Entre el podio y la basura: el deporte herido de nacionalismo

Por Cuauhtémoc Jiménez Moyo

El miércoles 28 de Julio del presente año, las boxeadoras mexicanas Brianda Tamara y Esmeralda Falcón, encontraron en bolsas de basura, uniformes deportivos del equipo de softbol femenil mexicano, que representó a nuestro país en las olimpiadas de Tokio. Con azoro, las pugilistas dieron testimonio en sus redes sociales de lo que, para ellas, representa un desdén al “trabajo, dedicación, amor y pasión” de muchos años, a decir de Briada.

Más allá de juzgar a las jugadoras, quisiera compartir algunas líneas acerca de la reacción de parte del periodismo deportivo y de buena parte de la población que sigue la justa olímpica. Sabemos por Benedict Anderson que el nacionalismo tiene el poder de las cosas que tienen su base en la imaginación. Cosas tan inasibles como la eternidad o Dios comparten con el nacionalismo el estar hechos de sueños. Nada de ello es real (en el sentido de ser comprobable) pero tienen efectos tan reales como un puñetazo. Me parece que en esta patología, encontramos la explicación del desprecio por el uniforme, pero también de la sorpresa de las pugilistas y de la población mexicana que mostró su patriotismo al indignarse al saber que un objeto que representa a su país fue menospreciado de tal manera.

Reparemos un instante en el hecho de que nunca nos preguntamos qué significan los uniformes para las jugadoras o qué representa para ellas tirar las cosas a la basura. Simplemente juzgamos. Parece que podemos normalizar el racismo, mirar de soslayo a madres que desentierran restos de sus hijas asesinadas, pero jamás pasaremos por alto que jugadoras con doble nacionalidad (la mayoría son también Estadounidenses) desechen nuestros símbolos patrios.

El judoka argelino Fethi Nourine renunció a luchar con su similar de Israel, el también judoka Tohar Butbul, por solidaridad con la causa palestina. Fethi no conoce a Tohar, pero supone que es un sionista conservador asesino de niños palestinos. Tal vez Fethi sea otra cosa, tal vez es crítico a la política de su país, pero nada de eso importa cuando estamos dominados por una de las patologías más peligrosas de la historia: el nacionalismo.

El nacionalismo contamina todo lo que toca y el deporte no es la excepción. Si hay algo en nuestro mundo que da esperanza, que infla el pecho de alegría y entusiasmo, es el deporte. Lamentablemente el nacionalismo y las actitudes sectarias que conlleva suelen manchar el espíritu olímpico. Ojalá pudiéramos tirar a la basura de la historia ese estorbo. Finalmente, una cuestión que me preocupa, es que nuestra patología sea basura inorgánica y tarde milenios en desintegrarse de nuestro mundo.

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