Rompan todo… Impresiones sobre la tesis rock vs Estado

Por Homero Ávila Landa

A propósito del documental Rompan todo. La historia del rock en América Latina (director, Picky Talarico. Netflix 2020. Productor ejecutivo, Gustavo Santaolalla), propongo una lectura en forma de impresiones propias. Considero que el documento merece más debates culturales que en automático hacerlo presa de nuestras hogueras personales.

Primero que nada, habría que decir que el documental no puede contener la historia de todo el rock de Latinoamérica; pero sí se trata de un ejercicio histórico sobre nuestro rock (sin duda, muy centrado en aquél que fue o es, o el más popular o el más comercial, o ambas cosas, en las diferentes épocas tratadas, así como muy centrado en el productor ejecutivo del mismo, y productor de varias bandas mexicanas aludidas de los 80 en adelante: Gustavo Santaolalla).

Y decir también que, aunque parece haber un diálogo entre el rock de las diferentes escenas, esto es, entre el rock de los diferentes países, ello apenas habría más o menos ocurrido hacia los años noventa del siglo pasado, gracias al desarrollo de las industrias culturales nacionales, en específico las de la música, la radio y la televisión. Esa idea de integración ocurriría, idealmente, con la creación del proyecto comercial y comunicacional MTV Latino inaugurado hacia 1993, cuando diferentes escenas nacionales de rock habían florecido. Para el caso mexicano, el “éxito” obedeció al proyecto discográfico llamado Rock en tu idioma de la compañía BMG Ariola, y al impulso que dieran sellos discográficos como Comrock y Culebra.

Más allá de esos proyectos, aunque comercialmente exitosos, ha habido generaciones de jóvenes que alrededor del rock han producido propuestas sonoras e identidades culturales en contra de las lógicas comerciales de la industria rockera global. Así es como infinidad de jóvenes han aportado con sus maneras de naturalizar (mexicanizar, argentinizar, colombianizar, etcétera) el género dentro de Latinoamérica. Desde que el rock se configura como una cultura juvenil en México, su apropiación-recreación ha dado lugar a formaciones culturales que para ser tales, no dependen del universo comercial del rock, aunque lo hayan consumido; cuestión que el documental no considera, ya que se afana en dar una lista completa de bandas y discos en los que Santaolalla participó, al punto que nuestro rock pareciera deberse a una persona y a ciertas compañías. El productor sin duda tiene méritos irreprochables, pero el documental se anuncia como una historia general (que no es), y no como el quehacer y el punto de vista de un productor sobre nuestro rock… Con todo, la corriente mayor sí ha sido la de rockeros reflejando, copiando, tomando prestado, pero también apropiándose hasta naturalizarlos y darles el sello nacional, diferentes estilos musicales, temas y looks derivados de las escenas inglesa y estadunidense (¿habrá casos al revés: que el rock anglo sea influido por nuestro rock).

El documental retrata bien que el momento definitivo de la “naturalización” del rock en los países latinoamericanos fue hacia los años 80 del siglo pasado; se entiende que desde entonces nuestro rock es significativamente escrito en español y se conforma como banda sonora de generaciones juveniles del periodo, una música que habría estado al alcance “de todos”, ya que se transmitía en radio y televisión, se documentaba en revistas varias y se accedía de modo directo a él en conciertos masivos realizados, sobre todo, en las grandes ciudades latinoamericanas. Pero la latinoamericanización y las nacionalizaciones del rock no debe entenderse como el conocimiento y consumo de las diferentes escenas nacionales en cada país, ni como la integración de una gran escena del género en América Latina. Lo alcanzado por las industrias culturales del rock en la región se debió mucho al desarrollo de los medios de comunicación masiva, a cierta internacionalización de los mercados nacionales de esa música, y a la postre, al Internet; pero se desagregó en escenas varias al interior de los países, haciendo que incluso localidades y subregiones presentaran escenas rockeras propias, a veces dialogantes con la escena nacional. Digamos que Soda Stereo, Maná, Café Tacuba, Molotov o Babasónicos, entre otros más de los 90 y los dosmiles, se beneficiaron de esa popularización/comercialización mediática; pero desde luego, han sido contadas las bandas de esa “relevancia” frente a las que nunca pudieron o no quisieron tener esa forma de “éxito”.

