Contingencias, estigmas y tránsitos en Tapachula, Chiapas (1)

Foto caminantes en la ruta de la costa. Foto: Iván Francisco Porraz Gómez

 

Por Iván Francisco Porraz Gómez[i], Bruno Miranda[ii]

En el sur de México, resulta importante destacar cómo en las últimas décadas las acciones de gobierno enfocadas hacia el tema migratorio se han caracterizado por el fortalecimiento del vínculo entre seguridad y migración, si no discursivamente, sí a través de prácticas concretas, como el envío de militares y la permanencia de operativos de la Guardia Nacional en el espacio fronterizo de la frontera Tecún-Umán-Ciudad Hidalgo hasta Tapachula, Chiapas y de ahí hacia el extenso corredor migratorio que articula Huixtla-Arriaga, a lo largo de la carretera costera de la región.

Detención, deportación, expulsión violenta y la criminalización migratoria generalizada son partes de un dispositivo que tiene impactos a nivel local. El centro urbano de Tapachula, por ejemplo, fue convertido en un espacio de espera migratoria, que es al mismo tiempo diverso y desigual, donde la presencia migrante se distingue por la nacionalidad, por los recursos y el capital que llevan, por la racialidad de sus cuerpos, pero también por el imaginario sobre el “buen migrante” o el “migrante ideal” vs el que “afea” la ciudad, dicen algunos medios y personas locales. Su presencia irrumpe las regularidades espaciales y temporales, propias de las vivencias en movimiento, nucleadas por fracturas, discontinuidades y relaciones de disyunción que definen el mundo global como un mundo de flujos (Appadurai, 1999).

La reconstrucción del parque Miguel Hidalgo es un mensaje directo, una respuesta de las autoridades municipales en el sentido de ordenar y regular la presencia en el espacio público de las y los migrantes en tránsito, en espera, solicitantes de refugio y retornados en la ciudad. La visión desde el ayuntamiento local es ambigua y se refiere al “rescate del espacio” que sea propicio para la llegada del turismo de la región y de Guatemala, mientras que algunos activistas locales denuncian la falta de planeación en la remodelación, y otros más asocian la tala de los árboles que vivían en la memoria de las y los tapachultecos, con ecocidio.

Un video que circuló en redes en enero de este año, dio lugar a una nueva controversia. En él, un funcionario municipal argumentó a un ciudadano que, en el reglamento actual, la estancia en el parque no podría ser por mucho tiempo, que no podía quedarse más. Esta situación hizo que hubiera un debate sobre el espacio público y los migrantes en la ciudad. Por un lado, se logró remover a las y los haitianos que por algunos años se asentaron en el parque Benito Juárez, conocido por algunos locales como el “parque de las etnias”. Asimismo, se logró disuadir a las personas migrantes que no contaban con un lugar para pernoctar para que se refugiaran en el Miguel Hidalgo y sus calles aledañas.

La reconfiguración de dicho espacio fue precedida, meses atrás, por el desalojo de un minimercado nocturno de comida haitiana, enfrente del Mercado Sebastián Escobar. Ambas iniciativas tuvieron como blanco directo a las personas migrantes, especialmente las y los comerciantes haitianos. Una vez forzados a esperar en Tapachula (por la próxima caravana, por remesas, por el documento migratorio o de la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados: COMAR), la pujante economía migrante local se ha diversificado para atender tanto a los “migrantes deseados”, los que dejan sus recursos en la ciudad y se hospedan en hoteles y posadas, como para las familias migrantes forzadas a pernoctar en las calles.

Todos esos grupos, de una u otra forma, consumen alimentos o compran chips para celulares en el comercio informal. Al remodelar el parque central y restringir el comercio minorista, la alcaldía oculta o mitiga la presencia de migrantes ante los ojos de sus votantes o del poco turismo que llega. Pero vuelve a precarizar a muchos grupos y familias con niñeces migrantes forzadas a instalarse en la ciudad, ya que limita sus opciones de reproducción y movilidad cotidiana de la vida.

