Morir en tiempos de COVID

“Caballo de papel rojo”
Acrílico sobre tela, 80x100cm.
/Luis Morán Villatoro

Por Luis Morán Villatoro

A Gladis

Cuando la noche ha llegado y el paisaje es oscuro y la luna es la única luz que miraremos, no, no tendré miedo solo mientras tú te quedes conmigo…”  Stand by me (Ben E. King).

Escucho Quédate conmigo” y pienso, cómo puedes irte de esta vida con todo lo que ella nos regala a cada momento: el Chan chan de Compay, el vino y el café, el arte, la mar y amar, el amor: filial, de pareja o de los amigos, el trabajo -el bendito trabajo- y todo lo que tanto nos gusta o disgusta de la vida -que ahora que lo pienso- lo que nos disgusta son nimiedades.

“La vida es bella” no es solo una extraordinaria película, es el retrato de la vida con todo lo que implica, donde no todo es bueno ni malo, donde hay matices, paradojas y misterios. Lo que parece malo puede llevarte a lo bueno: hace 44 años, la polio y “Mi pie izquierdo” me llevaron a ciudad de México a los 11 años de edad, y en “primera cama” disfruté de “King Kong y Taxi Driver”, en la megapantalla del autocinema de enfrente del hospital de ortopedia. Era el año 1976. La paradoja de la polio me regaló muchas cosas, yo sin ella, impensable.

En tiempos de COVID es posible morir y no precisamente de amor como dice Bosé. Pero ni lo pienses “no sea que lo atraigas”, hasta en esta creencia hay negación. No somos tan poderosos para atraer ni lo bueno, ni lo malo, seríamos una suerte de genio de la lámpara que incluso podría evitar la muerte misma…

Hablar de la muerte no es fácil, escribir tampoco, pero justo por que tengo algo de irreverente me animé a provocación expresa de Ángeles Mariscal.

A la muerte “de lejitos”. Le sucede a la gente grande, a alguien en el trabajo, al vecino, al amigo o hasta a un familiar, pero no a mí.

¿Es tan pavoroso morir? ¡Tranquilos! -leí en alguna parte- …para qué angustiarse, de esta vida nadie sale vivo.

Los animales saben de la muerte al momento de morir, los humanos tenemos toda una vida para pensar en la muerte y no lo hacemos. Porqué habríamos de hacerlo. Qué sentido tiene pensar en ello.

La respuesta está en cada uno de nosotros, en la forma en que asumimos a la muerte desde nuestro ser y saber. Alguien dijo “Hay que morir viviendo, no vivir muriendo”, he ahí la elección. Algunos le llaman actitud.

Si, actitud. “la capacidad propia de los seres humanos con la que enfrentas el mundo y las circunstancias, y de ello suele decirse: La actitud de una persona frente a la vicisitud marca la diferencia.

Respecto a la actitud ante la vida, prefiero ser más pragmático, en esto la resiliencia ayuda.

Pero, no solo evitamos pensar en la muerte, sino que casi negamos su existencia, le aplicamos la “ley del hielo”. Aunque algunos viven genuinamente el duelo, para otros ir a un funeral es solo un compromiso social, un evento en el cual no deseamos profundizar ¿Para qué? 

Hoy, el inminente riesgo de morir nos pone contra la pared, sin siquiera tener tiempo para mirar a otra parte, forza a la mente a pensar en ello. Empiezas dejándolo para mañana, para no mostrar que no tienes el control, pero al menos lo piensas.

Y si lo piensas, estás ante un dilema, un dilema inevitable. Entonces ¿cómo asumo esta posibilidad de morir cuando según “mi yo” no me toca? Claramente no hay respuesta o no hay una respuesta única a algo que ni siquiera está en el horizonte. Porque a la muerte la vemos -parafraseando a Eduardo Galeano- como él ve a la utopía en el horizonte: “doy un paso adelante y ella se aleja”, por lo menos la utopía de Galeano sirve para caminar.

Pero algo esencial surge de todo esto. Sin siquiera pensarlo, actúo, me transformo, cambio de actitud, de forma de ser y hacer, incluso de forma de pensar.

Aunque es difícil saber por dónde empezar, algo te mueve. Piénsalo con más detenimiento y porque no, con más sabiduría. Tal vez crezcas más en este punto que en ningún otro momento de tu vida.

Empiezas por reconocer a los otros y a reconocerte, practicas la empatía. Te das cuenta que hay demasiadas cosas en la vida que no valen la pena -o que al menos no deberíamos dar tanta importancia- sean están materiales o inmateriales.

En este trance, la paradoja se asoma con cada cosa comprada en exceso y que hoy nos estorba durante la pandemia, pues para vivir se necesita realmente poco -dicen los minimalistas-, y para morir se necesita todavía menos. Además, conscientes con el ambiente, debería bastar una incineración para regresarle algo de calcio y fosforo al suelo al esparcir mis cenizas.

Producto del absurdo: mucha ropa que no podemos lucir, no hay fiestas a donde ir; tienes dinero, pero no puedes viajar o ir a comer los tacos que te gustan. “Me enamoro de todo, me conformo con nada” -Sabina-.

Al menos podemos intentar hacer tantas cosas que no hicimos en casa -según por falta de tiempo- desde ordenar el papeleo, leer un libro aun empacado, armar el rompecabezas de mil piezas, cultivar tus propios rábanos y lechugas en la azotea, o hablar con quien amas.

Damos por sentado que nos lo merecemos “todo” y que nada ni nadie puede arrebatarnos nada. Ese “todo” tal vez tenga mucho lastre y este no nos deja marcharnos en paz…

A la cuestión ¿soy feliz? pocas veces se acompaña de otra ¿son felices quienes viven conmigo? Habrá que hacer una “auditoría humana” y el inventario in-material para responder esta cuestión; pensar solo en lo esencial, el lastre aparecerá fácilmente y hay que soltarlo. Aquí la guía:

Inventario inmaterial: La familia, cinco amigos, alguien más. Mis pasiones, mis amores, mis temores, otros…

Inventario material: Propiedades, empresas, cuentas bancarias, joyas, colecciones, otras…

El “todo”, se quedará en esta vida. También se quedarán, el ejemplo a tus hijos, el amor a tu pareja, el respeto a tus padres y la solidaridad por los demás, el fruto de tu trabajo y tus aportaciones a la sociedad, haa también los malos recuerdos de mí y de ti.

Cuando esto escribo, me confirman que soy positivo a COVID. ¡Que dios reparta suerte! -decía Luis Eduardo Aute-.

7 de julio 2020 

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