Entre sonidos, aromas, colores y sabores

Cada domingo a partir de las 9 de mañana, la comunidad entera se reúne alrededor de la misa. Allí celebran su fe, piden por sus cosechas y se comprometen a seguir cuidando el bosque, las aguas y todos los bienes de la naturaleza.

La alarma del despertador sonó a las 7 de la mañana, aunque era sábado Julieta tenía que levantarse temprano para ayudar en casa y avanzar con sus pendientes personales. Quiso quedarse unos minutos más en cama pero prefirió no hacerlo e iniciar con su día. El canto de los pájaros fue uno de sus estímulos.

El ambiente en casa era muy tranquilo, aparte de ella nadie más se había levantado. Fue a la cocina, se preparó un licuado de mango y luego se puso a ordenar su cuarto. La actividad no le llevó más de una hora, así que después de eso se dio un baño. El agua la ayudó para que terminara de despertarse.

Se asomó frente al espejo que tenía en el cuarto, comenzó a peinarse y observó que sus mechones en tono  morado estaban ya por desaparecer. Le faltaba darse un retoque o teñirse el cabello; buscó en sus productos de belleza y no halló ningún tinte. Así que la compra se sumó a su lista de actividades.

Era alrededor de las 8:40 de la mañana cuando se escuchó movimiento en la cocina de la casa, Julieta se asomó, era su papá que estaba revisando qué les prepararía para el desayuno. Se encontraba en un dilema, entre chilaquiles rojos con pollo o huevos a la mexicana. A Julieta le gustaban ambos, así que no tenía predilección por alguno.

El resto de la familia no tardó en despertar, así que antes de las 10 de la mañana ya habían desayunado y Julieta estaba lista para ir a hacer sus pendientes.

—Juli, aprovechando que pasarás por el mercado, por favor, te encargo me compres unas frutas y un ramo de flores —dijo doña Roselia, mamá de Julieta.

—¿Alguna fruta y flor en particular? —preguntó Julieta.

Una vez aclarado el pedido, Julieta partió a hacer los mandados. Iba muy entretenida pensando en qué tono se teñiría el cabello, castaño almendra, azul, cobrizo, rojo. En menos de lo que se imaginó ya estaba en la tienda revisando las tonalidades. Rojo oscuro fue la elección. Su rostro dibujó una sonrisa de oreja a oreja, imaginando cómo se vería con ese color de cabello. Además se compró un par de ballerinas en tonos fluorescentes.

Acto seguido, se encaminó por los pedidos de doña Roselia. Cruzó un par de calles y alcanzó a percibir el murmullo de la gente que estaba haciendo compras y de la que vendía: ¿Qué va a llevar marchanta? ¡Pásele por aquí güerita! ¿Quiere probar el quesillo? ¿Cuánto cuestan los dulces? Me da una medida de mangos. La voz de Julieta también se integró a estas expresiones, ¿dónde puedo encontrar flores? La respuesta fue inmediata: de aquel lado chula, ahí están los manojos.

El mercado era un espacio de encuentros entre mucha gente, pero además de eso prevalecían algunos elementos que llamaron la atención de Julieta en ese espacio tan lleno de vitalidad y movimiento. Los encuentros no eran simples sino entre sonidos, aromas, colores y sabores, que sin duda, formaban parte del día a día y que muchas veces se pasa desapercibido.

—¿Solo eso marchantita? —dijo una señora a Julieta, al entregarle un manojo de flores de azucena.

—Sí, muchas gracias — respondió Julieta mientras disfrutaba el aroma de las flores que se mezclaba con el de guayabas y mangos de la vendimia cercana, cuyos colorido despertaba el apetito y qué decir, del aroma a café recién molido del puesto de al lado.

Julieta regresó a casa, no solo con los mandados realizados sino con el deleite del conjunto de sonidos, aromas, colores y sabores que había presenciado.

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