Perversidad e incompetencia: éxito económico y mediocridad deportiva en la Liga Mx

Por Homero Ávila Landa

Llegó otra final de nuestra liga futbolera. Otra vez, el Cruz Azul se instala en la lucha por el campeonato. Como se sabe, La Máquina llegó a esta fase habiendo impuesto récords propios, de la institución, y de la liga. Como sabemos, también es protagonista en la Concachampios 2021 (lo mismo que Tigres, América y Monterrey). Todo ese esforzado y exitoso trabajo, está sujeto a una extendida morbosidad que quizá espera, o desea, o apuesta, porque la noción de cruzazulear tome forma de destino más allá del deporte, esto es, en la vida, en la realidad; la derrota por la que apuesta el ruido de la comentocracia, parece más un imperante que confirme un quehacer humano, la práctica del futbol profesional, como un destino nacional.

Es visible que han ido en aumento en medios tradicionales y digitales, comentarios deportivos que crean y sostienen esa corriente de opinión, esos estados de ánimo que dan paso a expectativas ladeadas hacia el fracaso Azul. Incluso hay periodistas que francamente esperan la derrota que les permita seguir explotando lo que les parece un “trauma” o un problema psicológico que se articula con la pasión, la ilusión y la intensidad que despierta el futbol, y que, en este caso, parece justificarlo el viacrucis vivido por el equipo al perder finales y juegos en instancias decisivas. La final, así, acompaña nuestra convivencia cotidiana: de las sobremesas a las diferentes reuniones en nuestro relativo confinamiento pandémico, de las pláticas cara a cara con amigos en el trabajo, a las conversaciones en grupos de WhatsApp.

Por su parte, el Santos llegó a la liguilla habiendo ganado 7 juegos, empatado 5 y perdido otros 5. Con ello, sumó 26 puntos, misma cantidad que el León, pero por encima de éste gracias a su diferencia de goles; entró, pues en el 5° puesto de 12 posibles. En la reclasificación, superó al Atlas, y ya en la liguilla, dio cuenta de Monterrey y Puebla, ambos equipos, superiores en la tabla general, pero sometidos por los Guerreros en esta fase… La final, por reglamento, pudo haberla ganado también el Querétaro, que entró a la liguilla con sus 6 triunfos, 8 derrotas y 3 empates, que le dieron, lo mismo que al Mazatlán (que quedó fuera de la fase final por peor diferencia de goles a favor), 21 puntos en la temporada regular.

Los 41 puntos producidos por el Cruz Azul, mientras iba y venía para jugar el torneo de la Concachampions y, los récords conseguidos con un futbol que llego a tener buena manufactura, pueden quedar, no en el olvido, sino alimentar ese otro deporte nacional que es el escarnio; práctica común en estos tiempos hiper comunicados y conectados, en el que voces, gritos e insultos se multiplican sin fin. Podría pues, no ganar el mejor equipo, el más consistente, el de buen futbol, el que dominó la liga, el que hizo los méritos necesarios. Claro, necesarios si nuestro sistema no fuera perverso y sostenido en valores que no privilegian el esfuerzo y la calidad. Acá, impera la ganancia máxima al tiempo que se escamotean logros, esfuerzos y merecimientos… y a veces, pocas, gana fase regular y liguilla el mismo equipo; como el León el torneo pasado.

De Uwevanderwolf – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=7294973

Perversidad de nuestro sistema de competencia

Nuestro futbol profesional es perverso porque no está diseñado para que el campeonato lo gane quien mejor juega de manera sostenida, quien sea más consistente, quien produzca más puntos, quien se esfuerce con resultados exitosos a lo largo del torneo regular, sino para que lo pueda ganar, incluso quien práctica la mediocridad deportiva: quien queda entre el 2° y el 12° lugar a lo largo de la campaña más extensa (de 17 juegos, lo que no es en realidad una campaña extensa). En la llamada liguilla -y en la actual fase de reclasificación: jugada entre los lugares 5 al 12-, se puede ser campeón jugando “ratoneramente”, y ganando, ya en la fase de liguilla, unos pocos partidos; incluso se puede vencer empatando, y ganar habiendo sido el 12° lugar si de visita se anotaron más goles que el rival.

Hoy en nuestra Liga MX, de nuevo esa perversidad se hace palpable; pues, como vemos en la estadística anotada en los primeros párrafos, hay grandes brechas de rendimiento, de esfuerzos, e incluso, de energías e ilusiones de jugadores y de la afición puestas en el tablero de la final. Esos números que documentan la capacidad y efectividad, pueden no tener sentido, pueden velozmente trocarse en burlas y abismos de dolor para el Cruz Azul; más no para el equipo Santos en caso de resultar subcampeón. ¿El resultado de la final, es producto de la mano invisible del destino? En el caso de la liga mexicana, no; es producto de su perverso afán por ganancias fabulosas. De seguir garantizando, se dice, el ser un negocio redituable; ejemplar para otros campeonatos nacionales del futbol continental. Importa, pues (y se entiende, acepta y pasa por ser algo lógico) el rendimiento del negocio; el deporte está en segundo plano. Éste importa, por ser la fuente de los inmensos rendimientos.

