Claves pare entender el presente de Chiapas: La violencia, sus alcances y límites

Desde Las Margaritas, niños, mujeres, ancianos y familias completas, peregrinaron por la paz, contra la violencia y discriminación.. Cortesía: Pozol Chiapas

Por María del Carmen García Aguilar

Los hechos y acontecimiento de violencia de los últimos años en Chiapas dejan atrás la metáfora sobre la “maldición bíblica”,  a la espera de Dios y del Estado para mitigarla, o para imponerla en un rejuego de fuerzas internas con imaginarios míticos pero que en su momento la trasciende en tanto se justificaba para la liberación y la lucha contra el “comunismo” para  después abrazar, en paralelo a la Guerra Fría, a la democracia liberal y, con ella, los derechos humanos, que por supuesto nunca se tornó fáctica, pero permitió que el Estado fuera un actor nada despreciable en la indistinción entre conflicto y violencia ante la perdida de las fronteras entre lo público, lo privado y lo social.

Si pretendemos una analítica reflexiva sobre la violencia del presente siglo, tenemos que preguntarnos no sólo qué cambió de lo social y de lo político en Chiapas, sino también qué tan igual son ambos cambios, y en qué se distingue la violencia de Chiapas de otras violencias, si como reza el tiempo de hoy, estamos situados en un mundo desespacializado, propio de la globalización neoliberal.

En Chiapas, pensar los contornos de la violencia del siglo XXI, es una tarea compleja no solo por el entrecruzamiento de los tiempos, sostenidos por un subdesarrollo normalizado, sino por las tensiones entre su materialidad y la institucionalización de un imaginario simbólico que trastoca la morfología de su sociedad. Las expresiones de facto de la nueva violencia datada por la población afectada, los medios y los registros de seguridad pública, revelan la carencia lógica de su estructura, fines y desenlaces de su práctica.

En esta perspectiva, sugerimos algunas claves para entender la violencia que hoy conmociona a la sociedad local: la presencia de la violencia del narcotráfico que incorpora a segmentos de su sociedad: asesinatos, desapariciones, secuestros, enfrentamientos entre cárteles o grupos, y una violencia pública cotidiana imparable. Los medios de comunicación, y las autoridades locales privilegian la contingencia e inhiben el hecho de que la violencia, en tanto acto, es producto de una conjunción de poderes, entre ellos, el discurso que consolida formas de asumir e interpretar una realidad que se sostiene es universal, como lo es el dominio de una gramática de sello Neo-liberal, cuyo despliegue, impactos y consecuencias expone  los poderes en juego y visibiliza sus aporías hoy desvelada por la magnitud de la crisis mundial (Puello-Socarrón, 2008).

Dimensionar las particularidades de la violencia en Chiapas, exige por supuesto el análisis de las mediaciones, en términos de tiempo, espacio, y cambios o acontecimientos políticos, económicas, sociales e ideológicas, particularizadas en los soportes de una cultura tensada entre su realidad material y su estructura simbólica (Zemelman, 1997).

Una primera clave es la primacía de la violencia estructural. La naturaleza de su origen y desarrollo define, hasta hoy, un flujo “indiferente al tiempo”:  esto es, una violencia cuya historicidad está trenzada, por los sistemas colonial, neocolonial o colonialismo interno (Mbembe, 2012; Mellino, 2012; González-Casanova, 2017). En tanto experiencia vivida, no es pasado, es lo que Chiapas es hoy. En el Mundo de Occidente, como señala Arendt (1954), el tiempo, como construcción social, devino del tránsito radical entre tradición y modernización, esto es, la fuerza de lo moderno como un todo, como tiempo de un sistema dotado de un pensamiento que afianza y legitima una estructura económica, política, social y cultural, desde el mito del desarrollo y progreso material “universal”, es decir dotándole al sistema capitalista de un sentido de “inevitabilidad” para Occidente, pero también para el Sur, cuyo producto directo es la imparable desigualdad, pobreza y precariedad de las condiciones de vida y de trabajo de la población mayoritaria, cuya dinámica circularidad socaba todo intento de salir de ella.

Esta primera relación con el mundo occidental portador de la modernización estructura el campo semántico que va a permitir explicar y comprender el mundo del Sur, conceptos y categorías que enfatizan la centralidad del colonialismo y del imperialismo occidental, esto es, continuar con soberanías limitadas y con el combate a toda insurrección popular. En palabras simples, este punto de partida y su continuidad histórica gesta las contradicciones fundamentales que desarticulan pensamiento y realidad, que nos lleva tanto a la reducción socioespacial de la experiencia, como a la falsación de la violencia.

