Compartir el sentir: visualidades de la violencia en Chiapas

Fotografía: Delmar Méndez

Delmar Méndez Gómez*

De regreso a casa

“Los balazos se han vuelto un sonido cotidiano en la ciudad”, me dice uno de mis vecinos, mientras regresamos de una junta de la colonia. Asiento con la cabeza porque su sentir me resulta compartido. Difícil no agitarse ante lo evidente: que las formas en que la violencia se expresa y materializa nos han alcanzado a un punto que parece irreversible. Su comentario derivó de lo sucedido en días previos, el 14 de junio de 2022, cuando dos grupos se enfrentaron con armas de alto calibre. Se disputaban el control del mercado de la zona norte de San Cristóbal de Las Casas, un espacio estratégico para el tráfico de armas, la venta de drogas y el cobro de piso. En distintos medios se resaltó el carácter étnico[1] de quienes participaron en los ataques. Por un lado, se hizo referencia de “los motonetos”, que iban al frente de los disturbios. Del otro, la presencia de personas armadas, quienes disparaban impulsivamente. Cinco horas de caos, de parálisis total. A un par de días de lo sucedido, no hay detenidos ni culpables, tan solo nombres que se anexan en carpetas de averiguación que se acumulan en viejos estantes. Y, mientras tanto, la disputa sigue en el aire.

Pero lo acontecido no se dio únicamente por el control de una población “indígena” inmersa en la delincuencia y el narcotráfico, sino por una colusión de mayor alcance: de cárteles que operan en otros estados del país y que buscan expandir su dominio a costa de las vidas que pueda cobrar[2]. Es innegable su presencia. Todo esto, a plena luz del día, sin la intervención de ninguna autoridad encargada del cuidado y de la seguridad de la ciudadanía. Estrategia fallida, incapacidad de acción o contención de lo que pudo desencadenar “daños colaterales”. Lo cierto, es que el hecho revela la carente voluntad para revertir lo se dejó crecer. ¿A quiénes se les puede responsabilizar? ¿Al Estado? ¿Al gobierno? ¿A la policía y a los militares? ¿Al ayuntamiento? ¿A los grupos criminales? ¿A los consumidores de drogas? Me pregunto, mientras mi vecino sentencia: “el ayuntamiento y el gobierno fue rebasado o es que se hacen pen**jos”. Cuánta verdad en su sentir.

Llego a la puerta de mi casa. Me despido de mi compañero de colonia. “Ya cotizaremos el precio de las cadenas y luego convocamos a otra reunión”, es lo último que me dice, antes de verlo partir. “Sí, estaremos al pendiente. Cuídese”. Cuidarse, enunciar la palabra, no es una simple demostración de afecto, sino una necesidad común y colectiva. El acto más evidente es la decisión que la colonia aprobó: colocar unas cadenas en la entrada y salida de la avenida principal. Tal vez no contenga la violencia ni sus fuentes, pero demuestra las intenciones de querer protegerse. De abajo surgen las primeras acciones.

 

En el estudio

Entro a la casa, enciendo el celular. Automáticamente me llegan las noticias de la tarde: Imágenes de bloqueos carreteros; notas sobre los avances de investigación del asesinato del presidente de Teopisca; imágenes de un asalto en alguna ciudad de Chiapas. Todo se comparte en las redes sociales, allí se construye la noticia. Ya no se espera la voz de la persona periodista o comunicadora para enterarnos de lo que sucede. Ahora, desde un celular, cualquiera puede expresar su sentir. Cualquiera puede tomar una fotografía o video corto para narrar su experiencia y preocupación. El archivo es la evidencia, el testimonio y la vivencia de quien realiza el registro. La sociedad se ha vuelto tan visual que el solo hecho de ver una fotografía o video nos demuestra las alertas cotidianas. “El incremento de la producción, distribución y consumo de imágenes facilitado por las tecnologías de la comunicación explica el ‘giro visual’ que ha experimentado la vida cotidiana”[3] (Mirzoeff, 2003: 26).

Durante el ataque en la zona norte, antes referido, se me ocurrió grabar un video desde la ventana de mi casa. No dije una sola palabra, para hacer énfasis en el paisaje sonoro del momento. Subí el video en twitter[4], y en menos de diez minutos ya tenía más de mil reproducciones. El suceso circuló tan rápido, tanto que a todas las personas nos llegó, cuando menos, un video por WhatsApp. Jobel, en su totalidad, fue testigo. Las visualidades de los acontecimientos se han convertido en una extensión de nuestra mirada individual y social. Develan la impronta afectiva que comprende lo que vemos y registramos. Esto quiere decir que ninguna grabación está desposeída de emociones como el temor, el enojo, la angustia, el odio y la indignación, entre otros. Esto logra presenciarse en los comentarios que generan los contenidos socializados en cuentas de Facebook locales que han sido creadas para compartir, principalmente, notas rojas, como en “Entérate coleto”, “El coleto informa”, “LA ROJA coleta noticias”, “Edgar Peruzzi Abarca”, por citar algunas. Hay sentimientos encontrados, reclamos que ya no son individuales. Sin embargo, el texto que describe el contenido no es lo importante, sino la materialidad visual. No es fortuito que las imágenes y videos formen parte de nuestra cultura visual, que es entendida como “la construcción visual de lo social, no únicamente la construcción social de la visión”[5].

Dejo de observar los contenidos recibidos. La hipermediatización de la violencia de pronto puede volverse un espectáculo, perder su carácter crítico al convertirse en mercancía, en simples contenidos que propician el voyeurismo. Se configura otro tipo de performatividad y apología que podría no cuestionar la violencia, sino legitimarse a través de la reproducción de los asaltos, los balazos, los bloqueos, los asesinatos y feminicidios. Creer que lo que vemos son contenidos que no nos pertenecen, que nunca nos tocarán. Es decir, anular la capacidad de disidencia e interpelación de lo que se ve, de lo que se vuelve cotidiano, para normalizar y vivir con la visualidad diaria de una violencia que nos avasalla. Pero lo que intento decir es que no hay que ver para creer, sino sentir para actuar.

 

* Doctorando en Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Colaborador en el Observatorio de las Democracias: sur de México y Centroamérica (ODEMCA-UNICACH). E-mail: delmarmego@gmail.com

[1] Vease Castellanos, Laura (28 de junio de 2022). “Chiapas vive hoy el peor de los mundos posibles”, en The Washington Post, disponible en: https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2022/06/28/chiapas-violencia-toma-san-cristobal-de-las-casas-motonetos-ezln/

[2] Véase Marcial Pérez, David (20 de junio de 2022). “La violencia rompe el Oasis de Chiapas”, en El Pais, disponible en: https://elpais.com/mexico/2022-06-20/la-violencia-rompe-el-oasis-de-chiapas.html

[3] Mirzoeff, N. (2003). Una introducción a la cultura visual. Barcelona: Paidós, p. 26.

[4] Véase el video en la siguiente liga: https://twitter.com/S0fes/status/1536811345064218624?t=jJfl8f7_PBMHYlpDgPrpkQ&s=08

[5] Mitchell, W. (2003). “Mostrando el ver: una crítica de la cultura visual”. En Revista de Estudios Visuales, No. 1, p. 3

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