Cruzar el puente

El Orquidiario y Jardín Botánico “Comitán”, desde la Meseta Comiteca Tojolabal, continúa trabajando en el incremento de las plantas nativas de Chiapas. Imagen: Cortesía.

Esa cálida tarde de verano Tina se sentía a punto de desfallecer, el calor era sofocante, alrededor de los 41 grados centígrados. Estaba en casa, en espera de que Gina y Óscar, dos de sus amistades en la universidad que ahora vivían en otro estado, le hicieran una videollamada. Antes de revisar el celular para ver a qué hora habían quedado de platicar, se dirigió a la cocina para prepararse un suero casero.

Se sirvió el suero y se fue al pequeño jardín que tenía en casa. Las flores que había en diversas maceteras eran una especie de oasis en su hogar, tenerlas no solo le generaba paz sino también un agradable aroma. Esa tarde decidió degustar su suero sentada, cerca de sus maceteras, donde colocó un pequeño banco. Revisó el celular y confirmó que faltaba un par de horas para el encuentro en línea con sus amistades. Respiró con tranquilidad.

Terminó el suero, se sintió mejor. Alcanzó a percibir el aroma de sus flores, sobresalía el de un pequeño rosal que le había obsequiado su tía Inés. Observó las flores que había en sus maceteras, todas eran bellas; cada una tenía una historia particular de cómo habían llegado a su casa. No pudo evitar traer a la mente las travesías que hay en la vida, para ella eran como cruzar un puente.

Tina tenía muy presente todas las odiseas que habían vivido en su familia y ella, de manera particular, al cruzar distintos puentes, en distintos lugares; puentes colgantes, de madera, metálicos, puentes solitarios y con mucha gente. Los aprendizajes, sin duda, eran muchos; primero, el valor de animarse a cruzar el puente. Otro era el no desistir para llegar al destino y cruzar de regreso. Un tercer aprendizaje era disfrutar de contemplar el paisaje, a pesar de las alturas, valía la pena detenerse un momento, observar y continuar el paso; de la mano con el anterior era el dominio de los miedos. Y uno de los aprendizajes más importantes era el acompañamiento en la travesía de cruzar el puente. Indudablemente que cuando se cruzaba un puente no era un acto aislado, requería el valor y el ánimo individual, pero también el acompañamiento colectivo a quien se anima a hacer el recorrido, de echarle porras en el tránsito, de generarle confianza, empatía, amistad, cariño. Es decir, la certeza de que no se está sola, solo; de esa forma cruzar el puente se torna en una aventura inolvidable, que dan ganas de repetir nuevamente y de animar a otras personas a cruzarlo.

Se escuchó sonar el teléfono celular. Verificó quién era, le llamaba su tía Inés. Había olvidado que su tía le entregaría una maceta con helechos.

—¡Hola Tinita! ¿Cómo estás hija? ¿Qué estás haciendo?

—Linda tarde tía Inesita, aquí nomás, recordando los puentes que hemos cruzado. ¿Te acuerdas cuándo fuimos a Camécuaro?

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