La Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas hoy ¿Hacia dónde mirar?

Tendedero del acoso UNICACH. Foto: Cortesía

La Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH) no puede desligarse del contexto que hoy define a la educación superior en México[1]. La globalización abrió paso, sin límite alguno, a la libertad de mercado, incluyendo la privatización de la educación, la salud y los servicios estratégicos de toda sociedad que se asume moderna y democrática. Dada la naturaleza de la escala global de estas decisiones, la UNICACH no debió nacer, pero imperativos de desigual realidad material y social, y de coyuntura política, la hicieron posible. Nace precaria, sujeta a los tiempos de la “austeridad presupuestal”, pero también a las prescripciones ideológicas de un Estado que aspira a jugar en las canchas del primer mundo, aunque sea con las reglas no escritas de la mentira que, retóricamente, augura, sin el agobio del pasado, una educación con un horizonte plegado al principio de la libertad individual, pero sin futuro, esto es, un horizonte espectral que se difumina en la nada[2].

Esta perspectiva, que se acerca a una interpretación de debilitamiento de las instituciones públicas, como lo es la UNICACH, no implica asumir el sentido de inevitabilidad de su crisis, haciendo nuestros los argumentos que moldean su estructura lógica, sino recuperar la lectura  crítica y ética que desmonte su construcción, para estar en condiciones de forjar la Universidad que la sociedad chiapaneca demanda, una tarea que exige el sentido de responsabilidad y decoro de la comunidad universitaria en su conjunto. Requiere una autoevaluación de sus problemas estructurales, pero también de su presente, configurado por el hacer cotidiano y contingencial de la política y de lo político[3], un ejercicio relacional que irrumpe la concepción falsa del conflicto y del antagonismo, para recuperar, como toda forma de socialización, su carácter intrínseco y, por ende, su equilibrio inestable, donde la victoria, la reconciliación, y el compromiso constituyen “uno de los grandes inventos de la humanidad”[4].

Lo anterior, nos coloca no solo en su lectura estructural sino fundamentalmente en el hacer contingencial y cotidiano del antagonismo “politizado” entre el poder rectoral y los académicos y trabajadores que se le oponen, antagonismo que hoy camina al filo de la navaja. El poder instituido en el ejercicio de la rectoría es un hacer que discursivamente se asume como la “defensa de la institución universitaria”. Sin embargo, salvo el tímido reconocimiento de la corrupción en los periodos rectorales del pasado y su posible cuantía, en el breve ejercicio de la “nueva” rectoría, no hay ningún pronunciamiento y voluntad de diálogo con la comunidad académica, sobre las formas de enfrentar los desafíos políticos de una universidad en bancarrota; pareciera que el cometido de su designación es la de evanescer toda acción que lleve a juicio a sus responsables, y acallar, por los medios que sean, a quienes irrumpen la dialéctica circular del poder institucionalizado de la UNICACH.

Para los poderes instituidos, los enemigos de la Universidad son los académicos, y el comité sindical que les representa. El discurso presentista, con el que se intenta hacer tabula rasa con el pasado inmediato, le es suficiente no solo para zafarse de toda demanda o petición de los académicos, aduciendo que “son problemas que no los generó” la presente administración, sino también para violentar el reconocimiento que inicialmente asumió con el Comité Ejecutivo del SPAUNICACH encabezado por el Dr. Fredi Eugenio Penagos, comité formalmente reconocido por el exrector Rodolfo Calvo Fonseca, con la firma del contrato colectivo de trabajo (2020-2021)[5]. Este reconocimiento, indica la nueva rectoría, se “rompe” porque las autoridades competentes otorgaron la “toma de nota” a otro comité encabezado por Zoila García Ruíz, mismo que en su momento fue impugnada por simular una “asamblea sindical” y demandas de académicos por la falsificación de sus respectivas firmas, para cubrir con un número permisible de sindicalizados.

El reconocimiento, en “apego al derecho”, al comité liderado por García Ruíz, se traduce en la “ilegalidad” del comité encabezado por el Dr. Penagos que debía hoy negociar el nuevo contrato colectivo, y coadyuvar a la definición de la plantilla académica del próximo semestre, y de un sin número de condiciones laborales. Las tensiones de esta decisión  permite reducir el problema de la UNICACH a un conflicto intrasindical, mismo que la rectoría lo asume como su “campo de batalla”.

No obstante, una lectura cuidadosa lleva a la conclusión de que se trata de un campo de batalla ficticio, pero que permite operar como “batalla relámpago”, por la velocidad en que se instrumenta, la estrategia del miedo en el personal académico, para inducir su cambio al comité sindical avalado por la nueva rectoría. Que la Rectoría intente imponer su poder bajo el amparo del miedo y la incertidumbre, es no solo una práctica perversa, de deshumanización por el sentido de angustia que provoca, sino también opuesta a todo principio ético de una institución universitaria. La serie de acciones del nuevo rectorado, ante decisiones de las y los académicas que exigen la dignificación del espacio de trabajo, no deja de sorprender. Las amenazas se tradujeron, en pleno periodo vacacional, en el despido de 50 profesoras y profesores, bajo formas que violentan todo sentido de dignidad y de respeto.

