Corona…sin y con fronteras. Sobre soberanías y seguridades

Alain Basail Rodríguez*

La cerveza Corona ha sufrido un durísimo golpe comercial por la pandemia de la enfermedad ocasionada por el tipo dos de coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2). Más allá de las pérdidas comerciales por la contrapropaganda que ha significado el fatal virus, no debe dudarse que sus ventas repuntarán una vez superada la crisis. Sin duda, la cerveza será parte de la alegría que contagiará a todo el mundo cuando se pueda salir libremente a las calles y, en algunos casos, se ponga fin a la ley seca. Por casi una centuria los empresarios del Grupo Modelo han invertido grandes cantidades de recursos para posicionar a la marca insignia que corona como reyes a sus clientes en el mercado nacional y global, hasta lograr que el producto comercial se constituyera en un icono de México en el imaginario de la globalización y un símbolo de cómo pueden triunfar productos orgullosamente nacionales en el mercado mundial. A lo largo de los últimos años la estrategia de comunicación para publicitar la marca se ha basado en el uso explícito de referencias a las fronteras, los muros y las brechas sociales, culturales y tecnológicas. Basta recordar las exitosas campañas comerciales de la cerveza más fina conocidas como “Desfronterízate” y“¡Corona!: 90 años sin fronteras!”, así como el comercial donde el actor Diego Luna desafía al muro de Donald Trump y a los límites mentales hasta romper las barreras para poder “hacerla en grande.”[1]

Sin embargo, todo indica que los festejos por los próximos aniversarios de la marca Corona no serán en el marco de un consumo “sin fronteras” como hasta ahora sino “con fronteras” redefinidas a partir de nuevas medidas de protección y seguridad. Intentaré explicarme a continuación.

En los tiempos de la pandemia un actor emergió como central: el Estado. El Estado, capturado por elites económicas y políticas, puso en manos de sus débiles instituciones la gestión eficaz de la crisis poniéndolas a prueba en todos los países. El tinglado institucional más o menos democrático, pero con muchas deudas democratizadoras, se las juega de la mano de los gobernantes de turno. Estado, gobierno y elites políticas están en el centro de la mirada pública. Sus recursos tradicionales de legitimación, de dimensionamiento simbólico de lo político y las formas de ejercicio de la autoridad operan de oxidadas maneras. En medio de los campos de batalla política en los nuevos tiempos de la COVID 19, la capacidad y la fuerza del Estado para representar el vínculo entre ciudadanos y los sentimientos de pertenencia se someten a escrutinio público y como respuesta hemos tenido muestras del estado de las fuerzas con que cuenta. Dicho con otras palabras, se nos han revelado la naturaleza del poder del Estado a la par de los viejos y nuevos conflictos de soberanía.

La historia siempre indómita le dio la razón a mi entrañable amigo Sergio Fiscella que hace casi 20 años sostenía que era una falacia creer que el Estado había desertado.[2] El Estado ha cambiado de forma en distintos momentos históricos a partir de las dinámicas de sus relaciones con la sociedad, el grado de la ciudadanía, la conquista de sus derechos y las políticas sociales. El estado camaleónico se actualizó en otra dimensión llamada neoliberal, achicándose, minimizándose o corriéndose del centro del juego configurador de las relaciones sociales dominantes en el modelo económico y el modelo de sociedad. Sin embargo, como bien Fiscella ha defendido desde entonces, el estado no desertó.

Ilustrador Abraham Bosse (c. 1602-1604 – 1676). Portada para el Leviatán (1651) de Thomas Hobbes (1588 – 1679).

¿Y qué tiene que ver esto con las fronteras?, se preguntará el lector. Tras la explosión de narcisismo de muchos líderes mundiales que no podían creer lo que les estaba pasando y no daban crédito de la vulnerabilidad de sus sociedades ante la extensión y calado de la epidemia, devino casi de manera inevitable una narrativa de guerra para mantener a la comunidad nacional unida y salvaguardada. Como es obvio en esa narrativa donde el estado de alarma conllevó a la declaratoria de guerra con diferentes grados a un virus invisible, uno de los elementos centrales ha sido la frontera territorial de la comunidad nacional. Las fronteras devinieron una vez más metáforas del riesgo.[3] Las naciones, cuales fortalezas medievales amenazadas por la peste y la catástrofe estratégica, cerraron las fronteras como murallas y se declararon en cuarentena como medida de mitigación. Nadie ni nada entra, nadie ni nada sale por tierra, aire y agua. El poder soberano del Estado residió en declarar la emergencia sanitaria como una emergencia nacional y como un problema de seguridad nacional. Nos atrincheramos, nos aislamos.

