La ruralidad en Chiapas: patriarcado, narcoviolencia y vida digna

Imagen de Grupo Tierra-CESMECA

 

Por: Mauricio Arellano Nucamendi[i]

En las últimas décadas, la voz crítica de las mujeres ha cobrado visibilidad en las luchas campesinas indígenas, en los debates sobre el sentido de lo comunitario y lo nacional, así como en las propuestas y acciones alternativas a la crisis ecológica, socioeconómica y humanitaria de nuestros tiempos. En diversas actividades como encuentros, foros, asambleas, talleres y otras movilizaciones, ellas reclaman una vida libre de violencias hacia las mujeres y hacia la Madre Tierra desde el ámbito personal, familiar, comunitario al nacional, en el marco de la autonomía y libre determinación de sus pueblos.

En sus apuestas, las mujeres organizadas en la defensa del territorio y de la vida reivindican concepciones, saberes y prácticas que tienden a articular la defensa y el cuidado ambiental, la salud, la alimentación y la equidad de género para una vida comunitaria libre de violencias; hacen frente al poder patriarcal y al control feminicida de su autonomía por la misoginia expresada en el machismo, el alcoholismo, la drogadicción y la violencia sexual, la negación de sus derechos y la invisibilización de sus aportes sociales, económicos y políticos por el Estado, la sociedad y los hombres; y el ataque permanente a las condiciones necesarias para vivir con dignidad.

En el imaginario rural chiapaneco se ha generalizado que las mujeres campesinas e indígenas tienen derechos, no obstante, ellas enfrentan fuertes limitantes en el acceso a la justicia en los sistemas positivo, consuetudinario y en las diversas expresiones autonómicas. De hecho, aun con una larga historia de formación política, con frecuencia las mujeres refieren que no saben cómo defenderse debido al incremento de la tensión y fragmentación del tejido comunitario por la operación en sus territorios (ahora como disputa de la plaza) del crimen organizado y del narcotráfico, que vulneran sus resistencias, sus construcciones políticas e incluso sus propias vidas, sumadas a las violencias históricas y estructurales que profundizan la destrucción de los bienes ambientales y culturales.

En nuestra entidad, la expansión y la intensidad que ha cobrado la presencia de grupos delictivos y de narcotraficantes, constituye una diferencia sustantiva a lo hasta ahora vivido como contrainsurgencia. En ello, quizá algo nos ayuda a comprender lo que sucede, si nos preguntamos cuán preparadas están nuestras redes familiares, vecinales y laborales para actuar ante el clima de terror que se viene sembrando en nuestra conciencia colectiva.

Sin duda, los escenarios de lucha por la defensa del territorio y de la vida toman otras complejidades respecto de la violencia contrainsurgente que coloca al Estado y los grupos paramilitares como un enemigo común.

Si bien el sistema de justicia del Estado mexicano se estructura a partir de la fabricación de culpables y el sistema político a partir de la criminalización de las y los defensores de derechos humanos, no podemos descartar la vinculación de algunos hombres con el crimen organizado y el narcotráfico. Esta realidad latente pone en una encrucijada a las personas que integran a las organizaciones civiles o sociales, sobre todo cuando se trata de algún familiar involucrado.

Por ejemplo, hace cuatro años tuvimos conocimiento del caso de una integrante de un colectivo de mujeres indígenas vinculado a un Centro de Derechos Humanos (CDH), cuyo esposo fue detenido acusado de pertenecer a un grupo delictivo dedicado al robo a mano armada en carreteras. En ese caso, él presionaba a su esposa para que ella pidiera el acompañamiento jurídico de su caso al CDH. Ante esta solicitud, el CDH averiguó la situación del detenido y concluyó que no era un caso que pudieran atender ya que no se trataba de una persecución política y por el contrario si existían muchos elementos que reafirmaban la acusación en contra del acusado. Esta decisión aunada a la condición de su esposo, la condujo a abandonar dicho colectivo aun cuando tenía años de participación y una experiencia importante en cargos de representación.

Por otro lado, en las luchas territoriales, las mujeres reconocen a un nuevo actor que vulnera sus resistencias: el narcotráfico y el crimen organizado. Sin embargo, no siempre es fácil para todas-os abordar el tema, tenemos reticencias a profundizar en esas reflexiones, a ubicar los actores de manera más clara, hay miedo, incertidumbre, parálisis y negación para denunciar.

