La Universidad de Harvard en la mira de Donald Trump
Haberme formado académicamente en universidades públicas y trabajar en una de ellas me aleja, por supuesto, del tipo de universidades que representa la más antigua institución de educación superior estadounidense, como lo es la universidad de Harvard. Revisar cualquier página de internet que informe sobre dicha institución destaca su enorme presupuesto, así como una planta docente compuesta por prestigiosos académicos originarios de cualquier país del mundo. A lo anterior hay que agregar el ingente número de estudiantes que estudian en sus aulas, así como el prestigio que significa haber pasado por dicha institución dados los destacados éxitos laborales de quienes han sido sus alumnos.
Cómo ya mencioné en otro texto publicado en esta columna, académicos de la misma universidad han sido críticos con la forma de ingresar de los alumnos en las universidades estadounidenses, donde los recursos económicos, en muchas ocasiones, determinan los méritos de los futuros alumnos.[1] Ratificación de las desigualdades sociales que el sistema educativo reproduce sin ningún empacho, como hace tiempo nos recordaron los sociólogos franceses Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron.[2]
Otra de las características de la universidad de Harvard es que un elevado porcentaje de sus estudiantes proceden del extranjero; quienes por sus posibilidades económicas pueden acceder a la institución de educación superior, o lo hacen por unas destacadas capacidades académicas que les facilitan obtener una beca.
Esta última característica de la universidad de Harvard, que no es la única institución que la tiene, se ha convertido en uno de los principales blancos del ataque de la administración estadounidense, encabezada por Donald Trump. Es decir, los estudiantes extranjeros podrían perder su condición de estancia legal en Estados Unidos, o no tendrían la posibilidad de solicitar el ingreso a dicha universidad si no demuestran un comportamiento ideológico que sea afín, porque no tiene otro nombre, al ideario del ocupante de la Casablanca. Hay que recordar que Harvard ha sido acusada, por la secretaria del Departamento de Seguridad Nacional, de promover prácticas contra la seguridad del país y que, según la administración Trump, se demuestran por la participación de los estudiantes extranjeros en manifestaciones y protestas consideradas impropias, como las que han criticado el genocidio de palestinos en la Franja de Gaza. Una persecución que, lógicamente, es contraria a la Primera Enmienda de la Carta de Derechos estadounidense, uno de los pilares y fundamentos de la democracia del vecino país.
La influencia y reputación de esta universidad a nivel mundial ha hecho que la noticia haya circulado por todo el planeta, al igual que se ha extendido su inmediata respuesta en forma de denuncia judicial. Hay que esperar que decidirá la justicia ante tal situación, dado que una jueza federal aceptó la denuncia de Harvard para detener, al menos momentáneamente, las medidas dictadas por la administración Trump. Sin saber lo que sucederá, resulta evidente que ni el elitismo representado por universidades como Harvard detiene al presidente estadounidense, a quien la libertad de pensamiento y expresión, imprescindibles para entender el sistema político estadounidense, al menos en su forma discursiva, le resultan totalmente prescindibles para imponer una dictadura intelectual imposibilitada de entender y admitir la pluralidad ideológica y de opinión.
[1] Véase Sandel, Michael J. (2022). La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? Barcelona, Penguin Random House Grupo Editorial.
[2] Bourdieu, P., & Passeron, J.-C. (1977). La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza. Barcelona, Editorial Laia.

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