Presencias migrantes en la pesca. Tres escenas en Puerto Madero, Chiapas

Foto: Giovanny Castillo Figueroa

Por Giovanny Castillo Figueroa[i]

“Muchos acá ven la migración como un problema y dicen: ‘Ay, ¿por qué vienen acá a México a traer problemas?’, cuando nosotros mismos como mexicanos también migramos hacia Estados Unidos. ¿Entonces? La migración ha existido desde siempre. ¡Eso sí! Siempre ha habido gente moviéndose. Nadie sabe la necesidad que pasa el otro” (Neto,[i] 2 de octubre de 2021).

Corría el mes de octubre de 2021 en Puerto Madero. Mientras caminábamos por el malecón, Neto, que por entonces trabajaba en una institución educativa del lugar, dejaba en claro que su opinión sobre la ola creciente de personas de origen haitiano en el Soconusco chiapaneco (concentradas en su mayoría en la ciudad de Tapachula) se apartaba de la percepción de quienes tendían a verlas como un lastre o una fuente de malestar. Para él, ni este puerto marítimo ni la región en su conjunto habían sido ajenos a los flujos migrantes, tanto de las gentes que iban de paso y continuaban su rumbo hacia el norte como de las personas que por diversos motivos optaban por quedarse de forma definitiva en la frontera sur del país. En ese sentido, la reciente migración haitiana era, a sus ojos, otro episodio de la larga y compleja historia de movilidades humanas que han marcado el devenir del Soconusco.

Siguiendo la reflexión de Neto, en este texto me propongo dar cuenta de algunas presencias migrantes en el horizonte actual de Puerto Madero, específicamente, aquellas enmarcadas en el ámbito sobre el cual dispongo de un mayor conocimiento directo: la pesca artesanal o a pequeña escala. Más que un ejercicio analítico exhaustivo, lo que sigue es un bosquejo parcial e inacabado que apunta a resaltar, a partir de mis propias observaciones y vivencias, la participación de personas extranjeras –el grueso de ellas en situación de irregularidad migratoria– en tareas ligadas con la captura, almacenamiento y circulación de pescado en Puerto Madero. Sirvan las tres escenas que serán retratadas a continuación como otro ejemplo de una realidad incontrovertible –por no decir obvia– en el Soconusco: las poblaciones migrantes son un motor que impulsa la vida social y económica de esta región fronteriza.

 

En el mar: guatemaltecos que capturan pescado.

Mientras remendaba una red pesquera, Federico –o El Cosa como le dicen sus conocidos– relataba a propios y extraños su infructuoso intento por ser empadronado en la lista de pescadores del actual empleador, para así recibir los $7,200 MXN que el programa federal Bienpesca entregaría a quienes figuraran en los registros oficiales de productores de pesca y acuacultura.[ii] Con visible molestia, pero sin desatender la tarea que hacía, dijo a los presentes: “Estaba viendo para que me pusieran para alcanzar al apoyo que va a llegar ahora. Pero me dijo que no, que no se podía porque era extranjero y no tenía los papeles” (29 de octubre de 2021).

Oriundo de Ocós, municipio costero ubicado en el Departamento de San Marcos, Guatemala, El Cosa había emigrado debido a las amenazas a su vida por parte del crimen organizado: “la pinche Mara fue lo que me hizo irme. Ellos mataron a mi hermano porque no les quiso dar la cuota y si me quedaba también me iban a matar. No me lo pensé dos veces y me vine, ya tenía conocidos acá”. Aprovechando la experiencia acumulada por más de treinta años, halló trabajo en las lanchas que van al mar a extraer tiburón, dorado, sierra, tacazonte, pargo y otros tipos de pescado, en faenas que pueden durar hasta tres días y en las cuales a diario se pone en juego la vida. Ocho años después de su arribo a Puerto Madero, ha laborado para distintos dueños de embarcación y ha tenido muchos compañeros, varios de ellos originarios como él de Guatemala o también de El Salvador, pues a su decir: “mexicanos que pescan son muy pocos, si hay diez pescadores habrá tres o cuatro que son de acá y el resto son extranjeros”. No obstante, dado que su estatus migratorio es irregular, su nombre no aparece en los registros de las instituciones que controlan y vigilan la producción pesquera y, por lo mismo, tampoco puede acceder a beneficios de programas como el ya referido Bienpesca (sin dejar de lado el riesgo siempre latente de deportación).

