Estampitas olímpicas: Se nos fue el sueño

Por Germán Martínez Aceves

“Prefiero vivir de ilusiones/si así soy feliz”…el bolero de Álvaro Carrillo siempre viene a mi memoria cuando inicia cada Olimpiada. Desde el abanderamiento a la delegación mexicana hasta su paso por el tartán en el desfile inaugural, las cuentas alegres de posibles medallas que obtendrán nuestros atletas se reflejan en las sonrisas de todos. En este 2021, hasta el duro rostro de Ana Guevara, titular de la Comisión Nacional del Deporte, se suaviza al vaticinar cuando menos 10 medallas en la cosecha mexicana que superaría a Londres 2012 (8 medallas), Los Ángeles (6 medallas) y hasta México 68 (9 medallas).

Son las 5:45 de la mañana, veo en la pantalla que la selección de futbol de Brasil explota su tensión después de 120 minutos sin goles y festejan su pase a la final. El mediocampista Reiner, con su tiro rasante a la izquierda, clavó el cuarto penal (vaya número para México en esta época, el 4) para mandar a la verdeamarela a la final del futbol olímpico.

Desde que Eduardo Aguirre inició la tanda de penales y tiró suave a la derecha del portero Santos, nos hizo partícipe de su mudez. Al siguiente tiro, Johan Vásquez, al disparar también a la derecha, potente pero más certero al poste que a las redes, apagaba la vela de la ilusión. Recuerdo la película Macario, dirigida por Roberto Gavaldón con guion de Emilio Carballido, donde el personaje se encuentra con la muerte quien tiene velas encendidas que representan la vida de los simples mortales, cuando se apaga una de ellas, trascender a la desaparición física es inevitable.

Horas antes, Rommel Pacheco ya nos había demostrado que al estar a la orilla de la tablita y lanzarse al vacío sin el dominio total de las emociones y los giros gimnásticos aéreos, no se puede vencer a los casi perfectos chinos que tejen sus figuras en el aire y caen como agujas a la alberca.

A los pocos minutos iniciaría el siguiente partido de futbol que ubicaría a España en la final gracias al gol de Marco Asensio en tiempo extra. El destino de nueva cuenta nos llevará a enfrentarnos a Japón, ahora por la medalla de bronce. Los nipones ya nos sorprendieron con su velocidad y su tremendo mediocampista Takefusa Kubo.

Es momento de abrir el álbum de estampas y recordar el enfrentamiento de México y Japón en las Olimpiadas de México 68. Casualmente también por el tercer lugar. La fecha fue el 24 de octubre. El resultado: 2-0 a favor de los hijos del Sol naciente con sendos disparos de Kunishige Kamamoto ante la displicencia del portero Javier Vargas.

Años después, al cumplirse 50 años de aquellos Juegos Olímpicos, los sobrevivientes del tricolor confesarían que se dejaron ganar. El propio Gato Vargas declaró que los directivos no cumplieron con los premios prometidos si el Tri avanzaba a semifinales. Sin que nadie se rasgara las vestiduras por falta de “amor patrio”, los mexicanos hicieron un acto de rebeldía en pleno 68 y dejaron que los japoneses se colgaran el bronce en pleno estadio Azteca.

La participación del Tri olímpico inició el 13 de octubre con una victoria de 1-0 ante Colombia con gol de Luis Estrada. Después el 15 de octubre (nótese que solo tenían un día de descanso), la selección sucumbía 1-4 con Francia, el gol fue de Cesáreo Victorino y el defensa Humberto Medina anotó un autogol. El 17 de octubre vendría la revancha ante Guinea, Vicente Pereda y Héctor Pulido se despacharon con un par de goles cada quien para un contundente 4-0.

Ahí vendrían los problemas. La Selección nacional perdió la localía y fue a jugar al estadio Cuauhtémoc, en Puebla, el 20 de octubre. El rival fue España. Los jugadores acordaron con los directivos que, si le ganaban a los ibéricos en cuartos de final, recibirían mejores condiciones de viaje. Albino Morales y Héctor Pulido hicieron válida la apuesta para poner los cartones 2-0 y pasar a semifinales.

Comité Olímpico Mexicano. Cortesía.

El siguiente partido fue en el estadio Jalisco contra Bulgaria. Los seleccionados olímpicos fueron traslados en un largo viaje en tren. Molestos por los escasos días de descanso y por las promesas incumplidas, los jugadores mostraron su inconformidad. La actitud la notó Nacho Trelles, el director técnico, y apoyó a sus jugadores. No podían abandonar la competencia, menos siendo país anfitrión, así es que decidieron ¡dejarse ganar!

El 22 de octubre saltaron a la cancha del inmueble de la avenida Independencia y si bien Albino Morales y Héctor Pulido anotaron, el equipo facilitó las cosas para que Petar Zhekov, Atanas Mihaylov y Tsvetan Veselinov marcaran por Bulgaria y se instalaran en la final.

Regresarían al estadio Azteca para jugar por la medalla de bronce y la actitud fue la misma, facilitarle los espacios a los japoneses para que ganaran. Hasta se podían dar el lujo de reflexionar cada jugada como Oliver Atom (Ozora Tsubasa) en Los Super campeones.

Finalmente, el oro fue para Hungría, quien venció 4-1 a Bulgaria y el bronce para Japón. En nuestra casa pudimos y no quisimos. Ahora queremos y no podemos.

Recuerdo la mirada de preocupación de Rommel Pacheco en su cuarto tiro desde el trampolín de tres metros, su ser en la orilla de la tablita, y vienen hacia mí las palabras de Octavio Paz (el poeta, no el tercero portero de los Pumas) en El laberinto de la soledad: “La resignación es una de nuestras virtudes populares. Mas que el brillo de la victoria nos conmueve la entereza ante la adversidad”.

Una vez más se nos fue el sueño.

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