Hombres, mujeres y andróginos, 2
Casa de citas/ 743
Hombres, mujeres y andróginos
(Segunda de dos partes)
Héctor Cortés Mandujano
¿Qué pensáis de lo que os he dicho de que aprender no es más que recordar?
Sócrates,
en “Fedón o del alma”
Una de las conclusiones en “Simposio (banquete) o de la erótica” es (p. 365): “Sea lo que quiera, estoy seguro de que todos seremos dichosos, hombres y mujeres, sí, gracias al amor, encontramos cada uno nuestra mitad, y si volvemos a la unidad de nuestra naturaleza primitiva”.
Fedón estuvo, dice, cuando Sócrates bebió la cicuta que le dio muerte, y cuenta de una conversación entre Sócrates y Cebes, en “Fedón o del alma” (p. 397):
“—¿Qué nace entonces de la vida?
“—La muerte.
“—¿Qué nace de la muerte?
“—Es preciso confesar que la vida.”
Habla en este mismo diálogo Sócrates de los cisnes (p. 408): “Los cisnes, cuando presienten que van a morir, cantan aquel día mejor que lo han hecho nunca, a causa de la alegría que tienen al ir a unirse con el dios a que ellos sirven. Pero el temor que los hombres tienen a la muerte, hace que calumnien a los cisnes, diciendo que lloran su muerte y que cantan de tristeza”.
Sócrates tomó la cicuta, dijo Fedón, y varios comenzaron a llorar. Él les dijo (p. 431): “¿Qué hacéis, amigo míos? […] ¿Por qué he oído decir siempre que es preciso morir oyendo buenas palabras? Manteneos, pues, tranquilos y dad pruebas de más firmeza”.
Se acostó Sócrates a morir y antes de cerrar los ojos para siempre dijo sus famosas últimas palabras (p. 432): “Critón, debemos un gallo a Asclepio: no te olvides de pagar esa deuda” que era, dice el pie de página, “un sacrificio de acción de gracias al dios de la medicina”.
Mi ejemplar incluye “La república o de la justo”, que casi siempre se publica unitariamente, dado que es en sí mismo un libro aparte. Dice Sócrates (p. 444): “En cada Estado, la justicia no es sino el provecho de aquel que tiene en sus manos la autoridad y es, por ende, el más fuerte. De lo cual se sigue, para todo hombre que sepa razonar, que, dondequiera que sea, la justicia y lo que aprovecha al más fuerte son una y la misma cosa”.
Dice más adelante, sobre algo que se dice al paso (pp. 501-502): “Y esa expresión, dueño de sí, tomada al pie de la letra, ¿no es ridícula? Porque ¿no sería entonces un mismo hombre dueño y esclavo de sí, ya que esa expresión se refiere a la misma persona?”.
El libro séptimo de “La república” se refiere a la célebre teoría de la caverna (p. 551): “Imagina un antro subterráneo que tiene todo a lo largo una abertura que deja libre a la luz al paso”; allí viven hombres encadenados desde la infancia. A espaldas (p. 552) “hay un fuego cuyo fulgor les alumbra”. Sólo ven sombras. Si los obligaran al levantarse e ir a la luz, “la luz les abrasará los ojos”. Esta es la imagen, dice Sócrates (p. 553), “de la condición humana. El antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que lo ilumina, la luz del sol; el cautivo que sube a la región superior y la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible”.
Los gobiernos son como los caracteres de las personas (p. 570): hay “la aristocracia”; el “celoso y ambicioso”; el “oligárquico, democrático y tiránico”. Asienta como verdad (p. 618): “La virtud no tiene dueño; sigue a quien la honra, y huye de quien la desdeña. Cada cual es responsable de su elección; Dios es inocente de ella”.
En “Fedro o del amor” dice (p. 625): “Yo no he podido aún cumplir con el precepto de Delfos, conociéndome a mí mismo y dado esta ignorancia, me parecería ridículo intentar conocer lo que me es extraño”.
El amor es una enfermedad (p. 626): “Los mismos amantes confiesan que su espíritu está enfermo y que carecen de buen sentido”. En este diálogo Sócrates hace un serie de reflexiones sobre el amor, que son apabullantes. Una (p. 627): “El amor desgraciado se aflige, porque no excita la compasión de nadie; pero cuando es dichoso, todo le parece encantador, hasta las cosas más indiferentes. El amor es mucho menos digno de envidia que de compasión”.
El amor es egoísta y quisiera desaparecer todo lo que rodea al ser amado para poder tenerlo por completo (p. 632): “Le vería con gusto perder su padre, su madre, sus parientes, sus amigos, que mira como censores y como obstáculos a su dulce comercio”. (Aquí, en esta página, hay una frase, que me encanta y que usado de epígrafe el algún texto mío: “La adulación, esta bestia cruel, este funesto azote”).
Agrega Fedro (p. 629): “El que no ama tiene sobre el que ama la ventaja de conservar su buen sentido. No olvidemos, dice Sócrates (p. 633), “que la ternura de un amante no es una afección benévola, sino un apetito grosero que quiere saciarse” y cita unos versos: “Como el lobo ama al cordero, el amante ama al amado”.
En “Timeo o de la naturaleza” habla de la creación de la creación divina de quienes pueblan el universo. Son cuatro razas (p. 679): “Primero la raza celestial de los dioses, después la raza alada que hiende los aires, en tercer lugar la que vive en las aguas, y finalmente la que anda sobre la tierra que habita”. El hombre que no usara bien su tiempo de vida (p. 681) “sería transformado en mujer en su segundo nacimiento” y si siguiera igual “en un tercer nacimiento sería convertido en el animal a quien por sus costumbres se pareciera”.
Habla del origen de la maldad (p. 717): “Nadie es malo porque quiera serlo, una funesta predisposición del cuerpo y una mala educación son las que hacen que el malo sea malo. No evita esta desgracia el que quiere. Los dolores que atormentan el cuerpo pueden igualmente ser causa de grandes desórdenes en el alma”.
Debemos cuidar cuerpo y alma, aconseja (p. 718): “Es preciso también cuidar de las partes lo mismo que del todo y para ello imitar lo que ocurre en el universo”.
En “Critias o de la Atlántida” habla de la esta famosa tierra desaparecida. El texto no está completo, sólo se ha conservado un fragmento. Pero eso ha bastado.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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