Las querencias de la tierra

Por Antonio García de León

Antes que nada, agradezco la invitación del autor, Mario Nandayapa, para que yo haga aquí la presentación de un libro hecho con la materia de la tierra, del arraigo a las raíces de su región natal y dotado de un espíritu del que en general carecen los diccionarios y los análisis gramaticales. Sin conocer demasiado la trayectoria del autor, a quien sólo conozco por los excelentes trabajos que de vez en cuando me hace llegar, quiero aquí navegar por instrumentos y pensar que a lo mejor llego a puerto sin distorsionar demasiado las intenciones de Mario Nandayapa al escribir este libro que, en lo personal, me toca ciertas fibras por el amor que profeso a esta entidad a la que considero mi segunda  tierra natal, por haber nacido aquí por vez segunda al toparme con la enorme vitalidad de sus relatos, de su historia oral y de gentes a las que entrevisté hace unos buenos cuarenta años.

La región de La Frailesca y el entorno regional de Chiapa de Corzo, con su español particular me cautivaron desde un principio. Cuando transcribí los relatos de la Mapachada en un libro que titulé, como homenaje a Jaime Sabines, Ejército de ciegos, hubo quienes me acusaron de haberlo fabulado yo mismo: algo imposible, el lenguaje particular de estos valles es inimitable (como el de la Media Luna de Juan Rulfo y Pedro Páramo) y por fortuna esos relatos los había grabado en cinta magnética y yacen hoy, para quien quiera consultarlos, en la Biblioteca Orozco y Berra de la Dirección de Estudios Históricos del INAH en Tlalpan, ciudad de México.

Así que al recibir y leer el libro que ahora presentamos, muchas memorias se agitaron en mí; pues aquí Mario se refiere a las formas del español local en una de las regiones más emblemáticas de Chiapas, el corazón mismo de una entidad federativa en donde la diversidad étnica y lingüística constituye su razón de ser y parte inalienable de su propia historia. Es un todo un inventario de términos y frases que semeja un verdadero gabinete de curiosidades: tiene además una pátina y un sabor antiguo que lo hacen irrepetible.

Hay aquí también una premisa que pienso es didáctica, la de un maestro que devuelve a su tierra, a su matria, como decía don Luis González, el conocimiento y la experiencia de sus mayores. Algo así como “cualquier libro, en cualquier lugar, para cualquier persona»”. Esta era precisamente la frase que definía la labor y el pensamiento de María Moliner (Zaragoza, 1900-Madrid, 1981), la mujer que con un lápiz y un papel elaboró en España el Diccionario del uso del español, con el que pretendió acercar la educación a su propio pueblo, que vivía sumido en el analfabetismo y la incultura por culpa del franquismo.

Ahora bien este diccionario de uso, el redactado y compilado por Nandayapa, de seguro ha sido gestado en pequeños cuadernos de notas, contiene además parte del alma local y la nostalgia de quien ha hecho del español de esta parte de México y de la lengua de los Chiapa el principal motivo de su vida, al grado de soñar –como él dice- en una lengua que le fue heredada por su padre, gran filólogo e historiador de la tierra, quien le inculcó el amor por las palabras y las cosas: entiendo que Mario Aguilar Penagos recibirá hoy mismo en su tumba un ejemplar de la obra y de seguro la conoce desde el primer momento en que la inspiró en su hijo y desde allí la vio crecer.

 

La sabiduría del autor, en este caso, dejó entonces subrayado este pensamiento, que es toda una proclama de convivencia y civilidad, frente a los comportamientos excluyentes que advierte hacia uno de los pueblos indígenas de Chiapas que no pertenecía a la familia maya ni a los nahuas trashumantes que cruzaron en sus migraciones hasta Centroamérica y que dejaron algunos rasgos de su lengua mucho antes de que en el centro se desarrollara el imperio azteca: Si hay una “identidad”, podríamos decir aquí, hay que buscarla en el amor a la tierra, en los vocablos de una lengua otomangue cuyos parientes más cercanos son los mangues de Nicaragua, de Monimbó y de Nandaime. Ni más, ni menos.