La arquitectura hostil y antimigrante en la principal localidad de aglutinación de migrantes de Sudamérica, Caribe, África y Asia en el sur de México, se suma a otro mecanismo que fomenta el desahogo de migrantes de la ciudad. Desde 2022, toda persona solicitante de asilo en EEUU debe poder bajar la aplicación digital ‘CBP One’ y conseguir una cita para una determinada fecha y hora en alguno de los puertos fronterizos del país del Norte. Pero la “app solo funciona a partir de determinada latitud en México, de la Ciudad de México hacia arriba. De ahí que quieran abandonar la ciudad lo más pronto que se pueda.

Las afectaciones espaciales y fronterizas del cambio en la política de asilo estadounidense son variadas y tienen efecto dominó en el territorio mexicano. Mientras se supone que Tapachula se desahoga, la Ciudad de México se convierte en nuevo espacio de instalación temporal de grupos migrantes. La frontera de la espera se internaliza.

La vía terrestre fue una opción para una gran mayoría de migrantes venezolanos y centroamericanos que no contaban con recursos económicos para agilizar el tránsito o contratar a un “coyote”, y que no aguantaron más la burocracia y el desgaste que las autoridades migratorias, confabularon nuevamente. Así que la estrategia de caminar en pequeños grupos por las carreteras del Soconusco apareció poco a poco y se fueron sumando de otras nacionalidades.

En uno de los recorridos que hicimos por la carretera costera observamos varios grupos avanzando sobre el asfalto y con el calor incesante que hay en esta región. En Pijijiapan conversamos con un grupo de venezolanos, observamos algunas mujeres solas, infantes y numerosos jóvenes, en otro punto, encontramos un grupo de siete jóvenes africanos subsaharianos de Mali, Burkina Faso y de Benín. Tenían mucha energía y ganas de avanzar, muy atentos a los cobros realizados por jóvenes locales motociclistas, que fue un negocio que propició el migrar por la carretera, pero no todos podían pagar por este servicio que oscilaba entre 300 y 500 pesos mexicanos, dependiendo el tramo de avance. Los grupos de personas caminantes son diversos: latinoamericanas, caribeñas y africanas, algunos asiáticos se pasaban entre sí, pero muchas veces ni siquiera se hablaban. No obstante, se espejeaban los unos en los otros, como para apoyarse en una referencia a lo largo del camino, compartiendo la misma ruta, la misma travesía. Llegamos a Tonalá y seguimos hasta Arriaga, donde paramos en una gasolinera, otro gran entrecruce y disyunción hacia el centro del país, un grupo numeroso de venezolanos: maracuchos (de Maracaibo), gochas (de Táchira), una persona de Miranda, quienes nos preguntaron sobre el camino, sobre las distancias entre un lugar y otro. Es claro que no se sabe con exactitud la ruta, por ahora Oaxaca era el siguiente objetivo.

En todo caso, lo más visible fue la cantidad de grupos pequeños de jóvenes africanos subsaharianos caminantes, un indicio de la transcontinentalidad de ese corredor de 300km que es difícil de ignorar. Lo cambiante que puede llegar a ser ese corredor se refleja en las diversas nacionalidades y condiciones tan diversificadas. Junto a los centroamericanos y venezolanos caminan también africanos y asiáticos.

Frente a ello, el nivel de control migratorio es inestable dada la falta de personal del INM, de presupuesto operativo, sumado a las pasadas vacaciones decembrinas en las oficinas de COMAR en Tapachula, y la prioridad de las elecciones presidenciales en la agenda política nacional. Este corredor controlado/afectado remotamente desde Washington desde 2019 con el gobierno de Donald Trump, también responde a cuestiones institucionales de la propia entidad migratoria y de refugio mexicanas, eventualmente precarizada incluso para retener, detener y deportar migrantes.

[i] Investigador de ECOSUR-Tapachula, colaborador del Observatorio de las Democracias: sur de México y Centroamérica.

[ii] Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS-UNAM).

Referencia:

Appadurai, Arjun. (1999). Modernity at Large: Cultural Dimensions of Globalization. Minneapolis: University of Minnessota Press.

 

 

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