Las filósofas tienen la palabra: sobre la filosofía mexicana
Por Raúl Trejo Villalobos
En 1943, Samuel Ramos publicó el primer libro sobre Historia de la filosofía en México. Años después, José Gaos publicó dos pequeños tomos que tituló Entorno a la filosofía mexicana. Para 1963, con motivo de la celebración del XIII Congreso Internacional de Filosofía, El hombre y la crítica de nuestra época, se reunieron siete ensayos de diversos autores, con el título de Estudios de historia de la filosofía en México. Más recientemente, en 2014, Alberto Saladino coordinó el libro colectivo Historia de la filosofía mexicana. Este último, al igual que los anteriores, abarcan prácticamente todas las épocas y los estudios sobre mujeres se refieren principalmente a Sor Juana Inés de la Cruz. Durante las últimas tres décadas, han aparecido varios y diversos estudios enfocados al siglo XX. En éstos, es notable el crecimiento del número de mujeres como autoras; y, sin embargo, habiendo varias filósofas con obra, estudios sobre ellas o aparecen poco o en definitiva no aparecen.
He aquí el valor y la trascendencia de Las filósofas tienen la palabra, de Fanny del Río (Siglo XXI Editores, 2020).
En este libro, la autora reúne las entrevistas realizadas, entre 2016 y 2018, a: Carmen Rovira, Juliana González, Fernanda Navarro, Olbeth Hansberg, Paulette Dieterlen, Virginia Aspe, María Pía Lara, Paulina Rivero, Maite Ezcurdia y Kim Díaz. En el Prólogo dice que la lista de diez no es exhaustiva, pero que forma parte de consolidar un registro histórico de filósofas mexicanas, con aportaciones a la docencia, la investigación y la producción académica. Todas y cada una de ellas, son doctoras en filosofía, han ejercido un cargo directivo, son docentes en educación superior, han publicado libros o artículos y destacan en el área de la filosofía en que han desarrollado su carrera. Además de poder desarrollar la noción de “injusticia epistémica” como explicación de la ausencia, negación o exclusión de las mujeres en las historias de la filosofía, Fanny del Río advierte: “Quiero dejar claramente establecido que rechazo argumentos paternalistas o de «ingreso por cuotas» para las filósofas: incluirlas en las historias de la filosofía –y en el currículo académico– no es una cuestión de «corrección política», sino solo de responsabilidad ética y de justicia epistémica, esto es de criterios que obligan a contar la historia con objetividad” (p, 10).
Algunos temas que sobresalen en las entrevistas son: sus inicios en la filosofía, sus influencias, sus procesos formativos, los temas y las orientaciones filosóficas que han cultivado y sus experiencias como mujeres en un ambiente dominado principalmente hombres. Otro tema, de no menor importancia, es el de la filosofía mexicana. En este sentido, Carmen Rovira, señala: “Es indiscutible que hay una filosofía mexicana, no una filosofía en México. Ahora, tuvimos que luchar, porque yo recuerdo encontrarme a gente en el pasillo de la facultad que me decía, «pero, ¿por qué pierdes el tiempo en eso? ¡No hay nada!» Yo les decía, «sí, hay»” (p, 121).
Por su parte, Juliana González y Paulette Dieterlen, consideran que no ha sido posible constituir ni una comunidad ni una tradición. Concretamente, dice la primera: : “Hay búsquedas filosóficas en el país, siempre las ha habido porque no podemos dejar de hacer filosofía, pero nunca se ha configurado una verdadera comunidad, ya no digamos escuela” (p, 64). Y, la segunda, comenta: “Uno de los problemas de la filosofía mexicana es que no hay una tradición. Podemos mencionar a Carmen Rovira, a los del grupo Hiperión –a quienes les gustaba el asunto de la identidad– pero no existe una filosofía enfocada a los problemas sociales” (p, 30).
Más acorde con Carmen Rovira, Virginia Aspe sostiene: “Yo digo que filosofía mexicana es la forma en que los mexicanos hacemos cualquier filosofía y punto, pero claro que hay temas específicos que se plantean, quizás un poco menos en el XVIII y sobre todo en el XIX, que fue marcadamente liberal y en cierto sentido dejó de lado la historia, pero sí muy fuertemente en el XVII, en que hay una apropiación de la identidad, y en el XX, cuando esto se fortalece después de la Revolución y volvemos a hacer conciencia de lo propio” (p, 17). Por su parte, María Pía Lara, con una idea distinta sobre el tema, comenta: “Cuando era estudiante había una materia que se llamaba Filosofía en México y siempre fue muy debatida. No hay una forma definitiva de entender ese problema. Si la filosofía es una manera crítica de plantear los problemas sobre la ciencia, la política o la ética –Wittgenstein diría, como un «juego lingüístico»– como una institución o una disciplina que se configura a partir de cuestionamientos pero también de un pensamiento abstracto, desde ese punto de vista no hay filosofía en México” (p, 88).