Su opuesto, la parte instituyente de la comunidad universitaria -académicos, administrativos estudiantes y padres de familias- es, sin duda mayoritaria, pero políticamente compleja. Por su naturaleza plural, los posicionamientos se tornan paradójicos: desvela tanto la potencia social para desmontar y transformar los anacronismos de las coordenadas que operan para que la Universidad sea hoy lo que es, como su opuesto, esto es, la defensa del status quo, particularmente por apoyos, favores y privilegios recibidos por el poder rectoral[6]. Esta tensión paradojal, que no irrumpe la estructura realista del concepto de institución, ni el análisis más fino de la naturaleza concreta de la pertenencia y referencia individual o grupal[7], permite, en su concreción, situar los procesos de contextualización que definen la singularidad de la crisis de la UNICACH.

En efecto, en tanto contexto perceptivo, la escala de la realidad concreta de la UNICACH y su crisis define estratégicamente las tensiones de los sustentos de las relaciones que fluyen de manera formal e informal en su dinámica cotidiana y de coyuntura. La Universidad no hizo suyas las exigencias de la política de educación superior que operaban en su escala nacional y global, el contexto turbulento de la sociedad chiapaneca de los noventa permitió la continuidad y la reelaboración de la cultura política local autoritaria y patrimonialista. En el mismo sentido, la austeridad presupuestal y el estatuto de “Universidad Solidaria” que le asigna el gobierno federal, no la exime de la oleada de corrupción que define a la política nacional, gestándose, como ya hemos indicado, la precariedad de la educación superior y, en el seno de esta, las voces de académicos que no solo han visto el deterioro salarial y el saqueo quincenal de los descuentos que sostienen sus derechos a la salud y a la vivienda y otros, sino también un ejercicio rectoral que difumina todo principio de autonomía universitaria en aras del control y dominio de todos los órganos académicos y administrativos.

En suma, la singularidad de las tensiones de la UNICACH, se acuerpan en el quebranto financiero y administrativo, y en una estructura organizativa disfuncional y desequilibrada entre sus componentes. La primera es estructural y la segunda deriva de la ineptitud de la política universitaria para transversalizar el espacio social local y sus demandas en la materia; ambas se retroalimentan, y sus dinámicas internas están mediadas y tensionadas por los poderes instituidos local y federal, y el poder que cotidianamente académicos y alumnos deconstruyen o visibilizan, que si bien son acciones microscópicas, moleculares, su recurrencia impacta a las estructuras y relaciones de poder que definen a la Universidad.

¿Hacia dónde mirar? Si el poder rectoral instituido reduce su mirada antagónica haciendo del conflicto un sentido finalista negativo que culmina con el despido de sus oponentes, la interrogante debe hacerla suya la comunidad universitaria instituyente para, en paralelo a la urgente defensa radical de sus derechos laborales elementales, construir un contrapoder sustentado en un proceso de mutación subjetiva  de cara a las exigencias del proceso de contextualización de los entornos nacional y global, y a la realidad local chiapaneca. Reducir el presente a un pasado entrampado para colocarse con sentido de inevitabilidad ante un futuro ominoso que ya es presente-pasado, significa no solo la negación de la capacidad intelectual de situarnos en el futuro, sino también la negación de nuestra capacidad para reconocer, en palabras de Zemelman, la potencialidad de lo dado. Los jóvenes universitarios, como nunca, necesitan una formación científica que exige la utopía, y esta se construye en el recinto universitario[8]. En suma, el contexto político de la universidad, por las formas de situarse en el tiempo, camina distante de la Cuarta Transformación que, entendemos, intenta forjar el tiempo de lo posible. Los académicos tienen la palabra, pero también la tiene el gobierno federal, pues el sostener una oferta de poco más de 50 programas entre licenciaturas y posgrados, con calidad y eficiencia, no es un problema menor.

[1] Véase Aboites, Hugo. (2003). Las universidades en América Latina: ¿Reformadas o alteradas? La cosmética del poder financiero. Buenos Aires: CLACSO; Kaplan, M. La Universidad pública: esencia, misión y crisis. Revista Mexicana de Ciencias Político y Sociales, vol. XLIV, núm. 178, septiembre-abril 2000, pp. 101-133. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=42117805

[2] Traverso, Enzo (2018). Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria.  Buenos Aires: FCE.

[3] Marchart, Oliver (2009). El pensamiento político posfundacional. Buenos Aires: FCE.

[4] Simmel Georg (2010). El conflicto. Sociología del antagonismo. Madrid: Ediciones Sequitur.

[5] Véase la nota: Rector de la UNICACH compromete trabajo con honestidad y transparencia, en https://prensa.unicach.mx/note.php?v=OTk3&title=Rector+de+la+UNICACH+compromete+trabajo+con+honestidad+y+transparencia

[6] A este respecto, es común frases como “durmió como administrativo y despertó como académico”, “durmió como “asociado” y despertó como “titular”, o durmió como titular “A” y despertó como titular “C”.

[7] Lourau, René (1991). El análisis institucional. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

[8] Zemelman, Hugo (1997). El futuro como ciencia y utopía. México: UNAM.

Un comentario en “La Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas hoy ¿Hacia dónde mirar?”

  1. Alex Droid
    4 agosto, 2021 at 13:12 #

    En caso de que la UNICACH sea rescatada será necesario un cambio de estrategia en su estructura, una que sea AUTÓNOMA y no dependa de injerencias externas (mucho menos del gobierno estatal), las cuales le han afectado enormemente con fracturas que quizás no le permitan «alzar el vuelo».

Responder a Alex Droid Haga clic aquí para cancelar el reenvío

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.