Destaco que el primer capítulo del documental propone una especie de hipótesis válida, que establece que durante los años 60 y 70, el rock fue esa música hecha a contracorriente, como respuesta (indirecta sería), de las situaciones dictatoriales y antidemocráticas de escala nacional, como parte de sus respectivos correlatos de opresión cultural en cada caso, tanto en México como en Argentina y Chile. Ese postulado también opera para el rock brasileño, acontecimiento no incluido en el documental. Este olvido o desconocimiento es uno de sus mayores errores, ya que, pretendiéndose la narrativa definitiva, por abarcadora (“La historia del rock en América Latina”), deja fuera el gran rock de Brasil.

A pesar de esa presunción que une política, juventud y rock, hay que precisar que éste no fue la única respuesta musical a los órdenes político-económicos nacionales, allí están expresiones emergentes en el mismo periodo, como la canción nueva y el retorno al folclor; quienes también representaron formas de resistencia o contestación a los poderes instituidos en el periodo. Incluso está la nueva trova cubana, que se considera afín al régimen estatal naciente -si no es que incentivada por él- en la isla iniciado en 1959. En cambio, el rock sí representó, más claramente que ninguna otra música, el cambio generacional protagonizado por la juventud, ése sujeto que encarnó la nueva era, la cultura moderna, con sus valores y significados desafiantes, con las novedosas ideas y sus prácticas: paz, amor, libertad. Fuera que se tratara de dictadura o de dictablanda, el rock latinoamericano fue muy rebelde en lo cultural y muy poco en lo político, en lo que tenía que ver con gobernar la sociedad, con derrocar, reconstruir y dirigir el Estado nacional. Fue más la manifestación de una inconformidad en registro cultural que una protesta política en búsqueda de otro Estado, otro sistema político, u otras formas de democracia que cerrarán las brechas de la desigualdad, la marginación, la explotación… Desde luego, esto último no tendría por qué ser tarea del rock; quien sí fue contracultural o antisistema a su manera.

Si bien tiene sentido colocar la historia de un rock contestatario, rebelde, inconforme, que interpela al poder, contada a la luz de contextos políticos y económicos nacionales que irían desde los años 60 y hasta donde el documental alcanza a considerar (digamos que hasta Nortec, Calle 13, Julieta Venegas y Mon Laferte), tal hipótesis no permite responder sobre las causas de la pérdida de presencia comercial y masiva de nuestro rock, y menos aún, la falta de respuesta rockera a los Estados fallidos y los narcoestados. Quizá sea en el rock subterráneo donde se están cantando los diferentes desacuerdos a los órdenes nacionales dados y desde allí se estén impulsando las narrativas y crónicas del mundo actual, el del capitalismo gore, de los extractivismos criminales.

Hace sentido proponer que nuestro rock ha respondido a los contextos políticos, económicos y socioculturales nacionales de la región; pero habría que añadir que las respuestas han sido distintas según cada escena nacional a lo largo del tiempo. Cada respuesta, cada propuesta creativa desde el rock, parece callar el documental, se ha visto integrada de alguna manera al sistema comercial, al cual inclusive ha ampliado, al tiempo que el propio rock ha incidido en la flexibilización de la moral social. Además, si bien en México tenemos ejemplos de bandas que apoyaron movimientos sociales progresistas, también los hay -y a veces se trata de las mismas bandas- que apoyaron candidatos o partidos de derecha; al mismo tiempo, se trata de agrupaciones del mainstream nacional.

Algo que merece seguimiento para que no quede en ensoñación ni consigna vacua, es saber si el rock de la región ha alcanzado la libertad preconizada desde los 60. Intuimos que esa libertad realmente existente y alcanzada ha sido la libertad creativa, la libertad de opinión y la económica … Pero además de libertad en abstracto, quizá el tema debió convertirse en reclamos por el cumplimiento de todos los derechos humanos para todos; sobre todo y en primer lugar para quienes siempre han carecido de ellos. Claro que esto último no es tema del documental, pero es una idea que bien podemos hacerla extensiva a nuestro rock que se precia de ser crítico, combativo, contestatario, contracultural; es decir, pedírnoslo a los que nos identificamos rockeros; y hacerlo sin caer en que la protesta rockera deben ser consignas que sacrifican el arte y la creatividad.

 

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.