Entre la existencia y la inexistencia de una filosofía mexicana, entre la falta de una comunidad y una tradición, Paulina Rivero considera necesario romper en definitiva el eurocentrismo y Maite Ezcurdia que lo importante son los argumentos, las teorías y las propuestas. Rivero dice: “Creo que el pensar como tal pertenece a la humanidad, pero a mí me sorprende llegar a universidades norteamericanas o europeas que tienen, dentro de su Departamento de Filosofía, un pequeño Departamento de Filosofía en México. Creo que en México hemos pecado de un eurocentrismo radical que clama por romperse” (p, 114). Por su parte, Ezcurdia, señala: : “Hablar de filosofía mexicana puede decir una multiplicidad de cosas, pero a mí me interesa más saber si hay una filosofía que se hace en México y yo creo que sí. Los temas filosóficos no tienen por qué tocar la cotidianidad, las particularidades del país. Lo que ha hecho la filosofía mexicana en gran medida es preocuparse por los problemas filosóficos y, a partir de esto, desarrollar argumentos, teorías, propuestas. Eso es una filosofía que se puede hacer en cualquier parte del mundo. También hay filósofos mexicanos que están en el extranjero pero siguen con la conciencia de que tienen que participar y contribuir a un mejor desarrollo de la filosofía en México” (p, 50).
Sin abordar directamente el tema, algunos comentarios de Fernanda Navarro y Olbeth Hansberg son reveladores. En el caso de Navarro, a la vez que relata experiencias profesionales y académicas cerca de Bertrand Russel, Althusser, León Felipe, José Revueltas y Luis Villoro, habla de un viraje epistemológico hacia el pensamiento de los pueblos originarios: “Uno no elige dónde ni cuándo nacer, pero sí elige de qué lado estar o dónde posicionarse. Eso sí. Hay libertad para eso” (p, 100). Hansberg, por su cuenta, al mismo tiempo que relata parte de su trayectoria profesional y sus trabajos sobre las emociones, destaca el momento en que descubrió la filosofía analítica y se dijo a sí misma: “«esto es lo que quiero hacer toda mi vida»” (p, 73).
Finalmente, Kim Díaz, la filósofa más joven de todas las entrevistadas y radicada en Texas, Estados Unidos, enfatiza: “Por ahí existe gente que debate si hay una filosofía mexicana. Y si no hay, ¿qué he estado haciendo estos últimos veinte años? claro que sí existe, y es muy rica, y el mundo tiene mucho qué aprender de ella” (p, 41).
Más allá de las apreciaciones sobre la filosofía mexicana, el libro en su conjunto, tiene la virtud de hacer constar una obra amplia y sólida, por ejemplo, en las publicaciones de las filósofas: Una aproximación a la historia de las ideas filosóficas en México. Siglo XIX y principios del XX (2011), obra en cuatro volúmenes y coordinado por Carmen Rovira; El malestar en la moral (1986) y Ética y libertad (1997), de Juliana González; Antología de Bertrand Russell (1971) y Filosofía y marxismo: Louis Althusser (2015), de Fernanda Navarro; La diversidad de las emociones (2001), de Olbeth Hansberg; La pobreza: un estudio filosófico (2003), de Paulette Dietterlen; Las aporías fundamentales del periodo novohispano, de Virginia Aspe; Moral textures: feminist narratives in the public sphere (1997), de María Pía Lara, por mencionar solamente algunos. Además de la obra publicada, también se hace constar un conjunto de trayectorias que es, desde ya, esa otra parte de la historia reciente de la filosofía en México.
Una última virtud, y no por ello menor, consiste en la brevedad, la generosidad y la amenidad en que se reúnen y se presentan los materiales por parte de Fanny del Río, inspiración para que las mujeres jóvenes atiendan a su vocación filosófica y algunos de quienes nos dedicamos a la filosofía mexicana asumamos nuestra responsabilidad ética y rectifiquemos la historia…
Sin comentarios aún.