La situación de El Cosa muestra una de las caras de la presencia migrante en el día a día de la pesca en Puerto Madero: la de centroamericanos (guatemaltecos en su mayoría) de pueblos con vocación pesquera que, ante la falta de empleo y la inseguridad que viven en sus lugares de origen, deciden probar suerte en esta localidad portuaria usando en su favor la experticia previamente adquirida. De este modo, aportan su tiempo, esfuerzos y saberes prácticos en la captura de productos pesqueros que no sólo satisfacen el consumo local sino que, en algunos casos –ocurre por ejemplo con el tiburón y el dorado- llegan a mercados como el de La Nueva Viga en Ciudad de México. En ese tenor, pese a la vulnerabilidad e incertidumbre generadas por la irregularidad migratoria, su participación resulta esencial para asegurar una producción constante de pescado, incluso en períodos de crisis como el vivido entre marzo y octubre de 2020 al inicio de la pandemia de Covid-19: sin el concurso de esta fuerza de trabajo en el mar, muchas personas del puerto no habrían podido acceder a pescado barato en un tiempo particularmente difícil de la historia reciente.

 

En la palapa: nicaragüenses que almacenan pescado.

Saulo tomaba un respiro después de haber ayudado a descargar las taras repletas de dorado y tiburón que recién habían traído del mar los pescadores. Era apenas su cuarto día de trabajo en la palapa de don Pedro, quien les había brindado la oportunidad a él y a su cuñado Javier de asistir en las tareas relacionadas con el funcionamiento del lugar, a cambio de una paga semanal de $1,200 MXN. Además de descargar el producto, debían clasificarlo, enhielarlo y despacharlo a quien lo quisiera comprar; asimismo, ayudaban a mantener limpia la palapa y a equipar las embarcaciones que día con día zarpaban al mar. Labores todas que resultaban indispensables para garantizar el almacenamiento del producto pesquero, y que a ellos –y a los demás empleados de este centro de acopio- les implicaba horarios de 7 a.m. a 7 p.m. durante los siete días de la semana, con una sola hora para almorzar y descansar.

Pero ni a Javier ni a Saulo les importaba los horarios extensos o las arduas jornadas en la palapa. Habían salido de su natal Puerto Corinto, en el Pacífico nicaragüense, con el propósito de lograr mejores condiciones de vida y estaban preparados para aguantar el duro camino: “Allá si hay un trabajo, es tal vez por quince días, tal vez por un mes, pero no te ajusta para otros tiempos de comer. Entonces uno mira la situación de lo que está pasando en su lugar y uno dice: “No, voy a buscar la mejoría”. Busca la mejoría” (28 de octubre de 2021). Empero, Puerto Madero no era su destino final sino un punto medio antes de alcanzar su verdadera meta: Nueva York. Allí les aguardaban familiares radicados hace más de dos décadas y con la promesa de un mejor futuro para ellos y las parentelas que habían dejado en Nicaragua. Así las cosas, los dos jóvenes planeaban trabajar por algunos meses en la palapa de don Pedro y ahorrar el suficiente dinero para continuar su camino al norte, más aún después de haber perdido los pocos recursos que traían en su paso por El Salvador: “Pasando la frontera de Honduras, de El Salvador, ahí nos robaron los reales. Nos agarró migración y nos preguntó que si éramos migrantes. Nosotros dijimos que no, entonces llega un guardia, con la cara tapada y dice: ‘¿Ustedes creen que yo soy baboso, que yo me chupo el dedo? Ustedes vienen migrando’… Más adelante, cuando caminamos ahí nos salieron varias personas en una moto y nos quitaron los reales. Entonces por eso nosotros nos venimos caminando, caminando, así llegamos hasta acá”.

La historia de Saulo y Javier refleja otra faceta de las presencias migrantes en Puerto Madero: nicaragüenses que, en su sinuoso tránsito migratorio, terminan participando en las necesarias tareas de conservación del producto, mismas que mantienen (o elevan) su valor comercial. Aun cuando muchos de ellos son hombres jóvenes que no pretenden quedarse en el país, la huella invisible de su paso queda en aquel pescado que en algún momento llegó a sus manos para luego ser eviscerado, destazado, enhielado, preparado y despachado a quienes habrán posteriormente de revenderlo o consumirlo.

