La consolación de la filosofía

Imagen: Raúl Trejo Villalobos

Por Rodrigo Díaz Cadenas

 

Carta abierta en respuesta a Raúl Trejo Villalobos

Maestro:

Ha sido una verdadera sorpresa encontrar esta carta suya al abrir mi muro por la noche. A resguardo del calor tan intenso que nos azota en estos días, dispuesto a leer un poco el texto que tengo en turno, me topé con su carta. No puedo más que agradecerle el gesto. La carta llegó en buen momento: es media noche ya, está refrescando un poco, y tengo como acompañamiento a su carta un preludio y fuga de Bach tocado por Edwin Fischer. Mientras esa música, su carta y la tranquilidad de mi ánimo se van imbricando me siento intensamente vivo, y pienso que no tengo nada que envidiarle a Cicerón disfrutando en su tan apreciada Tusculum, porque como dice uno de los filósofos que usted me propone, no es necesario retirarse al campo, la costa o al monte, cuando uno puede retirarse a sí mismo cuando lo desee.

Nunca me he sentido más serenamente confrontado, en lo más íntimo, que cuando leo a Marco Aurelio, Epicteto o Epicuro. ¿Con quién pelea uno ahí maestro, si no con uno mismo? Con tranquilidad uno descubre, poco a poco, qué decisiones se tomaron, qué pasos se dieron, para llegar al lugar en donde uno está. Es uno leyéndose a sí mismo, encontrando en sí mismo, a través de la lectura de cualquiera de ellos, aquello que pudo haber hecho. Por otra parte nada hay que haya oído repetir más a mis amigos, que el deseo de ser felices. El no estar a la intemperie de tristezas, ansiedades o vivir presas de la cólera. Me incluyo en la lista. Para estas cuestiones no hay respuestas contundentes y, sin embargo, hay invitaciones, caminos posibles. Todos ellos son trabajos de interiorización, de escucha hacía lo interior, de examen de la vida propia, de manera puntual y constante. La filosofía ofrece algunas de esas invitaciones, caminos posibles, tales como las escuelas estoicas y epicúreas.

Destaco algunas ventajas y bondades de estos seres humanos de los que hablamos en esta hora. Marco Aurelio, como bien señala usted, fue emperador romano. Esto es decir, tuvo la riqueza que cualquiera pudiese desear, el poder desbocado e impunidad absoluta que pocos poseerán. Usted, ¿Qué haría? En vez de buscar y mandar traer todos los hombres y mujeres que deseara, de probar todas las comidas y las bebidas de su tiempo, en fin, de desbocarse ante cualquier impulso suyo, este hombre decidió pensar honestamente, representar con voluntad y ahínco su escuela filosófica: vida frugal, contención y administración de las emociones, resistir y renunciar. ¿Quién mejor para decirme a mí, un hombre de este siglo, con tantas tonterías a mi alcance, que una vida sosegada es posible? Por otro lado, si alguien dijese “bueno, era rico, la vida era más fácil para él”, a esa persona podríamos presentarle la figura de Epicteto, justo en el lado opuesto de la pirámide social: no fue emperador, sino esclavo. Una buena parte de su obra habla de cómo ser libre. Una libertad a la que puede acceder el esclavo y que no posee naturalmente nadie, por adinerado que sea. Dicho esto, asumo tenían el peso moral para regalarme una que otra intuición, atravesando los siglos que nos separan, sobre el cómo vivir una vida tranquila, y por lo tanto, disfrutar la felicidad. Ciertamente una vida totalmente ausente de sufrimiento puede ser imposible. Aún ahí ellos son para mí estrella polar, pequeña, a la que siempre seguimos, ¿pero a poco no es menos obscura la noche con una o dos estrellas polares?