A esta violencia estructural se le arropa con el manto simbólico del racismo decantado en el discurso cotidiano, pero fijándole una identidad fija, casi perenne. El absoluto desprecio del chiapaneco, sea “indígena”, campesino, o “chiapaneco mestizo finqueril”, es visible incluso en el discurso de las políticas públicas que, amén de fomentar la economía primaria para el mercado nacional, de antemano llevan la idea de ser una “misión imposible”, es decir, la sentencia de “no aptos para el desarrollo o la modernización”. En el seno amplio del término es una cultura, si ya no hegemónica, por las trasformaciones sociales de fines del siglo pasado y del siglo presente, sí con una fuerte presencia; un cruce dinámico entre tiempo y espacio en el que subyace como fondo oscuro, el nodo racial y de inferioridad corporal.

La segunda clave es la centralidad del Estado, primero, aduciéndose “Estado de la Revolución””, inhibiendo la conversión de las masas en sujeto político, desde las estructuras corporativas y el partido de Estado; después, con la democracia representativa, desde los rejuegos electorales entre los partidos políticos, las organizaciones sociales y las masas ciudadanas. Ambos momentos, fortalecidos por una cultura patrimonialista que traspasa tanto las contradicciones estructurales, como los tiempos políticos y los discursos de la modernización política. Parecería pues, que la debilidad de la autonomía de la economía y la sociedad local, ciernen el círculo de dominio sistémico en los poderes centrales.

Inevitablemente la violencia del siglo XXI en Chiapas posee la semántica de la escala universal, pero como ayer, no es “borrón y cuenta nueva”, como se pretende entenderla. En Chiapas, la centralidad de la pobreza es el primer producto de larga duración del mito desarrollista, esto es, una violencia estructural que socaba todo intento de salir de ella, salvo la irrupción, violenta o pacífica, de la matriz cognitiva, que política e ideológicamente se traduce en tensiones radicales pero pensadas en el “largo plazo”, en tanto, reestablecer la violencia normalizada de la “tecnología de gobierno, cuya legitimidad exige de un ejercicio simbólico que indistintamente juega con los binomios del bien y del mal; de la violencia y la  paz, necesarios para la conducción gubernamental (Puello, Socarrón, 2008).

Una tercera clave para su comprensión: las mediaciones de las escalas espaciales y temporales del sistema neoliberal, no implican una relación de causa y efecto directo; su comprensión implica identificar las recurrentes distinciones entre lo legal e ilegal, pero sobre sobre, recuperar la tesis de que la nueva violencia en Chiapas, deviene mayormente de lo que Kapuscinski (2002) define como “globalización negativa”, que en términos llanos se refiere a la “democratización de los actores de la violencia” en la que el Estado deja de poseer la legitimación privilegiada del uso de la fuerza, y permite la apertura de una amplia cadena productiva de mercancías y de personas que se definen por su tránsito violento e ilegal. .

Si la violencia en Chiapas es producto de lógicas sociales indistintas, su narrativa tiende cuando no a los sustentos místicos, a una interpretación de violencia interna devenida de los enfrentamientos entre los “pobladores”, y a la participación parcial de las autoridades, generalmente apoyando el bando de los perpetradores, aduciendo el contubernio y la corrupción. En los últimos años, se suma la violencia fáctica del crimen organizado, cuya información oficial y mediática no permite no sólo saber la importancia de la Chiapas en cuanto a las cantidades de drogas que pasan por su territorio, y sus actores, redes, o alianzas locales. Lo visible son las acciones de violencia que se vienen expandiendo en municipios de las regiones de la entidad, que es la entidad más fronteriza de México, y el generalizado impacto subjetivo de su población, cuyos nodos son el miedo portador de inseguridad en la casa, en la calle y en los centros de trabajo que, más allá de la socialización mediática y cotidiana, decanta en el silencio y la individualización de la posible defensa

Sin duda, lo social y lo político cambiaron en Chiapas, pero la frontera entre tiempo objetivo y tiempo subjetivo se ha ensanchado y desarticulado, para indistintamente responder al tiempo de la globalización cuyo nodo es el mercado. La crisis del mercado hoy se traduce en la crisis de estos ensamblajes y posibilita, pensar en las contraviolencias y las posibilidades de un futuro que hoy parece innombrable.

Arendt, Hanna (1996). Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Barcelona: Ediciones Península.

González-Casanova, Pablo (2017). Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. España: Akal.

Mellino, Miguel (2008). La crítica postcolonial. Descolonización, capitalismo y cosmopolitismo en los estudios poscoloniales. Buenos Aires: Paidós.

Mbembe, Achille (2013). Necropolítica. España: Editorial Melusina,

Kapuscinski, Ryszard (2002). “la fragilidad del mundo”, en Ricardo Cayuela Galley, entrevista con R. K., Letras Libres, año IV, número 43, julio, México, pp. 24-40

Fernando Pérez (Chiapas Paralelo, 25 de abril de 2022)

Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas

Zemelman, Hugo (1997). El futuro como ciencia y utopía. México: Universidad Autónoma de México-CIICyH.

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