Nuevo ciclo escolar y viejos vicios políticos antes de “la gran evasión”

Antes de la espantada del gobernador de Chiapas, quien no se entiende viviendo fuera del presupuesto nacional porque sus talentos han sido bastante cuestionados en el ejercicio del poder en nuestro estado, se repitieron las viejas fórmulas de la limosna política, en uno de los rubros que definen o quieren modelar a la nación. Efectivamente ese rubro es la educación.

El gobernador, antes de su tocata y fuga, eligió un municipio cercano a la capital, Suchiapa, para dar el banderazo a las clases del nuevo ciclo escolar. Manuel Velasco Coello se mostró en el antiguo asentamiento chiapaneca para inaugurar el curso 2018-2019. Acompañado de docentes y estudiantes, además de todos los funcionarios comparsas, no sólo dio inicio a las clases sino que, como si estuviéramos en la Edad Media europea, distribuyó útiles escolares “gratuitos” para recordar las antiguas formas de otorgar limosnasa los pobres. Unos pobres, en este caso, de un estado que saturado de recursos federales ha visto en los últimos años como los mismos se han esfumado hacia lugares que nunca lograrán conocerse, aunque muchos chiapanecos sepan dónde se encuentran.

Hoy la antigua limosna religiosa se tiñe de equidad social, de igualdad de oportunidades desde un discurso que ni creen, y tampoco comparten, los funcionarios. El gobernador huido, al igual que sus acompañantes, saben perfectamente que estas supuestas ayudas no son más que la ratificación de un modelo de sociedad donde la movilidad social sólo se logra, salvo raras excepciones, a través del clientelismo más rancio, aquel que ha distinguido a la política mexicana durante demasiados años.

Decir a los alumnos que son el futuro de Chiapas es cínico, en especial para quien vendió su compromiso para seguir viviendo del presupuesto nacional a costa de los impuestos de todos; también de los que recibieron los apoyos escolares, quienes pagan impuestos indirectos cuando efectúan cualquier compra de productos básicos.

La educación ha sido, y no parece que cambiará, una de las piedras de toque para la conformación del Estado nacional mexicano. Esta modalidad de organización política siempre ha tenido presente que para construir un país moderno, dentro de los parámetros establecidos desde la Revolución francesa, había que adoctrinar a todos sus hijos a través del objetivo de homogeneizar mediante la repetición de símbolos. Gracias a ello los Estados modernos establecen una historia común para reconocer a sus ciudadanos. Esta ambivalente función de la educación, dadora de conocimientos al mismo tiempo que constructora de homogeneidad, nos identifica a todos a la vez que olvida nuestras magníficas diferencias.

Lo anterior no sólo se observa en México y en América Latina, por supuesto, pero quienes desean que se cumplan las leyes, quienes se muestran y dicen defensores de ellas, actúan cómo señores de un tiempo llamado pasado pero que revive cotidianamente para demostrar que la igualdad social es, por decirlo sencillamente, una gran mentira. Una farsa donde repartir útiles escolares en gran parte de las escuelas rurales de Chiapas ratifica la injusticia social que nos rodea y que dice paliarse a través de la repartición de limosnas en forma de útiles para la escuela.

Esos jóvenes llamados a ser el futuro de Chiapas, como dijo en Suchiapa el gobernador huido, aprenderán poco de la experiencia educativa si ella se sustenta en la limosna gubernamental. Triste ejemplo demostrado en aquello que desea ser modelo de México: la educación.

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