 

En Tapachula: haitianos que comercian y consumen pescado.

A la palapa de don Pedro había llegado Vincent junto con otros dos hombres. Buscaban pescado fresco y barato para compartirlo con sus familiares y amigos en Tapachula. Optaron por comprar dos kilos y medio de jurel, a razón de $40 MXN el kilo, y unas cuatro o cinco docenas de mojarra pequeña y pescado revuelto, a razón de $30 MXN la docena. Mientras los trabajadores de la palapa fileteaban los productos recién adquiridos, Vincent notó mi presencia y me preguntó si acaso conocía algún trabajo que él pudiera realizar en el puerto. Entonces, supe que llevaba seis meses viviendo en Tapachula con su esposa y su hijo de dos años, a la espera de que el Instituto Nacional de Migración les expidiera un documento que permitiera su libre tránsito por el país. Entretanto, él trabajaba en obras de construcción en la cabecera municipal pero a la vez sondeaba mejores perspectivas de ingreso en locaciones cercanas como Puerto Madero. En un español que mezclaba acentos creole y portugués, Vincent relató: “Nosotros venimos de Brasil, allá nació mi hijo incluso. Sí, él es brasilero, de nacimiento pues, allá nació. Pero nos tocó salir porque ya no había trabajo en Brasil. Estuve trabajando bien por cinco años desde que llegué, pero ya no hubo más… Y llegamos aquí a México, a Tapachula, pero ha sido muy difícil, muy difícil. Gracias a Dios aquí ya estamos, esperando que Migración nos de los papeles para poder seguir, con la ayuda de Dios, hasta Estados Unidos o por lo menos hasta Tijuana. Nosotros no podemos regresar. No hay un lugar atrás para nosotros” (18 de octubre de 2021).

Vincent forma parte de la ingente ola de inmigrantes de origen haitiano que ha arribado al Soconusco en los últimos tres años, el grueso de ellos procedentes de Brasil y Chile. En la actualidad, esta población se ha vuelto un importante nicho de consumo de pescado corriente, también conocido en la zona como “doceneado” (pues algunas variedades suelen venderse por docenas) o “de bolsita” (porque tal es la forma en que tiende a ser llevado por quienes lo han de consumir) o “pescadito” (en razón a su diminuto tamaño). Doña Lupe, mujer de avanzada edad que revende estas clases de producto en el mercado Sebastián Escobar de Tapachula, decía al respecto: “Es que ahorita se vende un poquito más porque están esos negritos, y esos consumen mucho pescado. Esos sí consumen mucho pescado (13 de octubre de 2021). Y no sólo lo consumen sino que lo comercian al menudeo entre los sectores populares de la urbe tapachulteca. Ese no era el caso de Vincent pero sí el de algunas mujeres que periódicamente se aproximan a las palapas pesqueras del puerto con la intención de comprar diez, veinte o hasta treinta kilos de pescadito para luego menudearlo en el mercado del centro o en las colonias donde residen.

La situación de Vincent y la de las mujeres de procedencia haitiana que revenden pescado en Tapachula ilustran el comentario de Neto citado al inicio. De cierta manera, la presencia de estos actores ha avivado la circulación y consumo de un alimento de primera necesidad como lo es el pescado. A pesar de los discursos racistas y xenófobos que les ven como un problema, y a pesar de la inclemente pandemia de coronavirus que afectó al mundo entero en los últimos dos años, el rol de estos migrantes de origen caribeño, al igual que el de quienes provienen de países centroamericanos como Guatemala o Nicaragua (y también de Honduras y El Salvador), ha sido determinante en el devenir de la pesca en Puerto Madero.

 

[i] Los nombres de los interlocutores que serán referidos en adelante fueron cambiados para resguardar su anonimato.

[ii] Se trata de un programa de la Secretaría de Bienestar que destina un recurso monetario anual a quienes aparecen como pescadores o acuicultores en los padrones oficiales de la Comisión Nacional de Pesca y Acuacultura.

[i] Posdoctorante del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur-Universidad Nacional Autónoma de México. Colaborador del Observatorio de las Democracias: sur de México y Centroamérica

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