EE.UU: “un país bañado en sangre”

Foto: GETTY IMAGES

María del Carmen García Aguilar[i]

 

El título de esta nota corresponde al libro de Paul Auster publicado en 2023 por Seix Barral. Es un texto que permite desbrozar el laberinto de la violencia de las armas en Estados Unidos, y el inacabamiento no solo de su comprensión, sino también de su contención y término. Los datos de las experiencias de distintas instituciones y organismos públicos que registra el autor son despiadados: “actualmente hay 393 millones de arma de fuego en poder de residentes en Estado Unidos: más de una para cada hombre, mujer y niño de todo el país”; la muerte de más de 100 personas diarias a balazos, a la que “hay que agregar más de doscientos heridos y cuarenta mil muertos, o ciento veinte mil llamadas a la ambulancia y a Urgencias cada vez que el calendario marca doce meses”; actualmente “hay más armas que personas en Estados Unidos”.

El autor indica que la devastación se registra en la sociedad estadounidense como un todo social, esto es, “que el número de norteamericanos directa o indirectamente marcados por la violencia de las armas asciende a millones cada año”. Las preguntas le son inevitables, ¿Por qué es tan diferente Estados Unidos y qué nos convierte en el país más violento del mundo occidental? Frente al éxito alcanzado por Estados Unidos contra otros peligros que ponen en juego la vida o la destrucción de ésta, ¿Por qué no hemos sido capaces de hacer lo mismo con las armas de fuego?

Los hechos por la violencia de las armas son narrados por Auster bajo una estrategia inquisitiva que le permite recuperar la articulación presente-pasado del acto in situ, para ofrecer una interpretación que arropa lo que está detrás de la muerte, es decir, el sufrimiento, el sentido de la vulnerabilidad y el miedo, así como el deseo de poder omnímodo, gestor de los sentimientos e imaginarios más negativos a los principios de colectividad. Nos sitúa en un espacio histórico social, Estados Unidos, dotado de una cultura, cuyo cierre psíquico y cognoscitivo exterioriza a la violencia como síntomarelacional, cotidiano y ‘acontecimental’, contra los suyos y contra los Otros no blancos, mismo que devela la deshumanización y la indiferencia, sostenida por la posverdad de ser la sociedad que nunca ha sido, que no es, ni será: democrática y pacifista. Entender lo que hoy es la sociedad estadounidense, con su poder armamentista, es una exigencia para el autor, pero también para nosotros, su lectura ofrece vetas claves para ello:

Con objeto de entender cómo se ha llegado a esto, tenemos que distanciarnos del presente y volver al principio, a la época anterior a la invención de los Estados Unidos de América, cuando Norteamérica no era más que una serie escasamente poblada de asentamientos blancos dispersos por trece lejanas avanzadillas del Imperio británico”[ii] (Ibidem, 67).

Sintéticamente data que, durante 180 años de prehistoria colonial, el conflicto armado define la Conquistas, convencidos de portar el derecho divino para habitar, ocupar cualquier lugar del Nuevo Mundo. Con los materiales del “Miedo”, la violencia, y de las balas como recurso principal, los colonos del imperio británico, ciudadanos después, construyen la nación que, para la misma Europa, será la nación soberana más poderosa del mundo. “Tierra” y “esclavitud”, poseídos con el sustento de las armas, inhibiendo los principios de “democracia republicana”, figurando en el origen y en el desarrollo mismo de Estado Unidos, un país históricamente “bañado en sangre”.

Para Auster, esta alusión a la historia y al presente  de la violencia de las armas en Estados Unidos va más allá de los hechos y acontecimientos mismos, por lo que es incompleta si no se entra al campo de las relaciones intersubjetivas, fronterizadas en lo social, para entender al estadounidense en lo individual y lo social, un ser cuyo abismo o caos que, en tanto tiempo, es creación ontológica, tensada por una avidez de riqueza y poder y una narrativa aporética, cuya semántica -democracia, libertad, justicia e igualdad- fue traicionada de origen, misma que hoy,  por la ficción que encara, explica su crisis, lo que no obvia que en su transcurrir, desde su lado oscuro priven deseos de fuerza insaciable y de miedo cuya conjunción ha hecho de la violencia una guerra sin fin.

Si la violencia bélica contemporánea de Estados Unidos es de larga duración, la pregunta de Auster sobre por qué es hoy el país más violento del mundo Occidental, pregunta que nosotros también nos la hacemos, la podemos responder desde otra línea de mira. Se presupone que los colonos llegados a América fueron todo europeos, portando con ello la matriz cultural e identitaria de Occidente, que para Sloterdijk[iii] es la ira, misma que cruza toda la historia de Occidente, “contenida” por las virtudes heroica-guerrero griega, y las cualidades ciudadano-burguesas, un largo discurrir histórico que para nuestro filósofo hizo de la ira, un “huésped “a duras penas admitido”[iv] (Ibidem: 23).

El colono de las islas británica llegó a América del Norte, portando la ira de sus ancestros, pero en el correr del tiempo no hubo fuerza o realidad social, que le exigiera la contención o el control de ésta; lo hizo el imperio británico pero la oleada de rebeliones contra éste, se tradujo en el acontecimiento de la autonomía de las islas británicas, para constituir la primera nación soberana democrática de Occidente, apelando a los valores mismos del liberalismo, debatidos en una Europa a la que le urge liberarse del poder absoluto de la monarquía, incluyendo su forma plebiscitaria, cuya cercanía con la tiranía le era inevitable (Montesquieu). EE. UU. fue, con cierta idealización, el marco referencial para las nuevas democracias de Europa, y la violencia de las armas es el primer referente para ser moderna y arrebatadoramente capitalista.

