El mundo como transformación en la pluma de Stefan Zweig

Como anuncié en una colaboración previa, retomo la lectura de la autobiografía de Stefan Zweig, El mundo de ayer. Postrera publicación del autor austriaco y que vio la luz en 1942. La obra, en su título, refleja a la perfección la sensación que tras meses de pandemia muchos seres humanos sienten al pensar en la forma de vida que tenían antes de este prolongado estado de excepción, y del cual no se ve una salida cercana por mucho que medios de comunicación y gobiernos pretendan ilusionar con la próxima vacuna.

Stefan Zweig, nacido en 1881 en la Viena del Imperio Austro-Húngaro, vivió la pandemia de la influenza española de 1918-1919, aunque en su autobiografía ni siquiera le merece una simple referencia. No sorprende ese olvido o indiferencia al conocer que su vida transcurrió entre las dos guerras, y que varios exilios se unieron a prolongados viajes por decisión propia. Su último exilio, en Brasil, le llevó a quitarse la vida junto a su esposa Lotte en 1942; postreros días que pueden seguirse en el libro de George Prochnik, El exilio imposible. Stefan Zweig en el fin del mundo. La crisis del mundo social en el que se desenvolvió, que vio transformarse, y la fractura de demasiados ideales derrumbaron su fe en el futuro. Quiebre de las experiencias y libertades ganadas durante los tiempos vividos y que movían realidades constantemente, pero siempre con la esperanza de un mejor mundo:

“es precisamente el apátrida el que se convierte en un hombre libre, libre en un sentido nuevo; solo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia” (p. 10). “Todo aquel que se ha visto acorralado y perseguido en este lapso […], ha vivido más historia que ninguno de sus antepasados” (p. 15).

Este narrador autodefinido “austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista” (p. 9), sintió como nadie el retorno del belicismo y de la persecución judía que la Segunda Guerra Mundial ponía sobre el tapete de la historia pero, sobre todo, de los que vivían y sufrían esa realidad, como lo fueron los judíos y otras minorías, despojados de la condición humana por el III Reich alemán.

Escritor que se encuadra a la perfección en la tradición narrativa de la Mitteleuropa, de la que tanto ha hablado y estudiado Claudio Magris, sus biografías y novelas son su gran legado a la literatura mundial, aunque no se ciñó su creación a ambos géneros. Es imposible comprender su obra sin sorprenderse de la efervescencia cultural que existía en Viena y en todos los lugares de Europa que visitó, e incluso llegó a hacer largas estadías. Recorrido de lugares y relación con personas, en especial creadores de distinta índole, que se hacen presentes en su autobiografía con descripciones detalladamente apasionadas, como no podía ser menos para quien trató con personajes como Thomas Mann, Richard Strauss o Theodor Herzl, el padre de la patria judía. Figura que destaca en su libro y que recuerda el relevante papel que juega en el simbolismo histórico del actual Estado de Israel, por haber sido uno de los primeros, y más incisivos, impulsores de la emigración de los judíos hacia su “original” tierra en Palestina.

La agitación ideológica, coincidente con la efervescencia creativa, fluyen en las páginas de su autobiografía en un cambio de época que va más allá del traspaso de siglo, puesto que las guerras mundiales produjeron transformaciones inesperadas a nivel político y económico. La sociedad que conocía, la que lo había cobijado, también arropaba una moral que empezaba a hacer aguas en lugares supuestamente tan estables como Viena. Esa ciudad que deconstruye en su hiriente pluma Thomas Bernhard, l’enfant terrible de la literatura austriaca del siglo XX. Stefan Zweig, como otras plumas de la narrativa mitteleuropea, dibuja el quiebre de supuestas certezas morales, y los cambios que afectan a la concepción de los roles sociales, tanto como de los cuerpos humanos y las emociones vinculadas a ellos. En definitiva, volver a la literatura clásica no es más que retomar su contemporaneidad, puesto que difícilmente ahora nadie dudaría en firmar una de las afirmaciones escritas en su autobiografía: “mi única posesión segura: el sentimiento de libertad interior” (p. 27). A estas alturas de la pandemia, y del futuro que se avecina, Zweig es más actual que nunca.

 

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