De decrecimiento o barbarie

Cañón del Sumidero. Foto: Arlene Bayliss

La señora Luisa, siempre que voy a su comunidad, me recibe con una sonrisa y un plato de frijoles y tortillas recién hechas. Ese es un acto radicalmente anticapitalista. Ella apenas habla castilla, aunque sí lo entiende, ya es viuda y siempre ha sido pobre. Pero, a pesar de los postulados de las ganancias, la riqueza, el crecimiento y demás conceptos que tanto nos invaden, Luisa comparte lo que tiene, y eso la hace feliz.

El capitalismo quiere que vendamos y compremos, no regalemos o compartamos, y el neoliberalismo que sea de forma individual y contra los demás.

Indicar el camino a algún lugar cuando nos preguntan, pasar la salsa en la mesa, ayudar con la recarga de la batería del carro, prestar la bici a tu vecina, ofrecer un café a las visitas, dar un raid y demás gestos cotidianos de cordialidad y apoyo mutuo van contra el capitalismo, para el que todo tiene que ser productivo y monetizado, explotación mediante.

En eso me acordaba cuando he estado escuchando últimamente sobre el decrecimiento.

Básicamente el decrecimiento es una propuesta social y ecológica para reducir la producción y el consumo, debido a los límites físicos del planeta, que está al borde del colapso. La Tierra tiene recursos finitos, no podemos crecer sin parar.

Pero el decrecimiento apunta a la responsabilidad del sistema capitalista, su modelo neoliberal y los mecanismos que lo hacen seguir agravando las desigualdades y el saqueo. Así que parte de la necesidad de un cambio cultural que desemboque en la creación de un nuevo enfoque, una nueva visión para abordar los problemas económicos, ecológicos y sociales. Sería buscar la forma de transitar a una sobriedad serena, para dejar de necesitar dos o tres planetas para satisfacer el crecimiento, el productivismo y el hiperconsumo, como sería el caso ahora.

Se puede traducir en el cotidiano, por ejemplo, en usar mucho menos el automóvil y las tecnologías, comprar solo productos cercanos y necesarios, evitar totalmente los desechables, envoltorios y demás plásticos, ahorrar mucha agua y más energía, ya saben, lo típico que está en nuestra mano. Pero también unirse para pedir que se produzca a nivel social, exigiendo a las instituciones públicas cambios radicales, porque ya la misma ONU alerta de que los Gobiernos están lejos de frenar la crisis climática y el planeta se precipita al punto de no retorno. Y dejemos de un lado el fetichismo del Producto Interno Bruto (PIB), que nos lleva a la explotación y la depredación sin sentido.

Pero el decrecimiento también va asociado a la justicia ecológica, es decir, a que reduzcan más lo que más han contaminado, que disminuyan su ritmo de vida quienes han despilfarrado, a costa de las demás. Esto en una relación que van desde Norte-Sur, pero también ciudad-campo, hombre-mujer, mestizo-indígena. Sin duda, poner sobre la mesa el carácter etnocéntrico del desarrollo, incluyendo su versión marxista, que también impulsa el progreso y el crecimiento. Palabras vacías de bondades sociales reales que finalmente nos llevan a la barbarie.

Y decrecer para crecer. Decrecimiento en positivo. Es decir, decrecer en estrés, en contaminación y enfermedades, en microplásticos, en extinciones y deforestaciones, en horario laboral, así no haría falta dedicar tantas horas a trabajar para consumir, sino aumentar el tiempo de descanso, de ocio y cultura, de cuidados, de estar con amistades y familia, en disfrutar de la buena comida sana y cercana, de involucrarse en asuntos del barrio o el pueblo, de responsabilizarse de reparar y reutilizar objetos que usamos, de pensarse para ser mejores personas. Crecer horizontalmente de forma responsable, para repartir mejor y romper las desigualdades.

Urge ejercer ese poder que tenemos al juntarnos, organizarnos para crear otras políticas, aprender unas de otras, rechazar el desarrollismo voraz y disfrutar de las cosas buenas de la vida, que suelen ser más sencillas, lentas, naturales, cercanas. Y así evitaremos parar un poco la inercia distópica.

¿Por qué ayudamos? porque produce felicidad, algo que la humanidad es cada vez más incapaz de fabricar. Estar cerca, apoyarse, hacer juntos y juntas forma parte de nuestra especie, así hemos sobrevivido y vivido. ¡Qué felicidad!

 

Nos vemos por acá. Salud!

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Contacto: manugomez@disroot.org

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