Progresivamente la misma lógica de cálculos políticos y económicos sobre la soberanía y la seguridad se trasladó a todas las otras fronteras constitutivas de la sociedad, a las existentes entre regiones, estados, municipios, barrios, parajes, comunidades, casas y personas. Nunca antes expresiones simbólicas de la hospitalidad y la convivialidad como “mi casa es tu casa” o “estás en tu casa”, se vieron más contrariadas, descontextualizadas o virtualizadas porque aquellos que pudieron quedarse, aislarse, confinarse, resguardarse, recluirse, relegarse o autosecuestrarse en sus casas, cerraron sus umbrales para mantener la sana distancia y abolir temporal y simbólicamente la letalidad del prójimo. Plazas, parques y andadores peatonales fueron acordonados o precintados como si algún crimen se hubiese cometido o se iniciaran obras de mantenimiento para evidenciar que los gobernantes locales trabajan. Hasta el transporte público fue suspendido o restringido.

El filósofo sudcoreano Byung-Chul Ham advirtió rápidamente en el cierre de las fronteras una “expresión desesperada de soberanía” y un mecanismo simbólico del viejo modelo de soberanía nacional que sitúa en el umbral de la nación a los enemigos, en este caso al “enemigo invisible”.[4] La salud de la sociedad nacional depende del umbral inmunológico que excluye al otro o la otra de afuera que moralmente se juzga con menos derecho a la vida que los de adentro. Ese riesgo de contagio o contaminación se tradujo en fomento del miedo, la soledad, la obediencia y el pánico que, como parte de una especie de lucha por la sobrevivencia del más apto, cuajaron hasta en cierres de comunidades, prohibiciones de paso, estigmatizaciones de los enfermos, ataques al personal médico, ajustes de cuentas con migrantes retornados, violencia de género, entre muchas otras expresiones de racismo y xenofobia.

El control del territorio y el control de la población bajo un modelo de gestión securitario somete a las vidas bajo regímenes de excepción que justifican los estados de sitio, los toques de queda, los movimientos de fuerzas policiales y militares, el control de recursos naturales y la regulación de medios de vida fundamentales. También, el ordenamiento de los regímenes de manipulación informativa con monopolios de la interpretación que ponen en peligro una comunicación de riesgos responsable con modelos argumentativos guiados por propósitos éticos y posicionamientos informativos a favor de la vida. Las políticas de comunicación desplegadas por los grandes medios y los políticos desenfocan la agenda de las exigencias de responsabilidad social y ambiental y, en consecuencia, bloquean el esclarecimiento público de las raíces sociales de los riesgos o de sus causalidades histórico y culturales, naturales y sociales.

Ilustrador Marco Velasco (Oaxaca, 1989). Portada de Fisuras o el leviatán en el cielo (2018) de Juan Carlos Delgado (Fondo editorial Tierra Adentro, Ciudad de México)

La gestión securitaria y de ordenamiento territorial en claves biopolíticas, ha supuesto la lectura diaria de las cifras de enfermos y muertos para naturalizar el peligro, normalizar la muerte, acostumbrar al miedo y secuenciar las prácticas de muerte. El control de los cuerpos, sus capturas simbólicas y discursivas, así como la transformación de sus materialidades físicas, también se ha operado a través de dispositivos informáticos y aparatos electrónicos interconectados en el campo de la comunicación digital que habitamos masiva y aceleradamente. Estamos viviendo una biopolítica digital y una psicopolítica digital que controla a las personas. Sin duda, la vigilancia digital y el tecnoautoritarismo continuarán emergiendo para controlar los territorios a distancia y mantener la omnipresencia del Estado, es decir, el fantasma real de las nuevas formas tecnológicas del control y el orden totalitario con la suspensión temporal de derechos, la inmovilización de la ciudadanía y la imposibilidad de la sociedad para pensarse a sí misma porque ya lo hace el Estado por ella pasándole por encima olímpicamente.