Para Hobsbawm[v], la Primera y Segunda Guerra Mundial, a la que se suma una crisis económica mundial sin precedente y la entronización de los gobiernos de tinte totalitario como el fascismo y el nazismo, al que se suma una crisis económica mundial sin precedente, fueron acontecimientos que marcaron el quiebre de la civilización occidental del siglo XIX. Aún más, indica el autor, que fue la “insólita y temporal” alianza entre capitalismo y comunismo sobre la Alemania de Hitler, la que salva a la democracia liberal, misma que tras una reestructuración capitalista, acompañada de una cruente “guerra fría”, se sostendrá como bandera de combate a la oleada de rebelión y revolución generaliza que ya se venía desarrollando en países coloniales y postcoloniales bajo el imaginario de una sociedad igualitaria bajo la egida de URSS, decantada en la revolución de octubre de 1917.

La caída del Muro de Berlín en 1989 se tradujo en un orden político universal que Rafael Del Águila lo define como “El centauro transmoderno[vi], figurada por el liberalismo y la democracia, cuyo equilibrio, en el transcurso de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, es, por la naturaleza de sus tensiones, inalcanzable, pero desde lo político, sus desequilibrios, como expresión de minar la ira señalada por Sloterdijk, dieron una temporal inclinación hacia lo social, propiciando una mayor complejización de las sociedades europeas, pero siempre sostenido por el discurrir entre progresoy crisis.

Si estamos de acuerdo con el balance del “corto siglo XX” de Hobsbawm, el “siglo más terrible de la historia occidental”, su comprensión remite a las pulsiones de muerte sostenidas por el derecho natural del individuo a poseer bienes, libertad y poder, sustento intrínseco de una sociedad-mercado. Desde el psicoanálisis, Bauman y Dessal[vii] sostiene que la particularidad esta referida, como condición humana, a los deseos de la destrucción del otro o a los otros, frente al adormecimiento o aniquilación de las pulsiones de la vida y su promoción; la <<desintrincación pulsional>> en el plano social, indican, se reconoce “en los efectos salvajes provocados por aquellos discursos que han promovido las distintas formas de odio, jamás ausente en ningún período de la historia, y echan por tierra la ingenua asimilación entre el bien y la razón”. La declaración de Donald Trump de que “si no gana la elección de su país, el mundo entero se ensangretará”, define los imaginarios de los líderes políticos de los países que se piensan y se dicen ser imperiales.

Si el siglo XX fue el siglo de la violencia armada, cuyo desarrollo tecnológico es imparable, la crisis civilizatoria que se debate y se combate, externaliza el éxito de la prédica de EE. UU, adoptado sin remilgo por el poder europeo, el siglo XXI también ya es un siglo bañado en sangre. Sus diferencias con el siglo anterior, es un nuevo mapa geopolítico en el que Rusia y China son también poderosamente capitalistas. La guerra de Rusia contra Ucrania, y el abierto genocidio de Israel contra Palestina, con la complicidad de Estados Unidos y Europa es prueba de ello. Bajo esta violencia imparable, priva la ausencia radical de todo fundamento político que no sea el de su mercantilización sustentada en una campaña mediática tóxica, en el que miedo y furia sostiene la decisión de acrecentar el complejo-industrial en Europa.

La decisión es precisa para los líderes europeos[viii]: “debemos pasar de la fabricación a la producción en masa de armamentos (Canciller alemán, Olaf Scholz); “la industria de defensa debe pasar al modo de economía de guerra. París y Berlín ven en la industria militar una palanca para tratar de hacer reaccionar sus estancadas economía” (Emmanuel Macron). Concluyamos: “El informe del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, publicado el 11 de marzo del presente año, señala que los países europeos han duplicado la compra de armas en el último lustro, en beneficio, claro está, de Estados Unidos. Según la dependencia europea respecto al suministro armamentístico de Washington, ha pasado del 35 al 55 por ciento. Preguntémonos, ¿Por qué el Mundo de Occidente no ha sido capaz de inhibir la violencia de la tecnología armamentista?

[i] Observatorio de las democracias: sur de México y Centroamérica (ODEMCA), correo electrónico: mcgarcia2005@yahoo.com.mx

[ii] Auster Paul y Spencer Ostrander (2023). Un País bañado en sangre. México: Seix Barral.

[iii] Sloterdijk, Peter (2017). Ira y tiempo. España: Editorial Siruela.

[iv]El thymós del individuo, aparece ahora como parte de una fuerza de campo que presta forma a la voluntad común hacia el éxito. En ese horizonte se desarrolla la primera psicología filosófica de Europa como thimótica política (Sloterdijk, et. al: 24)

[v]  Hobsbawm, Eric (2014). Historia del siglo XX. México: Editorial Crítica.

[vi] Del Águila Rafael (2004). “El centauro transmoderno: liberalismo y democracia en la democracia liberal”, texto que corresponde al Epílogo del libro Historia de la Teoría Política 6. La reestructuración contemporánea del pensamiento político, compilado por Fernando Vallespín (Alianza Editorial, 2004).

[vii] Bauman, Zygmunt y Gustavo Dassal (2024). El retorno del péndulo. Argentina: F. C. E.

[viii] Véase: John Saxe-Fernández. ¿Se prepara Europa para la guerra?, La Jornada, 13 de abril de 2024 y Beñat Zaldua ¡A la guerra!, La Jornada, 13 de abril de 2024.

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