Mientras tanto

Noche estrellada, de Vincent Van Gogh

Ese jueves por la tarde Rebeca quería que el tiempo pasara volando, le tocaba ir a cita con el dentista. Era necesario quitarle una de las muelas del juicio, le estaba dando muchas molestias. Se preparó mentalmente porque no le agradaba asistir al consultorio dental, sentía nervios de solo pensar en el ruido que hacía uno de los aparatos, como una especie de taladro, solo que al interior de su boca y muy cerca de sus oídos.

Llegó a la clínica, era la segunda ocasión que iba a ese lugar, se lo había recomendado su amigo Renato. Él solía asistir ahí y tenía muy buenos comentarios de los servicios. Esta ocasión Rebeca tuvo la oportunidad de explorar más la sala de espera. La vez anterior no pudo porque pasó de inmediato a su cita donde le hicieron el diagnóstico de la muela.

El espacio de espera tenía un aspecto poco común, eso lo hacía sentirlo acogedor, era como estar en la sala de una casa, así lo percibió Rebeca. Había un ventanal grande que permitía filtrar la luz, los muebles eran modernos y en un tono rojo, una mesa pequeña al centro con objetos artesanales de la región.  Y el elemento principal para Rebeca era un estante mediano como librero, con todas las repisas llenas de libros y revistas. A diferencia de otros consultorios, donde normalmente se encuentran revistas de productos médicos o de celebridades, el estante tenía una colección que le resultó interesante, desde novelas, cuentos, de autores nacionales e internacionales, hasta libros de historia, antropología, sociología.

En un primer momento Rebeca se sentó en uno de los sillones, pero al ver el estante se levantó y cual niña frente a una inmensidad de golosinas, comenzó a observar el mosaico de colores y tamaños que dejaban ver los lomos de los libros. Se topó con un tesoro que jamás había visto, una colección de historietas del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. —Me habría encantado leerlas de niña —pensó. Las publicaciones estaban muy bien cuidadas, la edición era de la década de los setenta. Seguía recorriendo con la mirada los materiales para decidir cuál le gustaría leer mientras pasaba a cita y hacer más amena la espera. Un libro con lomo rojo y letras negras atrapó su atención, no solo por el color sino por el título Escribir es un oficio peligroso,  de la autora Alice Basso.

Regresó a sentarse, se colocó como si estuviera en casa y comenzó la lectura. Se dejó atrapar por el contenido que hasta como en un tercer o cuarto plano alcanzaba a escuchar el ‘taladro’, como ella nombraba al instrumento que le causaba nervios, sin que le interrumpiera la concentración. Estaba por iniciar el cuarto capítulo cuando escuchó su nombre, era el turno de pasar.

—¡Qué lástima! Ya me había picado leyendo.

Dejó el libro sobre la mesa del centro y se dirigió al consultorio. El corazón empezaba a palpitar con más rapidez, saludó al dentista quien le dio la bienvenida y comenzó a explicar el procedimiento.

—¿Alguna duda Rebeca?

—Ninguna —respondió, tratando de sonreír.

Rebeca se acomodó en el sillón dental para que iniciara el procedimiento. Escuchó el ruido de los instrumentos que preparaba el dentista. Mientras tanto, observó la pintura de fondo en el consultorio, a modo de mural estaba La noche estrellada de Vincent Van Gogh, respiró profundamente y cerró sus ojos. Estaba preparada.

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