Definición de cerca

Imagen: http://emi-villalba.blogspot.com

Dichosos los entendidos. A mí me cuesta mucho comprender algunas cosas. Por ejemplo, no comprendía por qué don Ramón me decía siempre que su vida pendía de un hilo, hasta que alguien me explicó que don Ramón vive de hacer tejidos y bordados. Otra cosa que no comprendo, hasta hoy día, es la palabra cerca que igual sirve para nombrar una tapia que se instala alrededor de un sitio para evitar, por ejemplo, la entrada de intrusos o de animales; y también sirve para hablar de cercanía, que evita distancias. Por un lado es un muro y por el otro es un afectuoso puente.

Tal vez esta confusión proviene del instante en que, siendo estudiante de tercero de secundaria, una muchacha bonita que yo pretendía me dijo que si quería ser su novio debía tener presente siempre la palabra cerca. Yo, como ustedes comprenderán, no entendí a la primera. Le pedí, a la hora que mirábamos el desfile desde el balcón de la casa de una amiga, que me explicara. Ella me vio justo en el instante que la banda de guerra comenzó a tocar el paso redoblado. Solo vi la gesticulación de sus labios que parecían moverse al mismo ritmo que los pies de los estudiantes marchistas: uno, dos, uno, dos, uno, dos… y así hasta el infinito. Cuando los tambores, cornetas y botas terminaron de pasar, ella ya había dicho lo que tenía que decir y yo me quedé instalado en la peor de las soledades: la del tipo que mira que su paloma vuela para otro tejado.

No me atreví a poner mi cara de carro sin gasolina y decirle que, por favor, repitiera lo que me había explicado. Así que la sugerencia se convirtió en un gran tormento. ¿Qué me había querido decir? ¿Qué debía hacer yo? Comencé, como es de suponer, a seguir al pie de la letra la indicación, porque a partir de ese instante la palabra cerca comenzó a realizar su doble influjo: En efecto me cercó y la tuve cerca, muy cerca, del mismo modo que quería tener a la muchacha bonita. Si quería ser su novio debía tener la palabra cerca muy cerca. Cumplí a cabalidad, a tal grado que, en muchas ocasiones esta palabra sustituía a otra, sin darme cuenta. Un día, al hincarme ante el sacerdote, en el confesionario, a la hora que el padre dijo: Ave María, yo respondí: De cerca concebida. Vi cómo el padre se sorprendió ante esta respuesta y dijo que, en efecto, la cercanía estaba en la relación con el Espíritu Santo. El día que casi me gano un cinco en Historia, fue cuando el maestro me pasó al pizarrón y frente a todo el grupo preguntó: El descubrimiento de América fue ¿el 12 de octubre de 1492 o el 15 de septiembre de 1910? y yo, de manera automática, respondí: Estuvo cerca. ¡Ah! Mis compañeros se columpiaron de la risa y el maestro se columpió del coraje, no tanto por mi respuesta sino por la respuesta espontánea del grupo. “¡Cerca, cerca!”, dijo el maestro y agregó: “Ah, pues cerca del infierno estarás” y me mandó a que me hincara, de cara a la pared, sosteniendo en las manos dos tomos de la Enciclopedia Británica que pesaban casi tanto como ladrillos. El lugar al que me envió era una de las esquinas traseras del salón, que tenía humedades, y a la cual le llamábamos el infierno porque concentraba todo el calor ya que colindaba con el cuarto en donde había un horno para hacer pan.

La historia concluyó parcialmente cuando la muchacha bonita se paseó muy orgullosa frente a mí, en el parque central, yendo del brazo de quien, días después, nos presentó como su novio oficial. Sentí un alivio y boté la palabra al fondo del basurero y de mi conciencia.

Muchos años después coincidí en una exposición de pintura con la niña, ya crecidita. Nos saludamos, tomamos la copa de vino que nos ofreció un mesero y nos pusimos a recordar viejos tiempos y actuales. De éstos me enteré que, en efecto, se había casado con aquel muchacho, que no tuvieron hijos y que ya estaba divorciada; de aquéllos me enteré que ella no recordaba la prueba que me había impuesto. “¿De verdad te dije eso?”, preguntó con cara de almohada húmeda, mientras se botaba de la risa. Le dije que sí y conté algunos instantes bochornosos que había sufrido. Ella, bebiendo a sorbos el vino, me escuchó con atención, preguntó: “¿De verdad hiciste todo eso por mí?” Dije que sí, dije que me gustaba mucho, que me hubiera gustado haber sido su novio. Ella me vio, con ojos de paisaje suizo y dijo algo que, pienso, resolvió la incógnita: “Estuviste cerca de saltar la cerca”. Me dio un beso cerca de los labios, y me preguntó qué planes tenía para el resto de la noche. Le dije que tenía un compromiso y salí de la galería.

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