Hay aquí demasiado amor al país nacido o vivido. Amar a sus montes, prados, bosques y a su Río Grande: amar a su idioma y sus costumbres, sin exclusivismos y rebuscando en sus orígenes filológicos y lingüísticos. Amor a sus grandes hombres y no sólo a unos cuantos. Amor también a los vecinos y a los que “no son como nosotros”… Y la única posibilidad de creer en unidades, identidades y cosas por el estilo es cultivar el amor a las palabras, las leyendas y los mitos de la tierra. Imagino a Mario como un filólogo y un maestro de la vieja escuela, empeñado en los intereses de su pueblo; como un maestro preocupado por «hacer ciencia en y desde la escuela», frente a los intereses de los estudiantes y de los habitantes de su región: a quienes este libro parece ir dedicado…

Foto: Ángeles Mariscal

En ese contexto, surge la construcción de una historia colectiva, transportada por las palabras: ya sea individual (historia de vida) o local (historia de la comunidad, de la región), como estrategia para abordar el estudio de la historia aportando importantes elementos para trabajar con sus coterráneos en una época en que la herencia común tiende a olvidarse. En la construcción de la historia individual o local, en donde es imprescindible tener en cuenta a la colectividad que ha vivido el proceso histórico; incluso, en el caso de la historia de vida, los procesos que vive el individuo inmerso en esa colectividad. Por ello es necesario construir la historia desde y con la comunidad; es buscar contribuir a la concientización de ser «sociedades con historia» y fortalecer, desde allí, un sentido de colectividad y pertenencia a un grupo particular. En esos lances veo muchas veces a Mario como un Quijote empeñado en que la idiosincrasia local no sucumba ante el avance irrefrenable de la Nada o de plano se desbarranque para siempre en el Cañón del Sumidero.

Adicionalmente, se producen diversas relaciones y experiencias como lo establece, entre otros, el historiador inglés Edward Thompson, quien ha formulado la noción de experiencia en dos momentos: la experiencia vivida y la experiencia percibida por el lenguaje. Por “experiencia vivida” se entiende aquellos conocimientos históricos, sociales y culturales que los individuos, los grupos sociales o las clases ganan, aprenden al vivir su vida, elementos que se constituyen en nutrientes de sus relaciones mentales y emocionales frente a cualquier acontecimiento. En el mismo orden, por “experiencia percibida” se entienden los elementos históricos, sociales y culturales que los hombres, los grupos y las clases toman o aprenden del discurso político, filosófico o religioso de los medios, de los textos y de los distintos mensajes culturales e ideológicos.

En suma, deseo el mejor éxito editorial a este trabajo, que, como aquel antiguo tratado sobre el habla de San Cristóbal, de Gutiérrez Eskildsen (en donde recuerdo las chiquitimbolas, las piruetas de los pichitos en el pélpichi y otras maravillas). Rosario Maria Gutiérrez Eskildsen fue una lexicógrafa mexicana, lingüista, educadora y poeta que es recordada por sus estudios sobre las peculiaridades regionales de la palabra en su estado natal de Tabasco y en Chiapas así como por su labor pionera como maestra y pedagoga en Tabasco y México en general. Aquí me maravillo ante la cantidad de expresiones particulares de esta cuenca del río Grande de Chiapa, tan especiales y que enriquecen el conocimiento de nuestra lengua: reductos y transformaciones de un español antiguo que de seguro se remontan a los tiempos del encomendero Guerra, del cacique Atonal y otros personajes de la historia de Chiapa de los Indios.

Quiero felicitar al autor y espero que las jóvenes generaciones abreven de este diccionario de uso, usándolo para fortuna y trascendencia de la matria chica…

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