Rock para Tuxlita: una charla con Rock para Tuxlita: una charla con Vladimir González Robrero

Vladimir González Robrero. Foto: Cortesía

Por Daniel Maldonado y Andrés Felipe Escovar

Tenía presente que había escrito un trabajo sobre fanzines: “Tuxtla en rosa perro”. En él, le comenté a Felipe, Vladimir se solaza en referir los pormenores de ese conjunto más bien puerco de materiales de lectura. Pura suciedad incontinente, aclaré. Pero no era para hablar de “Tuxtla en rosa perro” que pactamos una cita con Vladimir. Rock para Talita, segunda entrega de la colección Baraja de sombras, publicada por la editorial Entre Tejas, es producto de la imaginación más o menos sardónica de Vladimir González Roblero. Dos reacciones suyas nos dieron cuenta de su temperamento: una, su rara incomodidad ante el empleo que hice de la palabra cronicuento para definir sus textos; la otra, su estoicismo más bien lúdico al contarnos de la vez en que un tal José Pablo Feinmann le dejó un comentario sobre uno de los relatos que con cierta frecuencia publicaba en su blog.

Vladimir: Fue en el texto “Lucky strike”; ahí lo que hago es contar la historia de un aspirante a filósofo que cubre noticias del espectáculo. Lo más seguro es que ese señor (Feinmann) buscaba cosas de filosofía; el blog se llama “Ucronías”. Nunca pensé escribir ni cuentos ni crónicas, ni cronicuentos. La intención era escribir relatos que se asemejaran a la crónica periodística, que tuvieran ficción, imaginación, invenciones; fue una época en la que andaba tipo Bukowski, embriagándome en las banquetas y lo que veía lo llevaba a relato.

Felipe: ¿Cómo tejiste la lengua de tu escritura?

Vladimir: Es un poco como hablamos nosotros, como estructuro yo una oración… fíjate: Daniel, en el prólogo a Rock para Talita, se pregunta quién escribe, quién es el narrador y me parece que se trata de una impostura mía, soy yo puesto en escena; es la voz de un personaje, pero ese personaje tal vez pueda ser yo. ¿Cómo puedo construir al personaje? A lo mejor en eso tiene que ver el canon: el conjunto de autores que van instalando unas formas de decir… Creo que lo que termino haciendo es mezclar cosas, una mezcla de lecturas, aunque el mío es un ambiente más de literatura sucia, de esa literatura beat y la sitúo en un contexto muy concreto, muy específico, que es éste, el contexto en el que vivo y eso ha dado como resultado el lenguaje que tú observas muy característico, no sé si distinto, pero sí propio tal vez. Así se va construyendo ese lenguaje utilizado en esa escritura.

Daniel: En cierto sentido, inventas una ciudad: Tuxtla repleta de caca. ¿Crees que tus lecturas te permitieron, además de inventar una lengua, hacer esa ciudad que no es la de la prensa misma y ni siquiera la que aparece en las caminatas diarias? ¿Este tipo de lecturas te permitieron configurar una realidad muy tuya y, si es así, hay la posibilidad de que otros asuman esas ciudades inventadas como suyas?

Vladimir: Yo creo que sí… Una vez, un estudiante me preguntaba: ¿para ti qué es Tuxtla? Yo le decía: es lo que tú quieras. Puede haber muchas Tuxtlas porque uno se la apropia, cada uno se la apropia, es la apropiación del espacio en el que vives en función de lo que se tiene. Tú tienes una forma de pensar, ciertos intereses, una lengua que te permite nombrar a la ciudad y es la forma en que la nombras; probablemente es distinto a como la nombre yo u otra persona. En su momento, escribía lo que pasaba en la ciudad con las herramientas con que contaba y esas herramientas aparecen en el blog que ya no alimento. Llegué a escribir con esas lecturas que estaban muy presentes en mí y entiendo que es un proceso de ir buscando una voz, una identidad. Recuerdo que escribí una croniquita muy sencilla y, al final del escrito, dije: “Sí, ¿ya se dieron cuenta?, estoy leyendo a Juan García Ponce, porque el estilo de la croniquita era el de él, rayando en lo pornográfico y las frases eran muy sencillas, muy breves. Creo que estaba leyendo unos cuentos suyos, pero tiene que ver con esto. Uno va asentándose en lo que tal vez se siente más identificado. Me gusta mucho Juan García Ponce aunque me identifico más con otros autores.

