Contemplar el ocaso

Pintura de Pablo Picasso

 

Esa tarde de verano Elvira se sentó en una de las mecedoras que tenía justo a la mitad del patio rodeado de árboles, en su casa. Recordó con cuánta ilusión Gilberto, su esposo, y ella habían elegido el espacio en el que podrían construir su casa. Dentro de las propuestas que ella hizo fue elegir qué árboles plantarían y participar en la siembra. Desafortunadamente, a Gilberto ya no le tocó acompañar a Elvira ni a su hija e hijos en buena parte de sus planes. Falleció muy joven, en un accidente en carretera.

Cada árbol que estaba plantado era una especie de aliento para Elvira, recordó lo difícil que había sido la crianza de la hija e hijos. Observó sus manos, con las muestras de expresión que deja el paso de los años. Las acarició suavemente. Muchas horas habían sido de costurar a mano y luego a máquina para poder entregar los trabajos con los que pudo sostener a su familia.

El viento acarició su rostro y movió las ramas de los árboles. Elvira alzó la vista al cielo, ningún rastro de lluvia. Los recuerdos siguieron asomándose en la mente y en el corazón. El patio era testigo de las grandes carreras que pegaban Leticia, Alfredo y Roberto, durante la niñez. Luego ese espacio había sido partícipe de los primeros pasos de Eneida, Francisco, Lourdes y Leonel, sus nietas y nietos, que ahora entraban en la adolescencia.

Además de su familia biológica, las charlas tan amenas con sus amistades y vecinos de la colonia eran parte importante de ese espacio. Las mecedoras no solo eran muebles cómodos, sino que también formaban parte de las historias de la familia de Elvira, tantas anécdotas contadas desde ahí. Nuevamente levantó la mirada, no tardaba en comenzar a ocultarse el sol.

Sonrió para sí, mientras decía:

–¿Qué tal la vida Elvira? ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué sueños tienes pendiente todavía?

El canto de un colibrí atrapó su atención, su vuelo fue efímero, para ella fue un gran regalo. Su corazón sintió una especie de emoción, vaya que todavía tenía sueños por cumplir.

Instantes después, alzó la vista para contemplar el ocaso. Pensó que cada etapa en la vida había que disfrutarla y vivirla plenamente. Deseó que, como ella, una mujer adulta, abuela y madre, muchas más mujeres pudieran darse la oportunidad de encontrar qué les faltaba por vivir.

El sonido del timbre la hizo recordar que esa noche su comadre Esther la había invitado a cenar tamales de pollo con verdura y de bebida, un rico chocolate.

–¡Ya voy, ya voy! – exclamó Elvira, al tiempo que se levantaba de la mecedora.

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