Criminalizar la migración

“En México, existe mayor probabilidad de migrantes sean agredidos por autoridades que por el narco”: REDODEM
Ilustración: Zona Docs
Estamos acostumbrados a dar por sentadas ciertas afirmaciones políticas que, por poco que se analicen, resultan falacias sin ningún soporte histórico. Una de ellas es que la migración es un problema relacionado con la soberanía de los Estados, al mismo tiempo que los foráneos son una competencia laboral para los nacionales. A estas dos sentencias de dudosa realidad empírica, hay que añadir la idea de que todos los extranjeros que buscan su subsistencia lejos del lugar donde nacieron son potencialmente delincuentes.
La historia demuestra que los movimientos de población han sido constantes entre los distintos territorios del planeta, una realidad que sobrepasa la existencia de los recientes Estados modernos. De hecho, muchos países actuales se han construido gracias a la migración. Solo los ejemplos de Argentina y Estados Unidos, en este continente, así lo demuestran.
Igualmente, se desconoce que el mayor número de migrantes contemporáneos no son competencia laboral para los nacionales, puesto que realizan trabajos que estos últimos no desean hacer. Además de aportar mano de obra, los foráneos dinamizan, en muchos casos, la economía con iniciativas económicas que, incluso, pueden transformarse en propuestas empresariales de gran aliento. El caso de muchos mexicanos en Estados Unidos, convertidos en exitosos empresarios, es una buena referencia.
El problema relacionado con la migración es el que atraviesa otras realidades visibles en todas las sociedades: la diferenciación entre ricos y pobres. Los primeros no son cuestionados, mientras que los segundos se convierten en problema porque lo que buscan es su subsistencia fuera de su tierra de nacimiento. Los primeros entran de manera regular a los Estados, mientras que para los segundos su única opción es incorporarse a sus destinos de forma irregular. Además de estas circunstancias, visibles en cualquier país, lo que resulta indudable es que ninguna sociedad ha vivido aislada y, por lo tanto, el encierro tras las fronteras resulta una falsedad.
Hoy en día, con la llegada a la presidencia estadounidense de Donald Trump, se reactivan discursos beligerantes contra las personas migrantes como si Estados Unidos no se hubiera construido con dichas personas. El mejor ejemplo lo tiene en su familia. Su abuelo paterno nació en la todavía no unificada Alemania, y se desplazó como tantos europeos hacia América. Y lo mismo puede decirse de su madre, una migrante económica en los Estados Unidos en el periodo de entreguerras mundiales.
Considerar la clausura de fronteras, en una especie de encierro territorial, como la solución a los problemas de nuestro mundo es desconocer la historia de la humanidad, además de sustentarse en falsedades como lo demuestra el caso del actual presidente estadounidense. Todos los seres humanos procedemos de desplazamientos, más o menos cercanos en el tiempo, entre territorios previos o posteriores a la existencia de los Estados nacionales. Por lo tanto, la historia, tantas veces utilizada para reafirmar soberanías y controles territoriales, también debería servir para comprender que los movimientos humanos han sido y son fundamentales para la misma construcción de una humanidad diversa.

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