Rock de The Smashing Pumkins: sustantivar la existencia
Por Homero Ávila Landa
A Ori, Ele y Mando
¿Hay en Ciudad de México mejor escenario para una noche punk, metalera, gótica, dark, grunge, proto-emo y luminosa, que el auditorio Metropólitan y su arquitectura art decó que detuvo otra época, pero donde resuena lo contemporáneo?
Si se trata de The Smashing Pumpkins, el sitio es inmejorable; y lo es por sus condiciones acústicas y por su escenario que permite visualizar lo que allí ocurre. También por ese ambiente de otro tiempo y otro mundo, que como este grita por lo nocturno y lo masivo desbordado en la energía de los citadinos en busca del límite de la emoción en colectivo. Pero más porque Billy Corgan ha estado en su mejor papel este 7 de mayo, oficiando el ritual sónico de modo impecable. Desde luego, es uno de esos guías que afincan su fuerza interpretativa con su poderosa banda, de la que chorrea una energía amplificada por tres guitarras que tejen imbricaciones agudas, saturadas y profundas, frente a las que sólo queda rendirse. Billy entusiasmado por las cuatro noches de concierto agotadas con anticipación, agradeciendo la desbordada admiración de esa raza nocturna ya multigeneracional y muy intensa que corea, sacude la cabeza, salta y hace temblar las estructuras del añejo edificio. En su entrega, el máster de la ceremonia dice amarnos; su agradecimiento a la respuesta fanática es la dedicatoria “a cada uno” de “Tonight tonight”. Billy anda contento después de décadas de darle a la electrificación, las giras y al rol, de rocanrolear; encuentra en México una respuesta de entrega y fanatismo, como el de los viejos buenos tiempos.
En la energía compartida y atada por la experiencia rockera no falta el afán de documentar lo vivido al instante; de allí que miles de luces den cuenta de que todos tratamos de grabar en nuestros teléfonos digitales algo del evento. Para llevarnos una señal de lo propio e íntimo de lo allí vivido, que confirme que sí lo experimentamos, que fue real. Jóvenes y adultos, gente adolescente y adultos próximos a la credencial del INAPAM, congregados a la misa del líder que aplasta calabazas desde finales de los 80 con su propuesta que ni es punk, ni metal, ni dark, ni grunge, sino que es eso y es más que eso, pues su estilo revisita esas fuentes, las supera y recrea. Se trata de una banda significativa para miles de seguidores que se desbocan por la banda de Chicago y que cumplen con el código de etiqueta: cubrirse de negro.
En nuestra pospandemia con su cola de mortandad, este rock ha abierto un espacio de tiempo donde hemos reclamado sentirnos muy vivos, muy de volver a impregnar las noches con los sonidos enérgicos y energéticos que hacen sentir algo, vivo, intenso, buscando, confirmando, seguir siendo o afirmando lo que se es o lo que se quiere seguir siendo en esta vida. Es el rock y su experiencia total que saca de las vaguedades del cotidiano para ofrecer de nuevo una promesa, varias promesas, sueños, luchas, resistencias, potencias, hasta utopías. Mientras la ceremonia transcurre, la energía está a todo lo que da, y ella, combinada con el calor de este mayo post apocalíptico lleva a la exigencia corporal de vaciar todo lo que se viene cargando de atrás tiempo. El sudor es la consecuencia de la entrega en saltos, gritos, cantos y emociones que le bajan a la razón para estallar en las emociones que propicia esta banda; este rock le da una oportunidad al cuerpo, nuestro recipiente tan lastimado por el encierro de años. Sí, da temor infectarse aquí, pero parece imposible vivir atrás del cubrebocas cuando el rock gobierna.
“Los Smashing” se rifan con dos horas y media de rolas sustantivas de su larga carrera. La ceremonia ha sido efectiva; varias almas seguro se encaminan agradecidas a sus vidas reales pero transfiguradas, deben ir limpias, renovadas, convencidas… y volverán por más. Porque el rock es como gasolina. La ciudad le debe al rock formas de habitarla, de definir sus perfiles, de darle identidad y símbolos; de darle su particular luz, su sacrificio, incluso su horror. El rock que hace luminosa las noches de la tierra, de las ciudades de la tierra, de quienes en esta tierra vamos tras él. En medio del sonido, capturados por la arquitectura sonora, el rock inyecta lo inexplicable, sabe oprimir los botones que te vuelan. Es el sustantivo encuentro con el rock.
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