Felipe: ¿Quién es Talita?

Vladimir: A Talita la saqué de Rayuela. Creo que aparece el nombre de Talita porque, justamente, cuando coincidí con quien ahora es mi esposa, Tatiana, hablábamos de Rayuela y le dije: “Para mi eres Talita”. Es otro personaje dentro de mis textos, siempre aparece una referencia a Talita. Y Talita es como otra ficción; si yo soy quien narra, es una suerte de autoficción, y otro personaje es Talita. Y muchas anécdotas que están ahí, pasaron; por ejemplo, en Lucky Strike, se narra cómo te enamoras en un café. Obviamente fue siempre pensando en ese hecho real de cómo me enamoré de Talita. Y esa referencia a Talita es ficcionada; es decir, sí sucedió de cierto modo y pasa a ficción.

Daniel: Usualmente se piensa en términos de la realidad incidiendo en el ámbito de la ficción, pero cuando te refieres a Talita, uno se plantea el sentido inverso: la literatura que incide en el ámbito concreto porque se nutre de ficciones, pueden ser novelas, cuentos, películas, que no por ficciones dejan de ser funcionales… a mí eso me parece muy rico porque en su aparente condición de material realista hay un trastocamiento; ¿cuál es tu relación con la realidad y aun con el realismo? ¿Qué es la realidad para ti? Tuxtla es una ficción, pero es una realidad para ti, ¿de qué manera el realismo termina haciéndose efectivo en tu obra?

Vladimir: Yo pienso que el arte y la literatura tienen incidencias en la realidad o lo real, pero inciden porque creo que vivimos rodeados de ficciones; probablemente no sea solo la literatura sino ahora también los propios medios de comunicación. Estamos irremediablemente en contacto con ese tipo de ficciones. E, irremediablemente, tomamos de las ficciones orientaciones e informaciones; es decir, cómo resolvemos situaciones en la vida real: es que vi en una película que hicieron esto, la ficción me orienta, me dice cómo enamoro a alguien; es que leí una novela en la que hay un intercambio epistolar y de repente decido enamorar así a alguien… hay una actuación: una ficción dentro de lo real. Pero lo real no deja de ser una ficción porque la ficción es ese relato que construimos y la realidad no es más que un relato, no solo estamos rodeados de relatos, sino que construimos relatos sobre lo real. Me gusta poner el ejemplo de las propias redes sociales: pensemos en la virtualidad, que es un desdoblamiento de lo real; en la virtualidad nuestro perfil es una puesta en escena de nosotros mismos y la puesta en escena es una ficción. Pero no solo en la virtualidad, nosotros mismos somos ficciones porque siempre nos estamos poniendo en escena; siempre me desdoblo: en el momento de la clase estoy en un personaje y hablo pausado y digo cosas rimbombantes y precisas, elaboro un discurso, porque me estoy poniendo en escena y salgo de la clase y estoy en mi casa tomando un café o viendo la televisión; en otro contexto, con otras personas o con las mismas de la clase, pongo en escena a otro personaje. Entonces me parece que hacemos ficciones y ese poner-en-escena está en todos lados. La realidad termina siendo una ficción por esas puestas en escena, por esos espacios donde actuamos de manera distinta; como personajes no siempre somos los mismos, siempre nos desdoblamos. En Rock para Talita me pienso como un personaje; acá soy un personaje en esta charla, otro en la casa, usamos máscaras: el narrador que aparece ahí y el personaje que se constituye a partir del narrador es un fragmento de mí.

Felipe: ¿Qué Tuxtla prefieres, el de Rock para Talita o el que trasiegas y respiras?

Vladimir: Indudablemente, el de Rock para Talita; un mundo sórdido tal vez, trastocado quizá, pero tengo la sensación de que en ese Tuxtla siempre hay como esperanza; y hay incluso una comicidad, un poco velada tal vez, en los textos ahí escritos, a lo mejor involuntaria. Pero digamos que en ese espacio que se construye sí hay cierto pesimismo, pero al mismo tiempo hay una comicidad que te permite soportar esa parte y yo creo que eso es mejor que este mundo donde hay cosas irremediables. En ese sentido yo preferiría el espacio de Rock para Talita.