Tras el lenguaje bélico propio de una guerra en nombre de la vida (o de cierta forma de entender la vida, para entendernos mejor), están los peligros de un reasentamiento y atrincheramiento neoliberal con prácticas más autoritarias, militarizadas y policializadas. Los estados de guerra declarados por varios jefes de gobierno y sus propias narrativas para volver a la normalidad sin suspender la guerra misma, advierten y justifican claves biopolíticas de biovigilancia y control de la salud (hasta con envenenamiento con cloro) donde la desinformación, la desmovilización, la estigmatización y persecución de cualquier protesta, disenso o movimiento, pasarán a sen parte de la normalización del estado de excepción.

El estado, como un nuevo leviatán bíblico y hobbesiano, ha reconfigurado su poder de intervención en el territorio, activado un nuevo proteccionismo, promovido la desmovilización social a través del aislamiento o el confinamiento y las campañas de miedo y pánico. Nos ha mostrado que no estaba ni muerto ni de parranda, que la capilaridad de su poderío alcanza el orden microcotidiano de las cosas e infraestructural de nuestras vidas. Esto hasta el punto de llevarnos a sospechar sobre la letalidad del otro y la otra, a la negación del que sale a luchar su sobrevivencia en la informalidad, del migrante, de cuestionarnos el valor y la dignidad de los que viajan sin protección, sin derechos a la vida, que no son asegurables, con expresiones excluyentes, xenófobas, racistas y siniestras que hablan por sí solas de nuestra cultura.

En un mundo donde se celebraba la hiperglobalización a partir los flujos de intercambios de mercancías y turistas, parece inevitable el colapso de las cadenas globales de valor y de la industria turística tal y como eran antes. Cuando las fronteras se cerraron, nos enfrentamos a los dramas humanitarios de los que estaban en alta mar viajando en primera clase y de los que viajaban precariamente hacia mercados laborales prometedores o, tras los rechazos, iban de regreso hacia sus casas para buscar protección y cuidados con sus familias.

Estas realidades desiguales muestran cómo en el nuevo escenario geopolítico se opacó la gobernanza global. Todo lo avanzado para la convivencia de las naciones después de la II Guerra Mundial está en entre dicho o cuestionando gravemente. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) fue puesta en jaque por el presidente de los EE.UU., país que ya había puesto en jaque a la UNESCO y a otros organismos multilaterales. Las formas de cooperación internacional han sido limitadas ante el sálvese quien pueda. Algunas muestras de solidaridad internacional han sido emblemáticas, mientras que otras, muy retóricas. La desconfianza está minando las relaciones internacionales tanto como cimbra las relaciones sociales e interpersonales.

Una misma lógica de la soberanía y la seguridad se ha trasladado e instalado en todas las fronteras existentes atravesando las sociedades y la humanidad. Nuestros retenes, refugios, resguardos y sostenes de soberanía están bajo amenaza. La autonomía individual y las autonomías comunitarias construidas bajo las luchas por una vida digna y la realización humana se encuentran frente a la securitización. ¿Cuánto peligro se cierne sobre las formas alternativas de economía, los mercados solidarios, el comercio justo, las lógicas de apoyo mutuo, las solidaridades, los intercambios, la cooperación? ¿Será la hora definitiva de aprender de los cuerpos disruptivos que han cuestionado y desplazado los significados normativos explorando otras potencialidades?

Sin duda, el escenario de la soberanía y la seguridad es multidimensional. Esto lo estamos viviendo con la falta de alimentos, mascarillas, respiradores e insumos médicos. La seguridad no es una ni de uno solo, es múltiple y colectiva como las redes para salvar la vida, es decir, es integral e intersectorial, es sanitaria, alimentaria digital, industrial, financiera y, en general, humana. Las seguridades remiten a soberanías alimentaria, informática, tecnológica, productiva, económica y científica. El verdadero debate securitario plantea la imperiosa necesidad de nuevas soberanías centradas en el ser humano, en potenciar las capacidades y libertades de las personas. También, que la ciudadanía se plante firmemente frente al Estado, aunque este se parapete con un ejército de expertos, para conservar los derechos individuales y colectivos conquistados tras largas luchas y avanzar en la agenda de la profundización y la ampliación democratizadora de los derechos soberanos y universales de todas las personas que conforman el cuerpo masivo que designa y transfiere la autoridad a un sistema de gobierno.