Es cierto lo que usted habla de mí lectura de Meditaciones, la inicié en agosto de 2019 y la terminé en enero de 2021. Es un libro pequeñísimo. Esa es otra ventaja: son cortos y relativamente accesibles. Sin embargo, al estar escrito como pequeños parrafitos que representan reflexiones distintas sobre temas variados de la existencia, uno puede caer en la ilusión de leerlos todos de un solo golpe. A mí me pasa que si compro una ración limitada de chocolates, y me los como todos en una sola ocasión, probablemente sólo los dos primeros puedan darle a mi paladar y a mi cerebro la experiencia de su sabor, después de eso, la intensidad baja y francamente se desperdicia. Esto es lo que intuí en 2019 con las reflexiones de Marco Aurelio: irlas leyendo una por una, una o dos por día. Fueron lo primero que leía al levantarme, o por la noche, o entre los oficios diarios. Uno y repensarlo en el día. A partir de esta experiencia he decidido que iré releyendo a estos filósofos varias veces en mi vida, una y otra vez, siempre recordándome lo que olvido fácilmente, integrando el nutriente, de modo tal que el maestro interior, que todos llevamos dentro, se muestre conforme.

Siempre he pensado en dos cosas: mi muerte y mis días. Y eso es lo que amo en estos filósofos, ellos también pensaron una y otra vez el camino de sus días y su muerte. “Corte de Augusto: mujer, hija, nietos, hijastros, hermana, Agripa, parientes, conocidos, amigos, Ario, Mecenas, médicos, sacerdotes: toda la corte muerta.”(Libro VIII, 31) esta anotación sobre lo pasajera que es la vida, por parte del emperador, me hace pensar en mi propio fin y me pongo un poco más en paz con mis preocupaciones. “Debo morir, pero ¿debo morir gritando?” tal vez en esta frase de Epicteto pueda resumir uno de mis intereses más íntimos: morir lo más tranquilo posible. No es sólo por la muerte o qué hacer ante el dolor o sufrimiento que me interesan estos pensadores, sino también por la enseñanza sobre los días que nos quedan, en los que uno puede disfrutar el tránsito a Ítaca. “El cuerpo es la propia medida para las necesidades de cada persona (…) justo como el pie es la medida para un zapato” dice Epicteto en su Enchiridion, entonces me siento más fuerte y me libro de haber comprado aquellos audífonos de $4000, o esos lentes de sol de $5000. Mi cuerpo tiene lo que necesita: salud, comida, bebida, vestido, calzado, y siempre he logrado estar tranquilo así; porque, de lo que deseamos desbordadamente, ¿qué cosa es necesaria realmente para vivir bien? ¿Cuál de ellas incluso me produce sufrimiento? ¿Ellas van acorde a lo que soy, a mi naturaleza particular humana? Que cada uno contesta en la intimidad propia.

Ciertamente hacia el final, usted comenta que Epicureo fue mal recibido por la religiosidad institucionalizada a la que hace Usted referencia, y he pensado al respecto lo siguiente: un gran valor que hay en estas filosofías, es que representan una propuesta de guía y práctica en la vida cuyo objetivo no es alcanzar algún premio ultra terreno o evitar un castigo eterno ultraterreno también. La propuesta es alcanzar una vida más calmada aquí, en este espacio y este tiempo que nos tocó compartir. Es una buena propuesta moral laica. Tal vez por eso la Carta a Meneceo me gustó tanto, por su singular propuesta de lo bueno y lo malo: bueno es aquello que me produce placer, que éste es el fin natural hacia el que tendemos, la experiencia que instintivamente buscamos, no el dolor. Pero el placer en Epicuro no es desbordamiento frenético de las sensaciones, sino la mejor administración de éstas. Esto es, placer es lo que logra o fortalece la imperturbabilidad de mi mente; malo es todo aquello que me perturba el ánimo. Ese principio resonó fuertemente en mi interior, y aunque no es un principio perfecto y total, me ayuda a vivir mis días con eticidad acorde a mí interior. La única que puedo verdaderamente llamar eticidad. Por otra parte la definición de vida feliz, como vida calmada, como ausente de perturbación, entiéndase ausente de dolores y sufrimientos, que tiene satisfecha las necesidades que ya usted mencionaba, me ha hecho, válgase la redundancia, feliz. Me gusta más esa idea que la idea de felicidad actual entendida como la obligación de estar eufórico todo el tiempo, al parecer una especie de régimen de obligatoriedad de goce, de la foto perfecta, con el celular perfecto, sonriendo siempre, como Garrick en el famoso poema de Juan de Dios Peza. Dudo un poco de esas sonrisas eternas.

