El valor de los homenajes póstumos

La tumba donde descansan los restos mortales de Frans Blom y GertrudyDuby, en Nahá, junto a otros indígenas y líderes lacandones. Foto: Isaín Mandujano/Chiapas PARALELO

Entiendo perfectamente la pena y el desconsuelo que acompaña la pérdida de hombres y mujeres que por su labor, de cualquier naturaleza, ha trascendido los vínculos familiares y el entorno de amigos. Todos hemos vivido y sufrido esos tristes quebrantos emocionales. Pérdidas de personas cercanas y queridas siempre presentes a pesar del tiempo transcurrido de su desaparición.

Sin embargo, me cuesta entender que a personas con valores o que hayan realizado aportaciones relevantes para la sociedad de nacimiento o de acogida reciban homenajes  cuando ya no se encuentran en este plano existencial. Es comprensible que, en muchas ocasiones, se producen inesperadas desapariciones que condicionan la celebración de los mencionados homenajes y, entonces, familiares y personas cercanas agradecerán el reconocimiento público que su ser querido reciba.

A pesar de esas circunstancias excepcionales, en general esas personas merecedoras de homenajes bien podrían estar presentes y disfrutar, si le gustan ese tipo de reconocimientos, de ese agradecimiento por parte de una sociedad de la que ha sido parte, o sigue siendo, sea que viva o no en ella. Ello permitiría, al mismo tiempo, escuchar la voz de quien recibe el homenaje y poder aportar aspectos e informaciones que no necesariamente son conocidos por el público.

Un caso lejano a mi mundo, por supuesto, me vino a la mente para reflexionar sobre este tema. Es el caso del fallecimiento del que fuera ídolo de los Dodgers de los Ángeles (California), el sonorense Fernando Valenzuela. Beisbolista mexicano que murió por “complicaciones hepáticas”, tal vez causadas por un cáncer dado que las informaciones no han sido claras. Días después de su muerte se realizó un homenaje póstumo en el estadio del equipo angelino donde brilló el pitcher. Este caso, como otros muchos, nos interroga si esta evocación del ser desaparecido está relacionado con la persona que ya no se encuentra entre nosotros o si, como se conoce perfectamente desde la antropología, se vincula con la necesidad de los que todavía viven. Es decir, con distintas formas, debido a nuestras diferencias culturales, la despedida de los difuntos es común entre los seres humanos, pero siempre se relacionan con las necesidades propias de los vivos.

Comprender esas circunstancias no me impide, en lo personal, considerar que sería magnífico y valioso, para los homenajeados, que dichos reconocimientos públicos se efectuaran con la presencia física de quien es protagonista. Su mérito no se incrementa con su desaparición y no sería incompatible, si se desea, con posteriores evocaciones a la figura del ser humano desaparecido. Recordemos a los muertos, no cabe duda, pero los vivos estoy seguro que agradecerán con su presencia esas manifestaciones de gratitud ante cualquiera de las labores o vocaciones que se le reconozcan.

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