Sabemos que las crisis constituyen puntos de inflexión histórica de los que emerge una nueva “normalidad” o “estabilidad”, es decir, nuevas fuentes del poder bajo la ilusión de que todo está bajo control. Una ilusión siempre temporal mientras se relaja y es nuevamente subvertida. Sin embargo, no es difícil advertir en el entreverado de consecuencias de esta crisis al menos cuatro lecciones o aprendizajes:

Primera, las fronteras continuarán endureciéndose operando como filtros de clasificación, selección y negación de vidas subvaloradas a través de mecanismos cada vez más fuertes y tecnológicamente refinados. Las fronteras duras reforzarán las lógicas del enemigo externo e interno.

Segunda, la soberanía y la seguridad nacionales bloquearán o mirarán con reservas muchas formas de vida comunal, cooperación social y colaboración internacional. La hiperglobalización tendrá algunos frenos porque el estado posnacional no confiará tanto como antes en el transnacionalismo. En el escenario geopolítico se intensificarán las rivalidades y disputas imperiales.

Tercera, en nombre de la seguridad se operarán mayores injerencias del estado y los gobiernos en las vidas individuales y comunitarias, lo que supone pérdidas de libertades, vulneración de derechos y desgaste de las autonomías. La biopolítica digital ha sido coronada y asistimos al inicio de su reinado.

Cuarta, el poder de la ciudadanía será una cuestión crucial en el escenario pospandemia. Las luchas por la devolución y la ampliación de muchas libertades y derechos será uno de los centros de las batallas políticas en los nuevos tiempos de digitalización intensiva de la sociedad. El repertorio de acciones de los colectivos y movimientos que luchan por un mundo mejor con infraestructuras de vida digna, se reactivará con nuevas y originales iniciativas, reiniciando los ciclos de protesta y movilización social más allá de todas las fronteras frente a las prácticas de muerte.

Mientras todo deviene, tendremos que seguir la recomendación de Virulo en su guaracha humorística: “Dale candela / Dale candela / Dale candela para que el virus se muera.”[5] La corona seguirá rodando y hasta la propia cerveza tendrá que reinventarse y, a lo mejor, actualizar en su imagen el icónico símbolo de su reinando como objeto de deseo. También, tendrá que poner un extra en México y el mundo para refronterizarse con mariachis en la plaza roja moscovita, la gran muralla china, los canales de Venecia, al pie del Big Ben londinense y de los rascacielos de New York, en medio de la iridiscencia de Tokio y del jolgorio de la mexicanísima Plaza Garibaldi.

 

* Investigador del Centro de Estudios de México y Centroamérica (CESMECA), Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH).

[1] Ver como muestra: Corona – The Wall (1:23) <https://www.youtube.com/watch?v=0UJaAa8gDPo>; y Corona – América (1:24) <https://www.youtube.com/watch?v=CnG4fEqH-pg&t=8s>.

[2] Sergio Fiscella, Estado ciudadanía y política social. Estudio sobre los sistemas de jubilaciones y pensiones, Buenos Aires: Espacio editorial, 2005.

[3]Alain Basail Rodríguez, “Las Fronteras como metáforas del riesgo”. Revista ANTHROPOlógicas, núm. 11, Edicôes Universidade Fernando Pessoa, Portugal, 2009, pp.035-049 <https://revistas.rcaap.pt/antropologicas/article/view/833>.

[4] Byung-Chul Ham, “La emergencia viral y el mundo de mañana.” En: Giorgio Agamben et al., Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias, Pablo Amadeo editor, 2020, pp.97-111.

[5] Alejandro García Virulo, Dale candela (3:56) <https://www.youtube.com/watch?v=ERF9JqMa7qc>.

 

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