Gainza: un sonero grande, un amigo

Santiago Gainza Olano (25 de julio de 1949 – 24 de mayo de 2020) nació en Sitiecito, una localidad situada al pie del batey del central azucarero Santa Teresa, conocido como CAI Héctor Rodríguez desde 1959, muy cerca del rio Sagua La Grande y de la ciudad del mismo nombre.

Santiago es conocido como un gran músico, un afinado vocalista, premiado compositor y un virtuoso percusionista. Cuando él decía ¡Saaabrooosoo!, hacia un guiño al bailador y a sus músicos para encender la pista sellando un pacto misterioso que incluía regaños a los “gallegos” de turno. Cuando él tocaba las pailas, hacia magia. Cuando sonreía, tan naturalmente y con tanta sinceridad, hacia amigos.

Lo que quizá no sepan muchos es que Santiago fue también fogonero y rotulista. Como auxiliar del maquinista tenía por obligación alimentar el fuego de la locomotora que acarreaba en sus vagones la caña para el ingenio y servir de auxiliar en la limpieza y engrase. Me contó entre rizas, y con lujo de detalles que soy incapaz de repetir, que un día por esos caminos de hierro la máquina de vapor casi explota porque midió el agua que iba en el tender mientras el tren iba loma abajo sin calcular el desnivel por lo que se confió hasta que la realidad mostró lo contrario y milagrosamente apareció una parada de agua casi en desuso en la ruta. Creo que ahí terminó su sueño de ser maquinista y trabajar en los ferrocarriles de Cuba.

También fue rotulista en la Empresa Electroquímica de Sagua la Grande, la Clorososa como se le conoce. Parece que era muy bueno y lo eligieron por su especial talento para ocupar el puesto vacante que dejaba el veterano que le enseñó todos los gajes del oficio. A pesar de su habilidad para rotular cualquier tipo de superficies en medio de riesgos laborales, nunca abandonó su gran pasión.

Santiago Gainza, 1980.

La verdadera y estremecedora querencia de Santiago fue la música. La descubrió cuando su hermana lo llevó de niño con siete u ocho años a unos carnavales de Cifuentes, la cabecera del municipio vecino. Allí se le perdió entre la muchedumbre a quién desesperada daba gritos por aquel negrito cabezón mientras juraba que nunca más lo sacaba a pasear a ninguna parte. El niño apareció inmóvil e hipnotizado al lado de la tarima principal donde tocaba alguna de las grandes orquestas cubanas que siempre pasaban por Cifuentes. Mis propios padres me contaban que habían visto y escuchado allí al mismo Barbarito Diez y a otras glorias de la música cubana. Santiago sabía que sería músico, seguro que estuvo atento a cada toque de bembé en Sitiecito y, en cuanto pudo, empezó a tomar clases de música en una escuelita de Sagua de la mano de Oropeza, ese gran educador e impulsor de bandas musicales juveniles en la villa de Undoso.

Durante el servicio militar obligatorio los festivales musicales lo introdujeron de lleno en el Movimiento de la Nueva Trova. Entonces, continuó la historia del músico consagrado con el Primer Premio del III Concurso Adolfo Guzmán de Música Cubana con una de las grandes creaciones de la música popular cubana “Mi tambor y yo”, defendida nada más y nada menos que por Miguelito Cuní (con su insigne y polémico cagua) y Félix Chapotín, con el Conjunto Chapotín y la orquestación de Rolando Baró. Al recibir el premio Santiago se subió al escenario y su solo con su tambor fue memorable (https://www.youtube.com/watch?v=J5CLM_v9iTM).

Santiago Gainza, reciente.

Santiago Gainza formó parte de prestigiosas orquestas de música bailable. En Cuba los shows en el Cabaret El Turquino del hotel Habana Libre o en el hotel Deauville fueron muy conocidos. Trabajó en populares orquestas y acompañó a notables voces de la cancionística cubana. Me contó que una noche memorable estaba deseoso de terminar el show. Esa noche se había estrenado unos hermosos zapatos Amadeus, una elegante marca cubana de mocasines de piel de moda en los ochenta. Al salir Rampa abajo, hizo un alto, se quitó los zapatos aun brillantes y los lanzó al primer matojal que vió porque fue la opresión que más le recordó la esclavitud de sus ancestros. Otras liberaciones lo acompañaron en Cuba y en México.

Santiago respetó, amó y cultivó la música cubana. Él hizo un recorrido entre las sonoridades del campo cubano, estremecidas entre tambores y cuerdas de guitarra, y las músicas urbanas sacudidas por los sonidos de instrumentos venidos de Europa y África que hicieron posible fusiones extraordinarias como el mismo jazz. En Sagua la Grande se fundó la primera Jazz Band de Cuba pues la conexión entre la Villa del Undoso y New Orleans era notable. Esa fue la cuna de Ramón Solís, Rodrigo Prats Llorens, Enrique González Manticci, Antonio Machín, y muchísimos músicos extraordinarios, como Santiago Gainza.

Santiago reivindicó la música que funde los sonidos naturales y cercanos del campo con la altivez y la distancia de la ciudad. Para él esa unión sublime de los dos orígenes hace grande y universal a nuestra música cubana. No negó nunca sus raíces campesinas y gozó la ciudad. Tocar en un salón de baile elegante y fino, y lograr hacer bailar hasta el desenfreno a los bailadores, era su alegría mayor. Lo entendí de golpe un día de diciembre de 2011, cuando en la fiesta de navidad de mi centro laboral que me tocó organizar, él acarició las pailas con su ensamble de cinco músicos jóvenes y con las primeras notas me dedicó Dos gardenias, el bolerazo de Isolina Carrillo. Él sabía que durante esa fiesta dos lamentos me acompañaban, lidiar con la política académica y lidiar con la muerte de un copatricio suyo, mi padre. Tan sensible cómo era, al dedicarme aquel baile de salón, el guajiro negro con abuelos africanos estaba abrazándome por el fallecimiento meses antes del guajiro blanco con abuelos vascos que, como él, nació, vivió y tuvo muchos amigos y familiares, que ambos pudieron recordar al evocar en sus conversaciones, en aquel sitio chiquito, en el mismo fértil y hermoso valle conocido como “Paso de los Alacranes”, hoy Presa Alacranes.

Asere: no sé si los especialistas y curadores del museo de la música de nuestro pueblo natal te colocarán en el sitio que te ganaste y mereces por derecho propio. Ya sabemos que a los músicos populares se les suele negar la gran escena. Lo que sí sabemos con firmeza es que tu humildad, sinceridad, honradez, finura y caballerosidad siempre se ganaron muchos corazones y voluntades de vida. También, que dejas “un espacio vacío” y “un tizón encendido” porque contigo “una estrella se ha perdido.” ¡Gracias, Sitiecito! ¡Gracias, guajiro! ¡Gracias negrón! ¡Gracias, Chuchi! ¡Gracias, amigo! Hasta la próxima rumba.

 

 

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