Hombres, mujeres y andróginos, 1
Casa de citas/ 742
Hombres, mujeres y andróginos
(Primera de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
Me encontré con una ciudada edición, de pasta dura, elegantísima y en ocho volúmenes de los Diálogos, de Platón. Ni siquiera pregunté cuánto costaban, porque yo los leí juntos –aunque tengo algunos diálogos individualizados, en ediciones más o menos caras– en la popularísima edición de la Editorial Porrúa, de 1993.
Los Diálogos son, con evidente claridad, una invención de Platón sobre las charlas banqueteras y de banquete de su maestro Sócrates. No había forma de grabar las conversaciones, de modo que Platón las escribió desde su recuerdo y, así, Sócrates a veces se vuelve insufrible de tanto que ironiza y exhibe la ignorancia de su contertulio (eléntica) de lo mucho que pregunta y repregunta (mayéutica), y de tantas lecciones que da no siempre redondamente, pues a veces, la mayoría, el diálogo termina sin ninguna conclusión del tema. Leerlos, eso sí, nos hace entrar al potente cerebro de estos dos genios de la filosofía (Sócrates, Platón) y de muchos más que desfilan en esta páginas cargadas de sabiduría.
En la “Apología de Sócrates”, éste se dirige al tribunal que va a decidir si lo encarcelan o no, si lo matan o no. Dice que él no tiene la culpa de que lo consideren el más sabio. Querefón preguntó al oráculo (p. 3) “si había en el mundo un hombre más sabio que yo; la Pythia le respondió que ninguno”. Eso le ha traído muchos enemigos. Cree que el oráculo ha dicho eso como decir (p. 5): “El más sabio entre vosotros es aquel que reconoce como Sócrates que su sabiduría no es nada”.
Dice (p. 10): “La virtud no viene de las riquezas, sino, por el contrario, que las riquezas vienen de la virtud”. Cree en la justicia (p. 12): “La única cosa que me he propuesto toda mi vida en público y en particular es no ceder ante nadie, sea quien fuere, en contra de la justicia, ni ante esos mismos tiranos que mis calumniadores quieren convertir en mis discípulos”.
Sócrates es condenado. Apolodoro le dijo (p. 13): “¡Sócrates, lo que me aflige es verle morir inocente”; Sócrates le responde: “Amigo mío, ¿querrías mejor verme morir culpable?”. De los 556 jueces, 281 lo declararon culpable y 275, inocente: seis votos lo condenaron. No suplica piedad por la condena a muerte (p. 17): “No me arrepiento de no haber cometido esta indignidad (de llorar, lamentar, llorar, suplicar), porque quiero morir después de haberme defendido como me he defendido, que vivir por haberme arrastrado antes vosotros”. Termina su discurso con estas palabras (p. 19): “Ya es tiempo que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto Dios”.
En “Critón o del deber” dice (p. 24): “Nosotros, mi querido Critón, no debemos curarnos de lo que diga el pueblo, sino sólo lo que dirá aquel que conoce lo justo y lo injusto, y este juez único es la verdad”.
Para explicar algo que Sócrates dice en “Laques o del valor” hay una nota a pie de página (p. 50): “Lo griegos tenían cuatro tipos de tonos: el lidio, lúgubre, propio para las lamentaciones; el frigio, vehemente y propia para excitar las pasiones; el iónico, afeminado y disoluto, y el dórico, varonil”.
En “Lysis o de la amistad”, Sócrates cita modificándolos los versos de Solón (p. 67): “Dichoso aquel que tiene por amigos sus hijos, caballos ligeros para las carreras, perros para la caza y un hospedaje en países lejanos”. También cita a Hesíodo (p. 70): “El alfarero por envidia es enemigo del alfarero, el cantor del cantor, y el pobre, del pobre”.
Calicles, en “Georgias o de la retórica”, le advierte que su sabiduría lo pondrá en peligro (p. 173): “Cuando te presentaras delante de los jueces, por despreciable y villano que fuera tu acusador, serías condenado a muerte”. Le insiste (p. 175): “¿No te da rubor, a tu edad, andar a caza de palabras y creer que has triunfado en la disputa por torcer el sentido de una expresión?”. Dice Sócrates más adelante, citando a Eurípides (p. 177): “¿Quién sabe si la vida es para nosotros una muerte y la muerte una vida?”. Calicles (p. 179): “¡Qué absurdos dices, Sócrates, y qué hablador eres!”. Sócrates retoma su posible acusación y sentencia (p. 200): “Y no sería extraño que fuera condenado a muerte. […] seré juzgado como lo sería un médico acusado delante de niños por un cocinero”.
Anito es uno de los responsables del juicio donde condenan a muerte, por cicuta, a Sócrates. Con él habla en “Menón o de la virtud” y es muy obvia la amenaza que Anito hace al filósofo (p. 223): “Por lo que veo, Sócrates, hablas mal de los hombres con demasiada libertad. Si quieres escucharme, te aconsejaría que fueras más reservado, porque si es fácil en cualquiera otra ciudad hacer más mal que bien a quien uno quiera, en ésta es mucho más fácil”. Sócrates no hizo caso.
Hay una idea que se ha usado en varios versos o como definición en algunos casos. En “Hipias mayor o de lo bello”, Sócrates lo cita como proverbio (p. 244): “No se hace lo que se quiere, sino lo que se puede”.
Al hijo de troyano Héctor, dice Sócrates en “Cratilo o del lenguaje”, lo llamaban Astianacte (“jefe de la ciudad”) los hombres troyanos, y Escamandrio (que es el nombre de un río), las mujeres. Dice después (p. 257) “Astianacte y Héctor no tienen ninguna letra común y, sin embargo, significan la misma cosa. ¿Y qué relación hay, en cuanto a las letras, entre estos nombres y el de Arquépolis (jefe de la ciudad)? Y sin embargo, tienen el mismo sentido”.
Algo muy común en los diálogos es que aparezcan esclavos, llamados así, a quienes se piden distintas cosas; una de las más comunes, leer. Manda Euclides en “Teetetes o de la ciencia” (p. 296): “Vamos, toma este libro, tú, esclavo, y lee”.
Uno de los diálogos más analizados (yo tengo varios libros sobre él) es “Simposio (banquete) o de la erótica”, porque supone la reproducción de una conversación de oídas. Uno que no fue al banquete le contó a un hombre lo ocurrido y éste buscó a Apolodoro para verificar la cuestión. Apolodoro tampoco fue, pero a él le contó lo dicho en el banquete Aristodemo, que sí estuvo presente. Él dice que en esa comida se dijo que había pocos cánticos en honor a Eros, que cada cual debía intentar uno, y así se suceden los discursos, donde se habla de Alcestes (que murió en nombre de su esposo y revivió), de Orfeo y Eurídice (que perdió al volver la vista hacia ella, quien se convirtió en estatua de sal), de Aquiles y Patroclo (un amor homosexual aceptado sin escándalos).
Aristófanes cuenta la historia de cómo antes había tres sexos (hombres, mujeres y andróginos), cuyos cuerpos fueron escindidos por intentar rebelarse contra los dioses. Las mitades buscaban a su complemento y en cuanto la hallaban la abrazaban, queriendo pegarse, hasta que morían de inanición. Los dioses, entonces, compadecidos, inventaron, para que se volvieran a unir, el amor. Así, los hombres buscan en otros hombres su mitad, las mujeres en las mujeres y los andróginos en el sexo contrario. De esta forma se explican los griegos la existencia de homosexuales, lesbianas y heterosexuales.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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