En el arroyo vehicular de mi amada ciudad

Dejo estacionado mi coche en la Quinta Poniente y Cuarta Sur, contraesquina con la Escuela Primaria 21 de Agosto. Antes de marcharme, reviso que las llantas estén separadas unos 20 centímetros de la banqueta.
A mi regreso, veo en el parabrisas, una hoja de infracción. Pienso que me han premiado por respetar las reglas de tránsito.
Reviso la parte delantera de mi coche y confirmo que la placa sigue ahí. Vuelvo a creer en la sabiduría y honestidad de nuestros gobernantes, sobre todo en este presidente municipal, al que critican por inútil y corrupto. Lo de inútil lo he comprobado más de una vez: construyó un puente a desnivel por mi casa, quitó el transformador y tres años después, sigue el hueco, destinado al transformador subterráneo que nunca instaló. Y ni CFE se hace responsable, porque afirma que la obra no ha sido entregada.
La calle aledaña al Libramiento Sur es un caos: cables enmarañados que han provocado cortocircuitos. Si un día muero rostizado, ya saben a dónde apuntar la cruz.
Regreso con mi desventura: después de revisar la parte delantera de mi coche, y comprobar que la placa está en su lugar, descubro que, en la parte trasera, solo han quedado dos tornillos que sostenían, a duras penas, la placa de circulación.
Leo en la infracción que he violado el artículo 104 fracción XXII del Reglamento de Tránsito y Vialidad del municipio de Tuxtla Gutiérrez, es decir, de mi aún amada ciudad, a la que hace tiempo dediqué una carta de amor.
Pensé que era una felicitación, o al menos un aviso, pero esta gente no instruye, solo multa. Más ahora con que la mitad de la infracción se la queda el agente, pues hay que agarrar lo más que se pueda para que alcance para los tacos y el refresco del día. Y es que en esta mi amada ciudad, la mordida se ha oficializado.
El agente de tránsito ha escrito que la infracción es “por obstaculizar y/o quedarse estacionado en zonas peatonales, marcadas en el arrollo vehicular”. Debió escribir “arroyo”, habría corregido Noé Castañón, a quien le gusta “desvelar” a todos los que “arrollan” la ortografía.
Pero yo no veo marcado ningún arroyo vehicular. Si alguna vez lo pintaron, fue en el periodo de Juan Sabines padre y con pintura de agua, porque ya no queda rastro de color.

Cortesía: Inah Chiapas

Entiendo que hay austeridad republicana, y que no hay presupuesto para marcar nada, aunque con la multa que voy a pagar seguramente la próxima vez que me estacione por acá, ya habrán comprado ya un litro de aceite, que con eso bastaría para pintar las señales de tránsito.
La infracción indica que, al no dejar los seis metros del “arrollo”, es decir, casi media cuadra de la bocacalle, estoy “poniendo en riesgo la integridad física del peatón”.
Un vecino, que atiende su negocio y ve que suspiro por la falta de mi placa, me dice que mida los metros de distancia, “porque con eso que les dan mordida oficial, hasta pueden inventar”. Me presta una cinta métrica. Mido. Compruebo que no he respetado los seis metros. Me he comido dos: he dejado solo cuatro metros al peatón, a quien, para estar en riesgo, es porque camina en zigzag. Es decir, llegar a la esquina, desviarse seis metros y luego regresar sobre sus pasos.
Reviso otros reglamentos de tránsito, solo para saber la capacidad de comprensión de nuestras autoridades. La mayoría multa a partir de los tres metros; otras, solo cuando se obstaculiza el paso peatonal.
No he dejado, pienso, la trompa de mi coche comiéndose la calle. Cuando empecé a manejar en esta mi amada ciudad, era común que se me dificultara la visibilidad en las esquinas, porque cofres y defensas de coches trompudos complicaban la visibilidad. No se diga las camionetas y camiones de aquellos años ochenta.
Iré a pagar la infracción. Espero que, con lo recaudado, la presidencia pueda comprarse un litro de pintura roja de aceite, y si sobra un poco, deje “de ahí” para los gastos del transformador que hace tres años esperamos los vecinos de la Romeo Rincón. El espacio ya está. Solo falta que lo corone el presidente.

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