Del síndrome del vencedor

En un año electoral como éste 2018 muchas de las cosas que giran en torno a la conformación de las candidaturas electorales y también de los resultados finales, una vez los ciudadanos hayan ejercido su derecho al voto, se mide o expresa con conceptos que giran en torno a la lógica del vencedor y el perdedor.

Perdedores quienes se quedaron fuera desde un principio por los avasalladores intereses  internos del partido en turno, o de quien lo controla en un momento determinado, y derrotados también quienes no logran su objetivo de alcanzar el triunfo para ser gobernador o electo para alguna cámara de representación.

Frente a ellos los vencedores, los que se alzan con el triunfo de manera holgada o ajustada; en el fondo el resultado es el mismo al haberse impuesto a los adversarios políticos en la contienda electoral. Pero dicho esto hay que mencionar que los triunfos no siempre comportan buenos resultados para los ciudadanos. Ello puede parecer un contrasentido por aquello que el triunfador será el más votado, el más ensalzado por los electores con capacidad y derecho al voto.

«Ese gallo quiere maiz».

¿La pregunta lógica es saber dónde se encuentra esa incongruencia? Por supuesto, cada quien podrá efectuar el análisis pertinente, y el primero sería no estar de acuerdo con el cuestionamiento inicial de que los vencedores decepcionan. Pero asumiendo esa circunstancia, regreso al análisis retomando lo que se conoce como el “síndrome del vencedor” y que ensalza de tal forma a quien obtiene un triunfo, y no solo ceñido a los triunfos electorales, que las personas que lo logran sufren una especie de ataque narcisista, una exaltación propia que acaba por producir distorsiones de la realidad. Y eso se puede distorsionar más cuando quienes te rodean también se convierten en abono constante del ego del personaje, en vez de ubicarlo en la realidad propia y del mundo que lo entorna. Todo lo contrario se convierte en un ataque personal y entonces inicia la cacería del contrario, esa especie de persecución resultado de la paranoia que impide observar que la crítica no simplemente es sana, sino necesaria, y más en sociedades tan complejas como la mexicana donde las negociaciones de los múltiples conflictos requieren interlocuciones a muchas bandas, como si de billar artístico se tratara. En definitiva, la verdad viene establecida por la condición de haber vencido, no por cualquier tipo de explicación sociológica donde aparezcan los requerimientos de una sociedad.

Y de nuevo, entonces, emergen las frases históricas, como aquella atribuida a Porfirio Díaz que reza “Ese gallo quiere maíz”. Es decir, la maiceada se ha atribuido a cualquier tipo de mordida política, y donde últimamente los maiceados son demasiados; si ello no es suficiente también el maíz puede ser la eliminación física. Algo, por desgracia, también común y donde los periodistas han venido sufriendo muchas bajas, como si de una guerra se tratara.

Por lo tanto, y para finalizar, el síndrome del vencedor está excesivamente extendido en nuestro territorio, y Chiapas no se ha librado de ello en los últimos lustros. Un síndrome que remite a una inmadura formación en lo personal pero, y sobre todo, a un déficit de conocimientos generales, a una educación paupérrima donde ni la historia, ni los debates contemporáneos son conocidos por los políticos. En nuestro mundo contemporáneo las neurosis son lo más común en la vida de cualquier ser humano, pero desconocer su existencia nos convierte en débiles, a pesar de tener el poder político. Cuando nuestros representantes sepan eso seguramente el síndrome del vencedor pasará a mejor vida; hasta entonces cabe esperar que las nuevas generaciones tomen conciencia que sin formación personal el peligro del poder se presenta tanto para la sociedad que recibe las consecuencias de acciones incomprensibles, como para los mismos políticos viviendo en mundos irreales.

 

 

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