocaso de su mal gobierno, preparó el dictamen -siguiendo la pauta de sus antecesores de la derecha política PRI-PAN, aliados, no hay que olvidar, también en todos los rubros económicos como privatizaciones, entre ellas la joya de la Corona: PEMEX- de la ley de seguridad interior, tratando así de ocultar todo el iceberg  corrupto de la oligarquía. Es lo que se denomina hacer “una cortina de humo”. (Esta desviación pareciera ha sido recurrida en Estados Unidos. La torre de Trump en llamas, un asesino solitario aparece, un atentado surge. Justo en los embrollos, ahora por un libro revelador.) Guerra psicológica

De hecho y no de jure, las fuerzas armadas mexicanas han venido desempeñando, desde varios años, funciones policiacas, sin que por ello –de nuevo- se distingan gobiernos priistas y panistas apoyados por sus rémoras verdes y aliancistas. Se trata de una pauta convertida en proceso de acoplamiento del rol militar al policiaco, una conversión intensa donde lo “interno” es prioridad. Esta tesis aleja a las fuerzas armadas de la soberanía nacional como un todo, si se comparan con las múltiples funciones militares desempeñadas en el interior del territorio nacional; pero también hay que tener en cuenta que las bandas de narcotraficantes son amenazas externas,  dado el alcance de sus recursos, dotaciones técnicos y humanos.

La ley coloca a las fuerzas armadas en el último escalón de la escalera estatal: el recurso de la fuerza para solucionar un problema civil, cuya decisión significa la aceptación de su derrota de una guerra declarada por el panista Felipe Calderón y que parece culminar con pasarle oportunista y riesgosamente la estafeta a los militares, para solucionar la crisis de seguridad en se encuentra el país, los cuales  homogeneizarán  prácticamente todas las funciones policiacas hacia la lógica militar. Sin embargo, los colocan en una situación y presión difíciles, si bien no nueva, sí costosa por el alto riesgo existente entre la delgada línea de los derechos humanos vulnerados cuando el recurso de la fuerza se hace presente, como ha ocurrido en México.

La tentación cómoda de los civiles por dejarle cada vez más tareas a las fuerzas armadas –persiguiendo narcotraficantes, enfrentando guardias comunitarias, conteniendo protestas campesinas, preguntando en retenes, vigilando estaciones de autobuses, “buscando” a una niña en los escombros de la muerte, etc, etc.- los hace ver como actores en transformación de sus funciones para solucionar prácticamente todos los problemas que aquellos no quieren, ni asumir ni resolver. “Que lo hagan las fuerzas armadas”, podrían ser las voces venidas desde lo más profundo de la historia del conservadurismo mexicano, donde un Santa Ana, o un Díaz son raíces. El eco de las voces del orden están en esta línea, como el senador por Chiapas Gil Zuarth, quien aliado con el priísmo han presionado para implantar el orden en un desorden nacional ocasionado por su partido, el PAN y su nuégano, el PRI. El costo de ello aún se viene padeciendo en el interior de la institución militar desde el síndrome de 68 hasta Ayotzinapa;  pero no es sólo el desprestigio, la afectación a la imagen militar lo que está en cuestión –que lo está-; es la transformación gradual de lo que ningún ejército o marina modernos harían: hacer tareas policiacas de penetración social para encontrar, archivar y  erradicar un encabronamiento social acumulado en años. Si ya ha habido enfrentamientos entre militares y sociedad, esta ley reactivaría fuerzas ya conocidas del pasado mexicano.

Un ejemplo real o ficticio que puede ayudar a comprender la forma en cómo opera la mentalidad militar bajo una acción maquiavélica de esta la ley aludida, está en una escena de la película “Objetivo: la Casa Blanca, Olimpo bajo fuego”, donde las fuerzas especiales norteamericanas están listas para ingresar a la Casa Blanca para rescatar al Presidente allí secuestrado (¿por musulmanes?, no, se equivocan, ¡por norcoreanos!). El comandante del operativo le pregunta al vicepresidente si da la orden para ingresar a la Casa Blanca y barrer con todo. Éste, firme, dice: -no, está el Presidente.

*Politólogo

 

 

 

 

 

 

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