Pienso en el proemio: que tanto el anciano como el joven puedan dedicarse a examinar con determinación su vida, tal vez cuanto antes mejor. Una filosofía ofrecida al joven, al adolescente, que no teologice sus placeres, su cuerpo; sino que los acepte y lo acompañe para ir encontrando su propia eticidad, sus propios límites, que lo haga buscar aquello que le de calma y que lo ayude a combatir todo aquello que le produce malestar, perturbación. Una filosofía que ayude al adolescente a interiorizar que hay sufrimiento en la vida, eso no lo podemos evitar, pero que aun así, podemos tener agencia ante esa situación.

Como bien acierta a señalar, del tetrafarmacon , lo que más me cuesta es la muerte. El pensamiento de Epicuro a ese respecto me ha servido por momentos, ha sido útil. Pero he de decir maestro, que hay momentos en los que ante una enfermedad, cuando el fármaco recetado no surte efecto, todo galeno tiende a recalibrar y a optar por un fármaco más fuerte. No me basta, por momentos, Epicuro. Sobre todo en este tema, sobre todo en esos días en que la angustia cae como golpe de plaga, como un algo  que me carcome por dentro. Aplico mi principio Epicureo: busco el placer, la ausencia de dolor y sufrimiento psíquico. Terminar con la angustia, que quita momentos preciosos, de los poquitos que tenemos en esta vida, ese es el objetivo. Entonces me acuerdo de lo que dice Rosenzweig en su famosísima obra : “De derribar la angustia de lo terrenal, de quitarle a la muerte su aguijón venenoso y su aliento de pestilencia al Hades, se jacta la filosofía” y remata “el hombre no quiere escapar de no sé qué cadenas: quiere vivir”. Para esa angustia, una que no es de todos los días, pero que cuando llega debe de ser enfrentada con mi propia versión del tetrafarmacon, apelo, entonces, a la debilidad de creer. Debilidad que consiste, básicamente, en un deseo de querer creer (parafraseando a Michel de Certeau). Entiendo así mi tetrafarmacon¸ labrado bajo la dinámica de Epicuro: malo no es lo que dicen que es malo, sino lo que te perturba. Y bueno es aquello que tu sientes te trae calma. No lo que me dicen los ateos militantes que debo creer, tampoco lo que me dicen los religiosos militantes que debo creer, sino lo que yo y mi guía interior hemos encontrado en el camino, mi camino. De este modo, querido maestro, es como voy disfrutando las horas y los días, y me voy acercando con la mayor calma posible al día en que cese de existir, al día en que como Epicteto dice, nos llame el barquero a partir. Ataraxia, imperturbabilidad del ánimo; desde ella uno debe de irse preparando para su muerte desde la más temprana juventud, y para tal motivo, los estoicos son de ayuda. No habremos de escatimar medios para vivir y morir lo más conformes posibles.

Por lo demás, estoy sumamente de acuerdo en que una, sino es que la mayor de las dichas en la vida, de los placeres más disfrutables, es la plática larga y tendida, como suele decirse, entre amigos. Ya sea con los amigos que uno tiene a pesar del tiempo y espacio que no compartimos, como el caso de Marco Aurelio, Epicteto y Epicuro; o el diálogo igual de sabroso que he podido tener con Usted en aquel café en donde siempre hemos coincidido, a través de cartas físicas o electrónicas, via zoom o, como hoy, para mi sorpresa, públicamente. Por cierto, he seguido pensando aquella pregunta que Usted me hizo, la de la espiritualidad y la vida interior, a las que sinceramente quiero dedicarme académica y personalmente, y quiero darle una mejor respuesta, más estructurada, pero supongo que eso podemos dejarlo para otra ocasión.

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.