Sin embargo, un elemento que rompe la violencia del silenciamiento como orden social, moral y político impuesto, es la riqueza afectiva que las mujeres campesinas indígenas y rurales producen al asumir el reto de construir espacios para colectivizar sus preocupaciones, miedos y dolores, e imaginar horizontes y esperanzas de lucha para vivir con dignidad. La potencialidad de esta dimensión afectiva en la defensa, el cuidado y la regeneración del tejido biocultural desafía el orden patriarcal y a la acumulación (valorización) del capital.

La magnitud de lo anterior puede dimensionarse en la denuncia que la Coordinadora Diocesana de Mujeres (CODIMUJ) hizo el año pasado respecto al aumento del alcoholismo, la siembra, venta y consumo de drogas y el alquiler de tierras y ríos a empresas y personas extranjeras.[ii] Enfatizaron que esta situación ha generado un aumento de la violencia económica, física y psicológica (maltratos, humillaciones, discriminación) principalmente de hombres hacia las mujeres, niñas, niños y personas mayores. Como parte de sus reflexiones convocaron a que “nos ayuden a superar los intereses que buscan dividirnos y confrontarnos para que así más fácilmente nos despojen de nuestra tierra y territorio”.

Este llamado que nos hacen las mujeres de CODIMUJ, nos plantea importantes desafíos para comprender lo que sucede en Chiapas, en particular con los hombres jóvenes del medio rural, campesinos e indígenas, en una mirada intergeneracional. Por ejemplo, este año volvimos a ver en San Cristóbal la presencia de jóvenes zapatistas movilizados contra las guerras del capital; estos jóvenes encarnan la rebeldía de un sujeto que lucha por la vida y la paz en el mundo, e interpelan a la solidaridad nacional e internacional.[iii] En contraste, se magnificó la presencia de un sujeto indígena, joven y masculino que genera terror social mediante la violencia armada; como el grupo armado que el pasado 12 de junio se mantuvo haciendo disparos con armas largas por espacio de cuatro horas continuas, provocando que la población sancristobalense pasara horas de angustia y miedo.[iv]

Quizá la primera explicación superficial que se ha dado a la incorporación de jóvenes indígenas en el crimen organizado es su condición precarizada y marginal, como sucedió en 1994 con el levantamiento armado del EZLN. Desde entonces hemos visto que los jóvenes zapatistas, aun cuando viven en condiciones precarizadas, mantienen una participación activa en el proyecto autonómico por una vida digna, justa y no violenta, sin integrarse a grupos del crimen organizado. Por lo tanto, es necesario preguntarnos qué es lo que ha pasado para que en un territorio con referentes históricos de lucha social, muchos jóvenes se integren a la delincuencia organizada, seducidos u obligados por el poder y la violencia naturalizada que el sistema patriarcal reproduce e impone para ellos.

Lo anterior nos obliga a reflexionar y generar conocimientos del sentir, pensar y actuar de los hombres rurales -en especial de los jóvenes- en tres temáticas: i) la presencia de los grupos del crimen organizado, ii) su respuesta a los cuestionamientos, las propuestas y las prácticas que las mujeres han accionado y iii) su participación (junto a las mujeres) dentro de las estructuras comunitarias.

Confío en que pronto construiremos espacios para compartir…

[i] Investigador CESMECA-UNICACH, colaborador del Observatorio de las Democracias: Sur de México y Centroamérica.

[ii] CODIMUJ Mujeres (15 de mayo de 2021). Muro [Página de Facebook]. Nuestra palabra de mujeres ante las violencias. Recuperado el 16 de mayo de 2021.

[iii] Muñoz, G. (13 de marzo de 2022). Se movilizan miles de zapatistas contra las guerras, borrando el “mito” de su “inexistencia”. Desinformemos.https://desinformemonos.org/se-movilizan-miles-de-zapatistas-contra-las-guerras-borrando-el-mito-de-su-inexistencia/

[iv] Castellanos, L. (28 de junio de 2022). Chiapas vive hoy el peor de los mundos posibles. The Washington Post.https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2022/06/28/chiapas-violencia-toma-san-cristobal-de-las-casas-motonetos-ezln/

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