Daniel: Si se piensa en términos de imponderables, el imponderable es que estás aquí, en una ciudad llamada Tuxtla. Lo que no era imponderable es que escribieras Rock para Talita, porque para hacerlo se precisaba la vocación por crear algo. El rasgo que caracteriza a quien escribe es que es un creador, un inventor; y se crea a partir de un instrumental y a partir de contextos. ¿No te parece que hay una suerte de afán en los escritores de acá por dar cuenta de una Tuxtla que es menos encantadora o lumínica que sórdida, casi que barriobajera, muy identificada con el hampa? Yo pienso, en esta línea, en Aún corre sangre por las avenidas o en Morir al sur, que son policiales, y pienso en Rock para Talita donde sí hay mucha sorna, irreverencia, pero es también un relato identificado con los malos olores, una mierda de ciudad a la que, con todo, uno quiere.

Vladimir: Es que, finalmente, lo urbano ha irrumpido en la literatura local. He investigado sobre novela histórica, sobre todo donde el espacio en que suceden las historias de esas novelas ha sido el espacio rural tratando de dignificar al otro. Creo yo que esa literatura ha quedado para el estudio. Y de repente se empezó a escribir más sobre la ciudad: lo ha hecho Héctor Cortés Mandujano, lo ha hecho Gabriel Velázquez, pero sobre todo Héctor: la ciudad descarnada, violenta, que aparece en alguna de sus primeras novelas. Pienso ahora en los fanzines y los fanzines, creo yo, son un fenómeno vinculado a la cultura urbana y a la del rock. En 1980 aparece un fanzine clásico en Tuxtla, en el que se hacían reseñas de discos y de tocadas de rock. Era el clásico fanzine. Después fueron apareciendo fanzines más literarios realizados por jóvenes y cuya literatura era completamente urbana: tenían una forma de representar el choque con la ciudad. Muchos chicos que participaron en los fanzines estudiaban periodismo. Recuerdo algunas crónicas, esas crónicas donde Tuxtla dejaba de ser un pueblo para convertirse en un pueblote caracterizado por las plazas comerciales y en las que tú, como chamaco sin plata, ves en los aparadores ese disco que no puedes comprar y ves que eso es la ciudad donde tal vez nos sentimos incómodos porque no logramos acceder a esas “mieles” que proporciona la ciudad. Y luego vamos a echar trago a las banquetas porque esa es la otra ciudad que finalmente aparece a contracorriente.

Felipe: ¿A qué escritores recomiendes de ese mundo subterráneo de los fanzines?

Vladimir: Pienso que los fanzines significaron una suerte de taller para muchos de nosotros; pienso, sobre todo, en escritores que se asumen tales, pero que tuvieron su momento de formación ahí, en los fanzines. Y que luego, a diferencia mía, siguieron escribiendo y tenían claro y tienen esa claridad de ser escritores; está Antonio Reyes, tiene una editorial independiente y sigue escribiendo, escribe novela; recientemente le publicaron Absurda noveleta negray tiene otra novela que se llama Hiato… lo publicaron en Francia. Toño, para mí, es como el que siguió en la misma línea con una literatura muy sucia. Obviamente hay otros escritores que tuvieron su primer momento en los fanzines. Luis Daniel Pulido tiene una obra muy fresca, bebe mucho, desde mi punto de vista, de la poesía de Jaime sabines, es muy popular el lenguaje de Daniel. En los fanzines comenzó Nadia Villafuerte; ella saltó ya a otro lugar, su obra es incluso estudiada en otros sitios y tuvo su primer momento en esa literatura; y no recuerdo si el propio Gabriel Velázquez escribió fanzines. Es gente que tenía muy claro el asunto: querían ser escritores. Estamos también quienes no pasamos a ese otro momento de una obra más consistente, de mayor aliento, buscando en editoriales si no independientes, sí más establecidas. Tal vez habría que leer a Irving Niño, que tiene cosas muy interesantes; al mismo Poncho Hierbas, se llama Víctor, que ahorita publica una revista cultural que se llama Divergente y hay otro escritor que también hizo fanzines que se llama Omar Nabo, que regresó a Sonora. Él dice que sí escribe cronicuento.

En este enlace podrán descargar, de manera gratuita, Rock para Talita: https://www.entretejas.com.mx/baraja-de-suenos-escritores-latinoamericanos/

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