Del racismo al cataclismo ambiental
Por Mikeas Sánchez
Enviados a las periferias de las metrópolis de un mundo que se sostiene en la explotación ilimitada de recursos humanos y ambientales, los pueblos originarios hemos aprehendido a sobrevivir frente a las violencias, y a pesar de ello somos incómodos, una muchedumbre de indios que tienen la osadía de ir a las universidades, de ostentar estudios de posgrado, entrometerse en el cine, la música, el teatro, la pintura, la ciencia, la academia, la medicina o la literatura. Para los racistas y herederos del colonialismo debe ser aberrante tener que escuchar a aquellos que antes ni siquiera eran considerados personas.
Marcados por una obligada resiliencia, los pueblos ancestrales nos reconfiguramos una y otra vez, aunque el costo generacional es demasiado alto. Violencias físicas, emocionales y espirituales; desde trasgresiones a los derechos humanos, cuando los hacendados imponían el alcoholismo y prohibían la educación, hasta las presentes acciones de guerra que se usan para intimidar y reducir la organización comunitaria, porque no hay peor enemigo para el sistema económico que un pueblo organizado en defensa de su territorio.
Aunque muchos siglos nos separen de la esclavitud, la idea de la superioridad de razas no ha desaparecido, antes bien se ha encarnado todavía más. Máxime que ninguna función biológica marque la diferencia; escatologías e inmundicias por igual, ninguna clase de supremacía para nadie. La pandemia trajo sus enseñanzas, pero no todos tuvimos la capacidad de comprenderla.
Las raíces del racismo están profundamente marcadas por la discriminación, sus ramificaciones se extienden en acciones suicidas, una suerte de autodestrucción de la propia especie que, desde la filosofía de las abuelas y abuelos de la Abya Yala, no tienen sentido. Nacemos de la tierra y volvemos a la tierra, nadie supera a la naturaleza. Los pueblos originarios nos enfrentamos a la catástrofe ambiental con la dignidad heredada de nuestros abuelos. Las enseñanzas nos llegan desde los sueños, desde las sabias palabras de nuestros padres y madres, que por milenios han logrado conservar la palabra sagrada para comunicarse con los árboles, los ríos y los cerros.
Lo que más desprecian los racistas y herederos del colonialismo es en donde se encuentra la oportunidad de su salvación, no como promesa de vida eterna, sino como posibilidad de reconciliación como especie. Una humanidad racista está condenada al cataclismo ambiental, pues los territorios que salvaguardan la vida en la tierra, están siendo agredidos por el extractivismo bárbaro, proyectos impuestos a costa del sacrificio de una civilización completa. Civilización sí, aunque en la visión discriminatoria y racial no seamos más que indígenas, salvajes, incivilizados, indios sin más.
En el reino de la indiferencia y la individualización no importan los otros, cada quien sobresale de acuerdo a su competencia, sin embargo, en el reino animal, al cual irremediablemente pertenecemos, lo que le pasa al planeta nos afecta a todos. La crisis del agua en Nuevo León, México es apenas la punta del iceberg. No se puede destruir una pequeña porción de territorio sin que se afecte la vida de todo el ecosistema. Las pequeñas partículas de contaminantes viajan por el aire sin control, los lixiviados de la megaminería intoxican ríos y arroyos que, finalmente desembocan en el mar. La extracción de hidrocarburos, las hidroeléctricas, la minería, las eólicas, los monocultivos y demás proyectos extractivos han perjudicado la vida en la tierra, y han ocurrido durante muchos siglos avalados por el racismo. El costo ambiental es excesivo y en muchos casos irreversible.
No queremos ser zonas de sacrificio, gritamos desde todos los rincones del planeta, exigimos respeto a los territorios sagrados donde reposan nuestros ancestros. Nos llaman retrasados, sin visión de progreso, los que frenan el desarrollo, los que no tienen ambiciones, indios ignorantes… No queremos ser zonas de sacrificio, les decimos, porque somos sujetos de derecho como cualquier otro habitante del mundo y, como tal, buscamos una vida digna en las mismas tierras que resguardaron nuestras abuelas y abuelos.
Los pueblos organizados de América, de la Abya Yala, resistimos los embates de un mundo que se desmorona porque no sabemos trabajar en colectivo, porque hemos olvidado lo que significa servir al otro. Una humanidad que todavía cree en la existencia de las razas es una humanidad condenada a la autodestrucción.
En este Día Internacional de los Pueblos Indígenas no aceptaremos más adulaciones a la sonoridad de nuestras lenguas, lo que demandamos son territorios libres de proyectos de muerte. Queremos decirles a todos aquellos adoradores del progreso que el planeta no aguantará más violencia. El dinero que tienen en sus cuentas no va a alcanzarles para remediar las calamidades ambientales que se avecinan. Respeto a los territorios ancestrales porque solamente allí está el futuro.
Sin comentarios aún.