Los libros, cimientos de la memoria

 

Enseñar a leer y a escribir es hoy, como ayer,

uno de los objetivos esenciales de la educación

obligatoria, quizá porque saber leer y saber escribir

 ha constituido en el pasado y constituye también

en la actualidad el vehículo por excelencia

 a través del cual las personas acceden al conocimiento

cultural en nuestras sociedades.

 

Carlos Lomas

 

 

Inicio mi intervención citando al filósofo Santiago Alba Rico, quien dice: “Sin un relato no podemos existir, ni individual ni socialmente.” El libro El mundo herido. La subjetividad en tiempo de coronavirus, que comparto con ustedes, es un relato; pero no un relato cualquiera, sino de un modo de producción y consumo que empieza a derrumbarse desde sus cimientos y está colapsando al planeta mundo.

Es también parte de una disciplina académica que emprendí hace varios años, y ha dado como resultado más de veinte libros publicados que forman parte de La Biblioteca Florentina, a decir de Carlos Román.

En estos libros está presente la memoria y la historia, que se oponen a la globalización y neoliberalismo, que impulsan el olvido y han contribuido a la destrucción de nuestro hábitat imponiendo formas de producción y consumo.

El libro llega a ustedes en plena cuarta ola de la crisis sanitaria ocasionada por el coronavirus; su lectura transmite la fragilidad de la existencia de la especie humana y la incertidumbre que vivimos durante el confinamiento. Su escritura fue un asidero a los miedos y desasosiego ocasionados por un insignificante, invisible, pero letal virus que segó la vida de miles y miles de personas.

El confinamiento detuvo el vértigo de la vida cotidiana, en mi caso, me permitió leer, escuchar música y escribir; hablar con los muertos para sentirme vivo. La lectura mitigó la ansiedad de esos días aciagos de reclusión, en donde las utopías quedaron postergadas por la sobrevivencia.

En esa pausa escuché, desde los confines de la historia, el eco de la palabra que nombra el mundo y organiza la convivencia social, transmitiendo los sueños y pesadillas, anhelos y utopías de las mujeres y hombres que lucharon por sobrevivir a los misterios del mundo y la vida;  otorga identidad y dejan huellas y testimonios diversos en su tránsito terrenal por el planeta mundo.

En el devenir de las civilizaciones, la palabra y la visión del mundo quedó  documentado en pergaminos, tablillas, piedras y papel. La palabra escrita, escribió el presente y soñó el mañana, rescatando el pasado; atrapó a los universos infinitos en narraciones e historias.

Los libros custodian la palabra, los sueños y tragedias. Reposan pacientemente en las librerías y bibliotecas, esperando que alguien los encuentre, los tome y abra; con la lectura despierten las palabras para recrear la imaginación. “Lo más bello es lo que cada uno ama”, escribió Safo —-una mujer griega que transgredió su rol femenino e incursiono en la poesía—- La belleza  está primero en la mirada. No deseamos, dice, a quien nos parece más atractivo, sino que nos parece atractivo porque lo deseamos. Quien ama crea la belleza y el deseo.

La vida misma es una belleza que hay que cuidar, cultivar y desear.

Pero la vida también se encuentra en los libros. Emilio Lledó escribe “El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron esa condición efímera, fluyente, que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido.”

Los libros son memoria colectiva, testimonios de este y otros tiempos pasados y por venir. Son asideros y cimientos de la memoria.

Irene Vallejo escribe que quizá los griegos entendieron que las frágiles palabras de los libros eran una herencia que sus hijos y los hijos de sus hijos necesitarían para explicar la vida; que tenían que ser preservados pensando en las generaciones futuras; que las antiguas historias, leyendas cuentos y poemas son testimonio de unas aspiraciones y de una forma de entender el mundo que se niega a morir.

Los relatos que integran El mundo herido. La subjetividad en tiempos del coronavirus, contienen una mezcla de las incertidumbres y esperanzas que vivimos en esta época de confinamiento social. Tiempos inciertos que alentaron una respuesta narrativa que da cuenta del inmenso desasosiego causado por el Covid-19.

Estar en el mundo nos dota de sentido en lo interior y exterior. Para Ponty el mundo percibido no es solamente mío, es en el que veo dibujarse las conductas del otro; estas también apuntan a aquél que es el correlato no solo de mi conciencia, sino de toda conciencia con que pueda encontrarme. ¿Cómo sería un mundo sin los otros?

Las narraciones contenidas en este libro editado por la Universidad Autónoma de Chiapas, que comparto con ustedes se desplazan entre la realidad y ficción. La escritura mantiene viva la esperanza del goce de la vida y la lectura para hacerle frente al tsunami digital que nos aparta del mundo y nos llena de vacío la existencia.

Escribí este libro con la esperanza y el optimismo de que la larga noche pandémica va a terminar, a quedar atrás, pero dejando huellas imborrables. Dice Müller que la primera forma de la esperanza es el miedo, el primer semblante de lo nuevo, el espanto; miedo y espanto que poco a poco se van diluyendo para pasar de la pandemia a la utopía y podamos contribuir a imaginar y construir un mundo diferente.

Es, también, una síntesis de múltiples lecturas y escrituras, un acercamiento a dos dimensiones del mundo de vida: la realidad, de la cual recupero los sentimientos y emociones vividas (subjetividad) y la imaginación, esa enorme posibilidad que tenemos de construir mundos reales o imaginarios.

En este opúsculo incursiono en otra forma de recrear la realidad: la ficción; lo hago para no perder el gozo de seguir viviendo a pesar de la pandemia. No obstante, me interrogo: ¿qué sentido tiene escribir desde la perspectiva de la ficción en estos tiempos avasallados por la imagen de lo digital que ha corroído los cimientos de la imaginación? Me pregunto también sobre la relevancia que tienen la lectura, escritura, literatura y la filosofía, cuando en la postmodernidad parecieran haber perdido su novedad y radicalidad crítica.

Sin aspirar a ser testimonial, estos escritos dan cuenta de un tiempo inédito, vivido. Espero que su lectura provoque otras ideas para seguir profundizando en la comprensión de la crisis civilizatoria que vivimos, y poder generar propuestas de acción.

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