 

El escamoteo deportivo y relevancia de la mayor renta económica

La centralidad monetaria en nuestro futbol, sacrifica la deportividad, entendida como competencia donde quien posee los mayores argumentos físico-técnicos vence. Aquí no prevalece el rendimiento deportivo, acá se diluye ese espíritu del olimpismo: “Más rápido, más alto, más fuerte”. Ello es borrado por el interés central: conservar el negocio, que cada vez más crezca su capital.

En nuestra liga, puedes jugar espléndido, anotar más goles, defender mejor que ningún otro equipo, romper récords, ¡bienvenido todo ello! Pero ganar el campeonato no importa en sentido competitivo; el sistema de competencia, otra vez, está hecho para que gane cualquiera, como lo repiten los cronistas que televisan la liga; como si ese “puede ganar cualquiera” democratizara algo que de suyo debería ser producir al mejor equipo, y no lo hace. Acá nunca sabemos con contundencia quién es el mejor equipo, si el que ganó 2 o 3 juegos de liguilla y se levantó campeón, o el que ganó como nadie en el torneo, pero perdió otro mini torneo de 8 equipos y de 6 juegos, en los que aun empatando y perdiendo algunos de ellos, se puede salir campeón.

 

Trabajo de hegemonía futbolera: ¡Viva el futbol!

¿Entonces por qué me/nos gusta tanto el futbol? ¿Por qué representa los valores humanos más enaltecedores? ¿Por qué es la transfiguración del impulso guerrero al plano deportivo? ¿Por el natural afecto humano por el juego y la competencia? ¿Por qué permite revanchas simbólicas ante realidades insuperables? Podría ser por todo ello y por mucho más. Pero no podemos dejar fuera de entre las posibles razones combinadas, la intensa tarea ideológica de los medios y los dueños del dinero, en nuestro caso, también dueños del balompié mexicano.

El voluntarismo nacional atado a la pasión e ilusión futbolera, además de poderse explicar por la necesidad de trascender, por las formas de representación -a manera de tótems- de nuestros clubes, por lo humano que es poner en manos de los equipos nuestras lealtades y esperanzas, o por el hecho de que concentra identidades colectivas, también puede entenderse como producto del trabajo de hegemonía que no cesa de materializarse en narradores y comentaristas de futbol que se declaran a favor de un equipo (¿les suena el América?) ni de producir telenovelas, canciones, películas, revistas e imaginarios a partir del futbol. La economía centrada en el futbol es amplia, compleja, profunda, inconsciente, a veces sutil a veces grosera.

Unas veces, la fascinación futbolera mediatizada, se hace con inteligencia y gracia poética (Ángel Fernández, por caso), otras veces con histeria e incompetencia narrativa (casos Carlos Aguilar, Paco Villa, Álvaro Morales…), pero eso sí, manufacturada a puro pulmón. La maquinaria mediática, al cabo, juega un papel central para que nuestras pasiones y natural tendencia a colectivizar y ritualizar la trascendencia física organizada tengan al futbol como un fenómeno singular (global, comunicacional, cultural, político…).

Todo ello no anula mi pasión por este deporte ni mi afición a La Máquina Celeste. Y esta es la parte irracional, porque aun sabiendo de ese manoseo “del poder” al futbol, prevalece mi gusto por el equipo, por el que me intereso desmedidamente ante la posible coronación este fin de semana. Si bien el sistema de competencia de la Liga Mx es perverso en sí mismo (y el Azul -club millonario que le confiere ventajas frente a nóminas más modestas- desde luego acepta las reglas), si bien escamotea las más de las veces la gloria que debería encarnar el deportivismo, si bien entiendo el peso de las mediaciones de poder en este deporte, ello no quita mi vivencia de fanático cruzazulino (lo que, aunque suene pedante, Raymond Williams llamaría “estructuras del sentir” y atañen alas subjetividades con las que nos formamos individuos y sujetos sociales).

Para mí, la bronca no es el futbol profesional, ni la inocente magia del balón como medio para trascender en la vida (y pienso en Pelé y Maradona como casos ejemplares), mucho menos la belleza, el arte o la poética que llega a alcanzar el futbol, no; mi enredo es con nuestro sistema de competencia, con el abuso mediático y con la imposición de que la gloria es producto de la suerte, de pasar por un buen momento de 4 o 5 juegos, o peor, de un accidente, o de un error humano (árbitro) o tecnológico (VAR)… Desde luego, los siete campeonatos de liga, del 1999 al 2018, en los que La Máquina no ganó la final (y en algunos, como ahora, fue superlíder), son pesar evidente.

 

Consultas:

Cruz Azul: ¿Cuántas finales perdidas y subcampeonatos tiene en su historia? (msn.com)

Microsoft Word – Reglamento de Competencia LMX 2020-2021 vf.docx (fmf.mx)

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