Un nuevo Papa: León XIV

Papa León XIV. Foto: vaticannews.va
El fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, propició la reunión del Colegio Cardenalicio de la Iglesia católica, el Cónclave, para elegir a su sucesor. En este caso, como ocurrió con Jorge M. Bergoglio, la opción fue decantarse por un papa del continente americano: Robert Francis Prevost Martínez. El nuevo pontífice de la Iglesia católica optó por el nombre de León XIV para ejercer su papado. Nombre simbólico con el que se desea reflejar alguno de los rasgos a seguir de sus antecesores o por representar a una destacada figura de la Iglesia.
La elección del nombre León está relacionada con el último pontífice que lo llevó, León XIII. Este papa italiano, que inició su pontificado en el siglo XIX y lo finalizó en el XX, ha sido destacado por las preocupaciones sociales de su pontificado debido a que escribió la encíclica Rerum Novarum (1891). Seguramente muchas personas no ubicarán este texto, pero hay que recordar que fue escrito en un periodo histórico en que diversas ideologías políticas mostraban una efervescencia que se extendía por distintos continentes, aunque especialmente en Europa y América. Socialismo, comunismo y anarquismo, así como el papel de los sindicatos de obreros, crecían entre la población trabajadora como reales alternativas políticas y para la toma del poder. Por tal motivo, el carácter social de la mencionada encíclica ha sido ampliamente discutido debido a que el apoyo a los trabajadores y la deseada justicia social que expresa, no es incompatible con la defensa de la propiedad privada y con el temor a drásticos cambios políticos en sociedades donde el catolicismo había tenido influencia entre las masas populares.
De hecho, la misma Rerum Novarum impulsaba la creación de agrupaciones cristianas de obreros; una forma de contrarrestar a los sindicatos de clase con filiaciones políticas de distinto signo. Propuesta de acción que, en su vertiente política, puede seguirse en los partidos políticos que bajo la identificación de Democracia Cristiana incorporaron aspectos del catolicismo social en Europa y América, continentes en los que gobernaron diversos países durante el siglo XX.
En definitiva, el denominado catolicismo social de la Iglesia impulsado por León XIII, además de ser un intento de frenar las emergentes ideologías políticas de su tiempo, corroboraba la descristianización de la sociedad, en especial de las grandes masas de trabajadores de las ciudades. Habrá que esperar si este nuevo Papa percibe otro proceso similar en las actuales sociedades que, aunque lejos de vivir momentos de enaltecimiento ideológico, muestran enormes desigualdades socioeconómicas.
Otra característica del nuevo pontífice es su vinculación con una orden religiosa; si el Papa Francisco era jesuita, León XIV es agustino. Una orden mendicante nacida en el siglo XIII y que ha seguido las enseñanzas monásticas de San Agustín que, más allá de la perfección en la vida religiosa comunitaria y la pobreza, también piensa en el trabajo como entrega a Dios y la comunidad.
No se sabe si el pontificado de León XIV será continuista del diálogo interconfesional establecido por su antecesor, más bien lo que parecen preocupar a los medios de comunicación son aspectos anecdóticos como sus orígenes familiares, supuestamente situados en Francia y España, aunque más bien parecen ubicarse dichas raíces en el actual estado de Luisiana y en El Caribe, en concreto en Cuba. Igualmente, sabedores del gusto del Papa Francisco por el fútbol, en este caso se ha destacado su preferencia por el tenis y por el béisbol al ser seguidor de los White Sox de Chicago.
Debe pasar un tiempo para ver cuáles serán sus acciones y sus discursos, sin embargo, lo que ha resultado evidente de esta última elección papal es la espectacularización de actividades como la llevada a cabo en el Cónclave. Una cobertura en medios de comunicación, y a través de redes sociales, impensable hace algunos años.
La Iglesia católica, con certeza, no tiene ni juega en la actualidad el papel político que desempeñó hace siglos en el planeta, pero, a pesar de ello, los millones de católicos repartidos en todos los continentes pueden tener un peso político que, más allá de la consideración espiritual de la institución más antigua de la humanidad, decanta elecciones o influye en ciertos temas de fundamental interés para las sociedades. De hecho, los mensajes papales complacen e irritan, dependiendo de quien los interprete, tanto como resultan indiferentes. Ahora bien, en un mundo crispado como el que nos encontramos, tal vez diálogos entre confesiones, si es que se continúa tal camino emprendido por su antecesor, puedan dar esperanzas para convivencias más pacíficas y para abordar temas que causan tanta crispación como la migración.

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